Elena Medel - “Mi primer bikini” (DVD Ediciones)

He ido postergando este momento como una cobarde. Para mí no hay nada más expuesto que escribir sobre poesía, me encanta leerla, siempre por impulso, desordenadamente, como escapatoria, pero luego prefiero guardarla para mí. Me parece un acto demasiado íntimo, me resulta difícil concretarlo y compartirlo con palabras. Pero por una vez haré una excepción. Hace poco cayó por fin en mis manos una de las obras de Elena Medel, una escritora insultantemente joven que se dio a conocer con el Premio Andalucía Joven de Poesía 2001 que consiguió con este libro, Mi primer bikini. Supe de ella más tarde, en verano de 2005 por uno de esos artículos de la última de El País que contaba quién era. Me intrigó su juventud, su aspecto y que citara a Sylvia Plath como una de sus referencias. La poesía puede ser muchas cosas. A mí me gusta la que me implica, la que me impacta, me emociona o me inquieta, la que dice las cosas de la manera más certera o, por qué no, misteriosa. Y ahí caben por igual Sylvia Plath, Luis Cernuda, Alejandra Pizarnik, José Ángel Valente, Federico García-Lorca, Vicente Gallego, Elizabeth Bishop… por muy diferentes que sean.

En alguno de los blogs en que colabora dice: “Concibo la poesía como el género de la identidad: me sitúa en el mundo, establece coordenadas, construye mi memoria y lo que soy”. En el clavo. Cuando leo y releo la colección de versos que compone su primer poemario no deja de engatusarme con el morbo de quien curiosea en la vida del otro y no puede parar.

Todo sea por mis amantes, que no son dignos de elogio:
son minúsculos, y redondos y azules,
azules o blancos, o azules y blancos,
y su boquita de piñón es invisible,
y para besarles introduzco a los pitufos
en mi boca, y para gozar de ellos
los trago, porque me sé mantis religiosa.
Quién soy, quién soy, ni siquiera sé quién soy.


Pero al mismo tiempo soy consciente de lo inmaduro de esta primera obra, que ella escribió con tan solo quince años y estoy deseosa de leer completa la última, Tara, en la que abandona las referencias pop y las impresiones adolescentes, para reflexionar a partir de la muerte de su querida abuela. Otra vez la muerte y otra vez una escritora. La literatura femenina no existe, es una simpleza, pero hay voces que sí podemos reconocer como tremendamente femeninas, de la estirpe de las lobas:

Soy una de ellas porque mi corazón será abono. Porque mi
sangre, que es la suya, sube y baja por mi cadáver como por
escaleras mecánicas;
porque el fundamento de mi carácter, al descomponerse, se
incorpora a una especie salvaje
que ladra y que hiere y que te lleva a su terreno, que ignora las
afrentas, que jamás se extinguirá.

Somos de generaciones diferentes y a mí nunca me han gustado los dibujos animados pero sus afilados fraseos, que a la vez también son delicados, me explican, me describen, me sonrojan. Quién sabe, a lo mejor a partir de ahora me animo y sigo hablando aquí de mi pasión secreta.

Tennessee Williams – “La gata sobre el tejado de zinc caliente”

Hace algún tiempo descubrí a los escritores del Sur de los Estados Unidos del siglo XX, aunque fue después de leer a algunos de ellos, como Carson McCullers, Truman Capote, Harper Lee… y ahora Tennessee Williams, que los guardé a todos juntos en esa especie de cajón mental. No conozco a Faulkner, idolatrado en el pueblo surrealista de Amanece que no es poco, puede que porque en sus relatos se vieran reflejados esos personajes de la España profunda, a pesar de la lejanía. De Williams, he decidido empezar con La gata sobre el tejado de zinc caliente, premio Pullitzer en 1955, porque supongo que en mi memoria aún me deslumbraban Elizabeth Taylor y Paul Newman en ese film made in Hollywood. Intentaré daros mi opinión, pero advierto que no soy una lectora asidua de teatro.

Dentro de esta literatura, Truman Capote es uno de los escritores que más me ha impactado –y uno de mis preferidos– aparte de por el interés que despiertan en mí sus historias, por su manera de contarlas, para mí tan precisa, muchas veces mordaz, y bella (tampoco he leído a Mailer, otro de los baluartes del Nuevo Periodismo, aunque tengo ganas; si mal no recuerdo, en el prólogo de Música para camaleones, Capote rememora las reticencias iniciales de aquél ante esa nueva literatura de la realidad que después le dio sus mayores éxitos. También decía, con esa vena corrosiva, que no le importaba haberle prestado algún servicio, puesto que era un buen tipo). Me he encontrado escritores diferentes que saben como nadie transmitir una percepción común, ese algo desolador en los cimientos de sus personajes, de la sociedad en la que se han construido, pero con una sensibilidad enorme.

En La gata… de Williams los personajes chocan entre ellos, interaccionan a ciegas sin llegar a comunicarse, encerrados en la más absoluta soledad cada uno de ellos, salvo quizás aquellos –contrapuntos más planos– que más cómodos se sienten en su entorno social, los que han decidido (o han podido) aceptar las normas para sobrevivir en ese mundo antropófago: Gooper, el hijo mayor de la familia, y su esposa; la abuela; el reverendo Tooker (“personificación viviente de la mentira piadosa y convencional”)

La acción se desarrolla en el dormitorio de una mansión, en una próspera plantación del delta del Mississippi. La habitación está como la dejaron Peter Ochello y Jack Straw, una vieja pareja que agotó allí toda una vida en común. Está decorada con un estilo oriental, cálido; nada que ver con ese paisaje sureño y sus nuevos ocupantes, Brick y Margaret. Éste es el único escenario y parte del alma de esta obra. Una familia se reúne por el cumpleaños del abuelo, el gran patriarca, y allí se encuentran la esposa de éste, los dos hijos del viejo matrimonio con sus respectivas esposas, los “insoportables” pequeños del hijo mayor, además del reverendo y el médico, que también han acudido ante la anunciada muerte del abuelo y que ahora tratan de ocultarle algunos de ellos mientras, a sus espaldas, pretenden atar el destino de sus propiedades.

Todo gira en torno a la “mendacidad”, motivo por el que Brick, el hijo menor de los abuelos, vieja estrella del deporte, se ha vuelto un alcohólico acabado. Se ha roto la pierna en una de sus borracheras, por lo que la familia sube a su habitación para celebrar el encuentro. Los personajes van saliendo y entrando en ella. Brick no soporta a su mujer, Maggie, “la gata” que pese a todo aguanta sobre ese tejado ardiendo que es su vida con su marido, al culpabilizarla de la muerte de su amigo Skipper. En realidad, la profunda amistad que unía a éstos acaba por resquebrajarse ante a la mirada acusadora de los demás, quienes ven en ella una homosexualidad escondida. El abuelo, un personaje autoritario y malhumorado, quien intenta tener una conversación sincera con Brick sobre la posible homosexualidad de éste (punto álgido de la historia), le recuerda que, fueran ciertos o no los rumores, fue él quien no quiso afrontar la situación junto a su amigo y quien se negó a ayudarle: “Este asco que te produce la mendacidad no es más que asco de ti mismo”.

Hay un fragmento de una acotación que está en el centro mismo de La gata… y que para mí resume lo brillante de esta obra, esa impresionante tensión dramática. No le interesa si el hecho que discuten padre e hijo es o no cierto: “El pájaro que pretendo atrapar en la red de esta obra no es la solución al problema psicológico de un hombre. Trato de captar la verdadera naturaleza de la experiencia de un grupo de personas, esa interrelación turbia, vacilante, evanescente, con una carga feroz, que se da entre unos seres humanos en medio de la tormenta de una crisis común”.

Los protagonistas están llenos de contradicciones, como la vida misma. El padre es un viejo que siente asco de su mujer, de su hijo mayor, su nuera y sus nietos, pero de alguna manera es comprensivo con Brick (que puede vivir como quiera dentro de sus tierras); le explica que Jack Straw y Peter Ochello, a quien Brick llama “degenerados” o “maricones”, le acogieron en aquella casa después de llegar a los Estados Unidos y haber vivido como un ser inmundo. Maggie ama a Brick y es un ser impulsivo, espontáneo y con sentido del humor, pero también desea no quedarse fuera del juego de la familia, sin su parte de la herencia del abuelo porque sabe lo que es ser pobre… Todos ellos son mirados con ternura por el autor en medio de sus contradicciones y de lo grotesco de su existencia, lo que para mí le une a McCullers, a Capote, a Lee… –además de la maravillosa estética de sus obras–, ya sean sus personajes “monstruos” deformes, asesinos, hipócritas…

Éste es un drama clásico pero contado de una forma poética y con una sinceridad que en el momento en que se publicó pudo resultar brutal para muchos, tanto que el autor, según cuenta Diego Galán en un artículo de El País, repudió la película llevada al cine por Richard Brooks hasta el punto de ir a las colas de los cines para convencer a los espectadores de que no entraran a verla. Es comprensible, yo la he vuelto a ver: la censura le robó a la historia la habitación de Straw y Ochello, la mención de estos personajes, el tema de la homosexualidad que sólo puede intuirse con imaginación, esa abuela vivaracha, gorda y vulgar, que se ha convertido en una mujer delgaducha, molesta y tonta, el final, la redondez de la obra de Tennessee Williams… Tendrá y conservará otras cosas, pero le falta algo esencial: la sinceridad, la mirada de su autor.

Juan José Millás - "El Mundo" (Planeta)

Cuando a uno le cae en las manos un libro galardonado con un famoso premio, es fácil que se vea tentado a contemplarlo desde una perspectiva diferente a la que se enfrenta a cualquier otro. A mí me ha sucedido con este El Mundo, obra con que Juan José Millás ganó la edición 2007 del Premio Planeta; un certamen que si no goza del prestigio y el respaldo de la crítica, sí que disfruta de una enorme popularidad. No se trataba del primer Planeta que leía (aunque los leídos no llegan a los dedos de una mano), pero sí del primero al que me enfrentaba todavía caliente, lo que me sirvió para experimentar en mis propias carnes lo que muchas veces se ha criticado de la publicidad que se da a estas novelas: que el halo de especialidad que se les infunde acaba produciendo un desencanto sobre ellas, pues lo normal es que no tengan un carácter excepcional; un desencanto que, si caen en manos de un lector no habitual, se traslada a la lectura en sí.

No iba, obviamente, ésta o alguna otra novela, a acabar con mi pasión por la lectura, pero sí es cierto que, transcurrida aproximadamente una quinta parte de El Mundo, la sensación que me estaba dejando era ciertamente fría. Imagino que la mayoría de los que leen esto lo saben, pero por si a caso diré que El Mundo es una novela de corte biográfico sobre la infancia de su autor, o como el propio Millás señalaba en su promoción, una "biografía novelada". No obstante, el inicio de la misma, construida a partir de un narrador contemporáneo -el autor- que va rescatando viejos recuerdos, que guardan la frágil conexión de estar protagonizados por un mismo sujeto -él en su infancia-, se me antojó poco atractivo, tanto por lo manido del fondo (hay infinidad de memorias/novelas de este tipo) como por lo superficial de la forma, cercana casi al reportaje interpretativo.

Sin embargo, tras ese inicio titubeante, en que parece que el autor no sabe como afrontar y justificar esta especie de confesión que es El Mundo, el Juan José Millás más conocido toma las riendas de la novela con un episodio fantástico que remite a sus obras más populares. Un momento -el de la fiesta que celebra su editor- en el que se hace protagonista de uno de esos habituales desdoblamientos de la realidad que le hará retrotraerse en su infancia y que justifica por si solo el ejercicio de memoria. Es a partir de esa toma de confianza cuando, a mi humilde entender, El Mundo crece como obra y se compacta, con un autor que hilvana uno tras otro grandes momentos (la relación de Millás niño con el padre de su amigo fallecido; su reencuentro con su amor de juventud; el desmentido de la leyenda de la memoria a raíz del encuentro con una vieja vecina) sin bajar el pulso, pese a algún altibajo, prácticamente hasta un hermoso e impactante epílogo.

Así pues, El Mundo se constituye en una curiosa obra, interesante por su forma híbrida de confesión y memorias que la distancia de otras novelas sobre la infancia y juventud más convencionales en la forma (Gràcies Per La Propina o Las Cenizas de Ángela serían dos casos); y también, por lo que de metaliterario tiene, pues en ella su autor señala algunos pasajes de su vida que supuestamente inspiraron algunas de sus obras (lo que atraerá aún más a sus lectores habituales). Sin embargo, quizás su titubeante inicio y un toque autobiográfico carente de presentación formal (sí empieza hablando de su infancia, pero de un modo un tanto tímido) no consiga hacerla conectar con aquellos que desconozcan, antes de enfrentarse a ella, la biografía y la personalidad del autor. Pero eso es algo que yo, seguidor de Millás, no he podido experimentar.

Los libros de viajes tiene diversos usos: evasión, información, puro disfrute literario... En este caso lo que yo buscaba en Florencia de David Leavitt era impregnarme del espíritu de una ciudad que iba a visitar y respecto a la cual tenía una imagen muy clara gracias a dos películas, Una habitación con vistas y, especialmente, Hannibal (lo siento, no me he leído ninguno de los textos originales...). Creo que la segunda es mucho más sugerente y evocadora del ambiente decadente que despide la ciudad. Tal y como hay una música, un libro, una película, para cada momento, también hay ciudades que se deberían visitar en el punto vital adecuado y eso es lo me pasó a mí con Florencia, ¡oh, la artística Florencia! No me quiero extender, sobra con decir que me quedo con la pasión que me transmite el doctor Lecter a través de su mirada, sus palabras, su Duomo visto desde el Belvedere... A veces los relatos mejoran la realidad. La realidad tiene sus inconvenientes.

Pero a lo que iba. Al principio me costó entrar en materia con el libro de David Leavitt, no me interesaban demasiado sus detalladas historias sobre ingleses excéntricos que se mudaron a Florencia desde el siglo XIX para escapar de la estricta moral victoriana. Al margen de alguna anécdota curiosa, las páginas se me hacían algo farragosas, pero ahora que lo pienso quizá su obra acierte de pleno, porque es como la ciudad que retrata, llena de contradicciones, recovecos y espesura, te gusta y a la vez la detestas. Por eso, cuando el escritor estadounidense se centra, a partir del cuarto capítulo, en lo que es Florencia en sí misma, en su arte, en lo que sucedió durante la II Guerra Mundial y en sus experiencias personales en ella, para mí es cuando empieza lo bueno.

Es cierto que la obra no es muy extensa y que los primeros tres capítulos se le van en asuntos que no me interesan pero el resto acaba compensando. Como cuando cuenta su primera visita de universitario voraz: “Al término de cuatro días, había visto casi todo lo que me había indicado mi profesor de Arte; […] ¿Y cómo me sentía? Irritable, impaciente, incompetente. El síndrome de Stendhal: la sobreabundancia de maravillas de Florencia sacudió mi equilibrio de tal modo que, al final de mi estancia allí, decidí interrumpir mis vacaciones y volar de vuelta a Palo Alto, impulsado por una añoranza de todas las banalidades norteamericanas con las que esperaba recuperarme a mí mismo”. Mucho mejor cuando Leavitt, como digno admirador de E.M. Forster que es, hace lo que mejor sabe, diseccionar lo que conoce de primera mano. Antes de leerlo solo lo conocía por su novela Junto al pianista, que Ventura Pons adaptó al cine como Manjar de amor pero creo que ahora me ha picado la curiosidad.

Francisco González Ledesma - "Una Novela De Barrio" (RBA)

Su nombre está ahora en boca de todos, pero hace poco más de una década encontrar una de sus obras era misión imposible. Al menos un lustro me pasé, a mediados de los noventa, buscando infructuosamente una nueva novela en la que pudiera seguir degustando el pulso narrativo y los conocimientos de la España en transición que me habían fascinado en Crónica Sentimental En Rojo, la obra con que Francisco González Ledesma se alzó como vencedor del Premio Planeta en 1984 y que de un modo rocambolesco había llegado a mis manos tanto tiempo después. Pero era imposible. Su bibliografía estaba por entonces descatalogada y mencionar su nombre en las librerías, incluso en las de viejo, era enfrentarse a rostros de desconcierto.

Sin embargo, tras un parón de casi una década sin que se editara material suyo, en 2002 Ledesma regresa con una nueva novela, El Pecado O Algo Parecido, y recibe el empujón de sus colegas en la Semana Negra de Gijón, donde es elegida como la mejor del año. A partir de ahí el autor continuaría escribiendo con regularidad, se empezarían a reeditar sus obras, y llegarían los primeros reconocimientos -en paralelo a su redescubrimiento- a su figura como lo que es: uno de los principales baluartes de la novela negra -o como él prefiere, novela social- española.

Y es en esa tesitura como se publicó recientemente su nueva entrega, Una Novela de Barrio, que sale al mercado con la vitola de ser la ganadora del Primer Premio Internacional de Novela Negra de la editorial RBA. No obstante, pese a lo que este galardón pueda sugerir, Una Novela De Barrio no es una obra sorprendente en su esencia, sino la nueva entrega de Ledesma protagonizada por su personaje más célebre: el inspector Méndez. Un personaje que irrumpió por primera vez como secundario en Expediente Barcelona, llevó el peso de la investigación de Crónica Sentimental en Rojo, y protagonizó, con su mirada desencantada, la crónica de una Barcelona que desaparecía en Las Calles De Nuestros Padres.

Como en ellas, Méndez, a pesar de presentarse cercano a su jubilación en sus primera aventuras de principios de los ochenta, continúa pateando las calles de los barrios más deteriorados de Barcelona, las únicas en las que se sabe desenvolver. Y precisamente por eso, cuando aparece el cadáver de un ex presidiario, víctima de un asesinato en una vieja finca a punto de demoler, sus superiores no dudan en encargarle el caso. Tendrá así el álter ego de Ledesma, una nueva oportunidad de pasear por los barrios más deteriorados de una Barcelona que es cada vez menos suya; de conversar y compadecer a los últimos derrotados de la posguerra a los que, en muchos casos, la represión condujo a la delincuencia; y de tratar, en el escaso margen que el sistema le permite, de imponer una justicia que muchas veces no es la misma que dicta la ley.

Proporcionará así la novela escasas sorpresas a los viejos seguidores del escritor y periodista catalán, pues esta su crónica de la realidad de la Barcelona más desfavorecida, ya ha protagonizado otras entregas de la serie, como la más recientes Cinco Mujeres y Media. Sin embargo, no dejará de tener valor para aquellos que se enfrenten por primera vez a una de sus novelas policíacas, pues les pondrá frente a una obra que es resultado de la necesidad de su autor de contar lo que vivió en primera persona. Un Francisco González Ledesma que nació y vivió en el bando de los perdedores, y aún cuando encontró en su vida el éxito profesional, ya fuera como abogado o como periodista, no dejó de tener un contacto con ellos y con sus miserias. A ellos ha consagrado su obra literaria y lo sigue haciendo. Y por si alguien todavía desconoce su esfuerzo, a pesar de que su obra reeditada cope ahora las estanterías, aún le llueven más premios. Galardones que aunque se entreguen, como en este caso, a una obra en particular, reivindican la figura de un autor que sin duda los merece.

Ferran Torrent - "Judici Final" (Bromera/Columna/Planeta)

A principios de la presente década, el escritor valenciano Ferran Torrent se metió en un embolado de imprevisibles dimensiones. A meses de unas elecciones autonómicas en la Comunitat Valencia -la suya- en las que no estaba segura la continuidad de la hegemonía del gobierno (ante la posibilidad principalmente de la irrupción de un partido nacionalista hasta entonces sin representación), Torrent se propuso realizar una trilogía de obras inspirada en el panorama político valenciano. Una empresa en la que, cambiando ligeramente nombres y situaciones y con la libertad que permite la ficción y el adelantarse a los aconteciomientos, describiera la trastienda de la escena política valenciana.

Así vio la luz en el 2002 la primera entrega de la trilogía, una Societat Limitada en la que los dirigentes del partido nacionalista se las ingeniaban para, engañando a unos y otros, conseguir un crédito bancario con el cuál financiar una campaña que les permitiera obtener la representación parlamentaria que decidiría el próximo gobierno. El libro era divertido, con una trama muy entretenida que mostraba a grandes rasgos las intrigas que se urden en las bambalinas de la escena política, y además tenía el aliciente de proponer un juego de identificaciones -bastante evidentes lo que las hacía más jocosas- entre los personajes ficticios y algunas figuras de la política local.

Sin embargo, la hipótesis que barajaba Torrent de que el partido nacionalista obtendría representación parlamentaria no se vio refrendada en las elecciones, y en la segunda entrega, Espècies Protegides, la trama ya se desvió notablemente de la realidad política valenciana. Esa coyuntura llevó el escritor de Sedaví a permitirse más libertad para fantasear y trasladó el peso principal de la acción a Juan Lloris, un campechano empresario local, despechado por el desprecio de sus colegas, que decide ganarse su respeto y el de la ciudad a través de convertirse en el presidente del Valencia CF. El resultado fue una historia más fantástica que su predecesora, casi un sainete, repleto de humor, en el que el autor además se permitía lanzar una serie de conjeturas acerca de extraños fenómenos (la quema indiscriminada de coches) que tenían lugar por entonces en la ciudad de Valencia.

Todo esto viene a cuento porque, para cuando Ferran Torrent se enfrentó a la tarea de escribir la tercera y última entrega de la saga, seguramente poco quedaba de la idea inicial que llevó al escritor a plantear semejante empresa. Es quizá por eso por que Judici Final es, de las tres, la novela menos sólida, la menos apegada a la realidad local y autonómica que pretendía reflejar la trilogía, y también la que menos se puede disfrutar de un modo independiente. Y es que a ella hay que llegar con la lección aprendida, sabiendo quién es quién, porque a penas se da ningún esbozo de los personajes ya presentados en las anteriores partes.

Avisados ya de eso, los que se adentren en ella, seguramente lectores de las anteriores y posiblemente seguidores del autor, verán como los principales actores de la trama precedente ceden esta vez el protagonismo a Liam Yeats, un asesino profesional que viene contratado para acabar con la vida de Juan Lloris antes de que se erija alcalde de la ciudad tras su exitoso paso por la presidencia del Valencia CF. Y eso no es todo, porque los encargados de desmontar todo el complor serán ni más ni menos que Toni Butxana y el comisario Tordera, dos de los personajes más emblemáticos de la bibliografía de Torrent a los que, como a la trilogía, el escritor da carpetazo haciéndoles coprotagonizar esta aventura.

Así Judici Final se convierte en una especie de festín para los fans del escritor, un fin de fiesta privado, para los iniciados, que no disfrutarán los profanos a la obra de Torrent o a la propia trilogía. Pero también en una obra en la que, al soltar tanto lastre, el escritor marcó sin duda un punto y aparte en su carrera. Veremos qué nos depara su próxima entrega, que a estas alturas debe estar al caer.

Muere Norman Mailer

El excesivo escritor estadounidense Norman Mailer murió ayer a los 84 años. Permanente agitador y protagonista de polémicas a lo largo de su vida, Mailer había escrito hasta cuarenta obras entre novela, ensayo, poesía, teatro, biografía así como numerosos artículos. Él fue precisamente uno de los instigadores, junto a Truman Capote y Tom Wolfe, del nacimiento del llamado Nuevo Periodismo, una corriente literaria surgida en los sesenta y que proponía aplicar las técnicas de la novela al relato periodístico. Hombre de ego descomunal, se creó a lo largo de su vida tantos amigos como enemigos, y sonados fueron sus encontronazos con otros escritores como Gore Vidal o con el movimiento feminista. Su enorme personalidad siempre fue unida a una obra cuya voluntad también era la agitación, especialmente política, con libros como Los desnudos y los muertos (1948), sobre la II Guerra Mundial o ¿Por qué estamos en Vietnam? (1967). Ganador dos veces del Pulitzer con El ejército de la noche (1967) y La canción del verdugo (1980), Mailer también ejerció de guionista, productor, director e incluso de actor de algunas películas, aunque su gran vocación siempre fue la de escribir la gran novela americana. Entre sus últimos libros destacan El fantasma de Harlot (1991), sobre la historia de la CIA, y El evangelio según el hijo (1998).
Aquí están los artículos más interesantes que he encontrado sobre la noticia:

Página 2

El pasado domingo RTVE estrenó en La2 su nuevo programa sobre libros. Página 2 es su título y sí, el enlace está ahí porque el espacio tiene su propia web, un site muy completo que además de reforzar los contenidos, permite verlos de nuevo (o por primera vez, si uno se perdió el pase de las 20:15). Reportajes de temas de actualidad, novedades, comentarios de personalidades acerca de su relación con la lectura o breves entrevistas a escritores son algunas de las secciones que constituyeron la primera edición de un Página 2 que puede constituirse como el programa de literatura que la televisión española necesitaba. Veremos.


Petros Markaris - "Defensa Cerrada" (Ediciones B)

"Es una casa de dos plantas y no está cerca del mar, sino en lo alto del monte, a dos pasos de Jora. La construyeron el cuñado de Adrianí y su hermano en la época dorada de las subvenciones agrícolas del Mercado Común. Mi cuñado es ferretero y su hermano tiene un café, nada que ver con los nobles campesinos. Sin embargo heredaron un terruño de su padre en el que pusieron a trabajar a unos albaneses, recogieron la cosecha, la tiraron al mar y se embolsaron la subvención. Así pudieron construir la casa."

Con detalles como éste describe Grecia Jaritos, el comisario protagonista de las novelas policíacas de Petros Márkaris. Un hombre sencillo, de mentalidad conservadora y trabajador honesto, que en primera persona nos relata, en este Defensa Cerrada, su investigación sobre dos asesinatos inconexos (el de un arbitro de fútbol de tercera división cuyo cadáver aparece en una pequeña isla y el de un oscuro empresario asesinado a la puerta de uno de sus locales) cuya autoría sus superiores no parecen tener muchas ganas de esclarecer.

Sin embargo, como manda la tradición de la novela policíaca mediterránea, aquí los crímenes son el hilo conductor de una historia en la que las sencillas relaciones personales de un maduro comisario con su esposa y su hija universitaria, y la descripción de una Atenas sumida en un caos social, administrativo y político, tienen tanto o más peso que la intriga.

Y Márkaris, traductor al griego de la obra de Bretch y colaborador habitual del realizador Theo Angelopoulos, demuestra su habilidad para ensamblar todos los elementos creando una novela de lectura sencilla, pero al tiempo cargada de detalles. Porque, huyendo de las descripciones explícitas, el autor imprime un ritmo constante a la trama y al tiempo deja que sean las situaciones en las que se ve envuelto el comisario, muchas de ellas cotidianas (atascos, huelgas, visitas al hospital), y su relación con el resto de personajes, las que proporcionen al lector la información que desea transmitir.

Es así, con su sencillez, su valor testimonial y su capacidad de entretener, como Defensa Cerrada se erige en una novela, si no sobresaliente, sí ejemplar del género policiaco mediterráneo, permitiendo a su autor (del que también se han publicado Noticias de la Noche y Un Caso del Comisario Jaritos y otros Relatos Clandestinos) codearse con los grandes contemporáneos del género. Y no es poco.

Radclyffe, que no Radcliffe. Nada tiene que ver una escritora inglesa de finales del siglo XIX con el actor que da vida a Harry Potter. Les une que son ambos británicos, pero ya está. Sin embargo, Radclyffe y Radclyffe viajan juntas (al menos en mi pequeño mundo interior), aunque muy separadas en el tiempo y en las circunstancias. Puede que esto que he escrito así de entrada no tenga mucho sentido. Son sólo impresiones. Pero si lo explico, todo se entenderá un poco más. Radclyffe Hall fue una escritora inglesa que vivió de 1880 a 1943. De familia acaudalada, ha pasado a la posteridad por The Well of Loneliness (El pozo de la soledad), una novela que tiene como principal logro ser la primera en lengua inglesa cuyo tema es explícitamente lésbico. Por su parte, Radclyffe es también el pseudónimo bajo el que escribe una de las novelistas más prolíficas en cuanto a narrativa romántica puramente lésbica se refiere. La autora norteamericana rinde homenaje así a la valiente escritora inglesa que vió cómo su novela fue calificada de “libelo obsceno” por un juez y murió antes de ver cómo se levantaba la prohibición de su lectura en Londres.


Me centraré aquí en la primera de las autoras, en la Radclyffe original, aquella que se calificó a sí misma como “invertida congénita” y que fue reivindicada en los peores momentos de censura por autores tan dispares como George Bernard Shaw o H. G. Wells.

El pozo de la soledad cayó en mis manos hace mucho tiempo. Un poco más tarde que Djuna Barnes o Gertrude Stein, como una extensión lógica en mi necesidad de conocer aquello que otras mujeres escribieron sobre mi condición sexual. En una curiosad o avidez sobre la que han reflexionado intelectuales feministas como Adrienne Rich o queer como Monique Wittig. Una dijo, “Para nosotras el proceso de nombrar y definir no es un juego intelectual, sino una captación de nuestra experiencia y una llave para la acción. La palabra lesbiana debe ser confirmada porque descartarla es colaborar con el silencio y la mentira acerca de nuestra existencia misma, es hacernos caer en el juego de la clandestinidad y volver de nuevo a la creación de lo inefable". Y la otra, la famosa sentencia: “Las lesbianas no son mujeres, ya que la noción misma de mujeres sólo adquiere significado en sistemas de pensamiento heterosexuales y en sistemas económicos heterosexuales”.

Bueno. Radclyffe escribió en The Well of Loneliness las andanzas de Stephen, quien se descubre enamorada de otra mujer. Es una chica con nombre y educación de chico. Recordemos que el libro está escrito en 1928, por lo que el contexto lo es todo. Refleja ese encorsetamiento que aún hoy pervive en algunas esferas de nuestra cotidianidad. Las mujeres son pasivas y los hombres activos y más dotados para el deporte y las digresiones intelectuales. Stephen contradice esto. Como así lo hizo la misma Radclyffe, nacida como Margueritte y que prefería ser llamada John, pero que finalmente ha pasado a la posteridad por su apellido.

Hall vivió abiertamente su lesbianismo, al lado de diversas mujeres con las que compartió su existencia. Es innegable que su considerable herencia monetaria le dió la libertad necesaria. A pesar del estilo de vida de la autora y de ser considerado “una indecencia”, The Well of Loneliness tiene en sus páginas una carga negativa innegable. Puede que a alguien le resulte molesto si desvelo que el libro no tiene un final feliz. Aunque sería como decir que Anna Karenina se tira al tren. Es irrelevante. Lo que me interesa más es esa contradicción. Cómo la misma Radclyffe censuró a su propia criatura. Stephen se atormenta y se considera como “un ser incompleto” por el hecho de ser lesbiana. La autora tuvo éxito en su novela precedente y por eso osó aventurarse con un tema tan explícito y rechazado por la época, aún así, la protagonista tenía que sufrir por sus “pecados” y arrastrar también una tópica aversión por parte de su madre, quien la considera una versión “mutilada e imperfecta” de su marido. Pero el libro también retrata el París de la “rive gauche”, el de las lesbianas del círculo de Natalie Barney. Un momento de esplendor. Es todo eso. Ya digo. Pura contradicción. Lesbianas en guetos que salen y se enamoran de “mujeres de verdad”, pero que pagan cara esta temeridad.

Ante la reacción brutal que tuvo la salida del libro a la luz, la propia autora argumentó que los invertidos son también criaturas de Dios. Sostuvo que ella no se había alejado en su libro del estándar moral heterosexual, ya que sólo los verdaderos invertidos son capaces de soportar esa clase de vida, mientras que hay personas que no lo resisten y retornan al camino de la normalidad. Recordemos que eran los años 20. Se salía del paso con los instrumentos de los que disponían entonces.

Sea como sea, muchas lesbianas leyeron el libro en su momento. No en Inglaterra hasta tiempo después, pero sí en Estados Unidos, por ejemplo. Muchas mujeres se vieron reflejadas en estas páginas. Reconocieron sus miedos, sus anhelos, su diferencia. Por ello, libros como El pozo de la soledad son bastiones fundamentales en la construcción de un imaginario colectivo que nos ha traído hasta las libertades que disfrutamos en estos momentos.

Desde hace años Margaret Atwood es casi la única mujer que suena en las quinielas previas al Nobel, bueno, junto al de Doris Lessing que por fin se lo ha llevado este año. Da igual que se lo den o no, las pautas que rigen este galardón son de lo más insospechadas para mí, si no, mira Elfriede Jelinek… La cuestión es que es una de las autoras vivas más relevantes y polifacéticas, que igual hace novela de ciencia-ficción, que poesía, que cuento. A mí me atrajo primero de todo la sonoridad de su nombre y que fuera canadiense. Aunque ya había leído algo de ella, no me había calado tanto como La mujer comestible, su primera novela publicada en 1969 aunque escrita cuatro años antes. En ella cuenta el desvarío que sufre una joven desde el momento en que decide ser aquello que se espera de ella: una buena esposa y ama de casa. Es una historia ubicada en mitad de los años sesenta y en un principio ese conflicto que se le plantea a Marian te parece de lo más chocante y pasado de moda, eso ya no ocurre, piensas ingenuamente, pero la novela de Atwood acaba hurgando más allá de la anécdota.

La chica tiene estudios, tiene un trabajo y tiene un amigo/amante con el que pasa el rato alegremente. Pero de repente siente sobre sí el peso de la sociedad (ese concepto tan ambiguo cuando lo ves escrito pero que puedes palparlo cuando te afecta de cerca), de lo que se supone que debe ser para cumplir con la normalidad, con los cánones de buena conducta, y ella, chica lista, sigue, a priori, el guión con facilidad. Las aguas van por el cauce que deben ir y su novio le pide en matrimonio a pesar de haber sido hasta el momento un soltero de esos recalcitrantes que sienten pavor al compromiso. Es en ese punto, cuando él hace lo que corresponde, cuando a ella se le empiezan a fundir los plomos; hasta ahora estaba a salvo con alguien como él, pero ahora ya no habrá manera de escapar, no puede decir que no, no puede mostrar un carácter tan resuelto, tan independiente, no puede, básicamente, desear otra cosa para sí misma. La protagonista se transforma de manera tan súbita que apenas formalizan su compromiso y él le pregunta cuándo quiere casarse, ella le contesta, atónita antes sus propias palabras: “Prefiero que lo decidas tú. Las grandes decisiones prefiero dejártelas a ti”. Una respuesta espeluznante pero con plena vigencia.

A lo largo de diferentes situaciones, con sus compañeras de oficina (las tres vírgenes, como ella las llama), con su familia, con un extraño amigo que conoce en la lavandería, con su prometido, con su compañera de piso que está decidida a ser madre soltera para poder culminar su feminidad…, seguimos a Marian en su comportamiento cada vez más bizarro y vemos la progresiva pérdida de identidad que sufre, cómo no se reconoce a sí misma, pierde poco a poco el apetito y deja de consumir cualquier alimento que pueda identificar como ser vivo. Ella cree que su novio quiere destruirle, ella cree que desea ser reajustada y devuelta al redil, pero en realidad lo único que tiene claro es lo que no quiere, no quiere desempeñar un rol pasivo, aunque no sabe cómo hacerlo. Como ya he dicho, al principio te chirría un poco el gran dilema que se plantea esta mujer, pero la autora sabe trascender el detalle mediante un simbolismo muy particular, hablando del derecho de elección y de la idea de mujer.

En la introducción de Margaret Atwood a la edición que me he leído cuenta que aunque la publicación de su libro, a principios de los setenta, coincidió con el auge del feminismo, su obra es más bien protofeminista porque en su entorno no había todavía ningún movimiento semejante en 1965. Y sobre éste afirma que “las metas del movimiento feminista no se han alcanzado, y quienes aseguran que vivimos en una era post-feminista se equivocan, lamentablemente, o se han cansado ya de pensar en estos temas”. Aunque estas palabras corresponden a 1979 considero que aún siguen teniendo sentido. El feminismo es un movimiento que ha pasado por diferentes estadios desde los primeros escritos de Simone de Beauvoir y Betty Friedman, críticas externas y sobre todo disputas internas, que como en la izquierda en general, han lastrado su desarrollo, su calado universal. El otro día, mientras veía la película Becoming Jane que cuenta la juventud de la gran escritora inglesa del siglo XIX Jane Austen, me acongojaba viendo de cerca lo mal que lo habían tenido las mujeres para ser quiénes querían ser hasta hace nada, e incluso ahora, y lo mucho que algunas se habían rebelado y alzado por encima de la norma. A estas alturas no se trata solamente del hombre queriendo domesticar a la mujer, sino también de las mujeres limitándose a ellas mismas.

Sarah Schulman - "Gente en apuros" (Alfaguara)

Vi hace poco una película que me recordó un libro que había leído hace un tiempo. Shortbus y People in trouble. John Cameron Mitchell y Sarah Schulman. Ambas son historias sobre personas que viven en los márgenes no visibles de la sociedad. No sé si la palabra marginado sería adecuada o no. Es tan genérica que casi pierde su sentido. El centro de atención está focalizado en un grupo de gente que no se siente cómoda con los clichés sexuales que se le han impuesto. No divagaré aquí sobre las construcciones sociales de sexo y género. Pero sí haré mención a la teoría queer, que tiene en ello su objeto de estudio, por si a alguien le interesa saber un poco mejor de qué va todo esto. Es una reflexión intelectual llevada a cabo por filósofos y profesores universitarios que dan palabras a un sentimiento colectivo. Perdido el espíritu combativo de Stonewall, se hizo necesaria otra enunciación para reclamar la diferencia y la diversidad. Un resumen rápido. Queer significa raro, pero es usado –como fagget en el argot inglés– como marica o bollera; un insulto, se entiende. Pues bien, la teoría queer coge el insulto y se lo apropia. Es como levantar la cabeza y gritar. “¡Soy marica! ¿Y qué?” Todo ello adornado con una extensa y compleja amalgama de teorías que parten de la deconstrucción social esgrimida por Derrida o Foucault y que se quieren separar de la hasta entonces (hablamos de principios de los 90) corriente imperante en los ensayos sobre homosexualidad.

Y con ese grito conceptual se defienden también los personajes de Shortbus. El film sigue los pasos a un grupo de personas en Nueva York, en concreto sus andanzas en un local donde todos confluyen, se mezclan, se entienden y se reconfortan. Entre ellos no tienen nada en común más que sus rarezas sexuales, que les alienan en un mundo construido a sus espaldas.

Sufrimiento, decadencia sexual, conocimiento de la propia diferencia, diversidad humana y ningún miedo a situar el punto de vista en aquello que fluctúa por otros caminos que van más allá de la heteronorma, People in trouble de Sarah Schulman confluye también en todo este maremágnum. Todo y estar escrito en 1990, unos 17 años antes del estreno de la película de John Cameron Mitchell, para mí simbolizan lo mismo. El espíritu es el mismo. En el libro de Schulman lo importante es el extraño ambiente que rodea a los protagonistas. Un ambiente como en descomposición, difícil, que rechaza, que hace daño. Schulman se centra en Gente en apuros en la crisis del SIDA, a través de la visión de tres personajes principales que están en búsqueda de su propia identidad sexual, como ser humano con derecho a un lugar en el mundo. Se inspiró Schulman en sus días como activista con ACT UP (AIDS Coalition to Unleash Power) y situó la novela en el East Village neoyorquino. Fue una de las primeras aproximaciones a mostrar las reacciones de los propios afectados por la pandemia. Actuación, posicionamiento político ante la crisis, y no contemplación y asimilación de la enfermedad como ese castigo divino ante el pecado homosexual. Un libro intenso, abierto, sin tapujos, un retrato vívido sobre la homosexualidad en ese momento y que en España fue publicado por Alfaguara, aunque ahora está totalmente descatalogado.

Es curioso, asocio este libro con Shortbus, pero no me vino a la cabeza el musical Rent, todo y que el tema que tratan es el mismo. Pero están relacionados. Y tanto. De hecho, este libro y su autora hicieron un poco de ruido unos años después, cuando la autora lesbiana denunció que el exitoso musical de Broadway (del que posteriormente se ha hecho una versión en el cine) había plagiado partes significativas de su libro. Incluso publicó un ensayo al respecto en 1998, Stagestruck: Theater, AIDS and the Marketing of Gay America. Para sintetizar lo que Schulman piensa, mejor leerlo de un extracto de una entrevista realizada por Javier Sáez y publicada en su página hartza.com. “Lo que pasó con mi novela forma parte de una estrategia muy habitual: obras que surgen de culturas marginales, como Gente en apuros, son aprovechadas por el sistema para su comercialización a gran escala, eliminando toda su crítica y sus elementos más originales”. Sobran las palabras.

Unos Planeta sin sorpresa

Anoche se falló la última edición de los populares Premios Planeta. Bueno, es un decir, porque cuando se desvelaron los nombres de los ganadores pocos interesados en el trasunto esperaban escuchar otros que no fueran estos. Tres se barajaban, el del escritor y periodista Juan José Millás, el del presentador televisivo y escritor -los oficios van por orden de importancia para el interesado- Boris Izaguirre, y el del filósofo y escritor, últimamente metido en política, Fernando Savater. Los dos primeros son colaboradores en diferentes medios del grupo empresarial Prisa, mientras que el tercero es reverenciado por los sectores más conservadores de la escena estatal. Si a eso se le suma que los dos más reputados -el primero y el tercero- podrían verse heridos en el caso de salir escogidos como finalistas frente al otro, era lógico que el resultado final fuera el único posible con Millás como ganador e Izaguirre como comparsa.

De ese modo el grupo Planeta ya está consiguiendo lo que deseaba, que no sólo el aparato mediático al que está vinculado -Antena3, Onda Cero, ADN, etc.- celebrará la concesión de los galardones, sino que también lo hiciera toda la maquinaria de Prisa, con la Ser, el País y Cuatro a la cabeza (sólo había que poner unos minutos la radio para que nos recordaran la noticia). Ciertamente hace años que estos premios no se siguen con interés literario -se ha premiado cada tostón-, pero no deja de producir cierta tristeza que en la actualidad sólo sirvan para establecer una estrategia comercial que sólo impulsa dos libros, quizás los únicos que compre algún desinformado por el bombardeo publicitario, y que posiblemente no satisfagan las expectativas generadas.

Las novelas El Mundo (la ganadora) y Villa Diamante (la finalista) saldrán a la venta a mediados de noviembre.

Millás en la edición 2006 de la FIL de Guadalajara, México. (Cortesía FIL Guadalajara/Michel Amado Carpio)

NOTA AL PIE: Respecto al mecanismo con que funciona este millonario galardón -el premio literario más elevado tras el Nobel- ha escrito hoy en su blog Javier Ortíz. Les destaco un fragmento:

"Lo que no acabo de entender es por qué hay gente de reconocido talento –reconocido socialmente, quiero decir–, como Pere Gimferrer, (últimamente acusado de plagiario) y Bryce Echenique, Rosa Regàs, que se presta a esa comedia [la de ejercer de jurado, n.a.] no demasiado edificante. Tampoco sé cómo gente capacitada para distinguir un texto bien escrito de un bodrio acepta la presencia a su lado de alguien como Carmen Posadas, que sencillamente no sabe escribir."

Pueden leerlo completo aquí (si superan la primera mitad del texto, que nada tiene que ver con el asunto).

Juan Madrid - "Nada Que Hacer" (Seix Barral)

Cuando la novela negra vivió un apogeo a principios de los ochenta merced al éxito de la incursión en el género de Manuel Vázquez Montalbán y su serie protagonizada por Pepe Carvalho, la industria española abrió sus puertas a nuevos autores que lo trabajaran desde un punto de vista autóctono. Uno de los que irrumpió con más fuerza fue Juan Madrid, que por aquél entonces ejercía como periodista de sucesos; aunque él, a diferencia de otros colegas como González Ledesma o el propio Montalbán (por citar los dos ejemplos más notables) mostró un interés por reivindicar el suceso criminal como esencia del género, tratando de despojar a sus novelas de cualquier trama paralela.

Fruto de esta intención publicó en 1984 esta Nada Que Perder (Seix Barral/descatalogada), que constituye su primera novela fuera de su serie protagonizada por Toni Romano, y en la que todo el peso de la acción de la trama recae sobre una venganza, la que el ex-convicto Silverio Roca ha planeado contra Miguel "El Chino", un proxeneta que se mueve como pez en el agua por los bajos fondos madrileños, que le traicionó tras hacer "un trabajo" para él. Poco sucede como digo al margen de la propia trama, y aunque la historia toca de puntillas corruptelas bancarias de altos vuelos, o la difícil vida en los barrios más humildes de la capital española en los primeros ochenta, a penas son un decorado para que en él se muevan los personajes.

Si a ello le sumamos que ni los personajes ni las situaciones tienen una carga extrapolable a otros ámbitos que puedan enriquecerla (como sucedía en la magnífica Cosecha Roja de Hammet), el experimento de búsqueda de la esencia negra de Madrid queda un tanto deslucido, pues no tenemos más que una sucesión de acciones en las que el único atractivo es ver qué pasará a continuación.

Tras este relativo tropiezo, Juan Madrid regresaría al personaje de Toni Romano en Regalo de la Casa (1986), para poco después guionizar la exitosa serie policial emitida por TVE Brigada Central. Recientemente acaba de publicar su última novela, Pájaro en Mano (Ediciones B), ambientada en la Marbella actual.

Doris Lessing, Premio Nobel de Literatura 2007

La escritora británica Doris Lessing ha sido galardonada hoy con el Premio Nobel de Literatura 2007. La academia sueca ha decidido honrarla con su premio por su "capacidad para transmitir la épica de la experiencia femenina y narrar la división de la civilización con escepticismo, pasión y fuerza visionaria".

Del siguiente modo recogían la noticia los medios más destacados de la prensa española:

El Nobel premia la literatura indómita e inconformista de Doris Lessing (ABC)

«Me dijeron que nunca ganaría el Nobel» (ABC)

"Éste es el premio más 'glamouroso" (El País)

El zumbido de su cerebro trabajando (Rosa Montero en El País)

Una obra pegada a la piel del tiempo (Ana María Moix en El País)

La abuela de Caperucita y el lobo feroz (Público)

Joan Didion- “El Año del Pensamiento Mágico” (Global Rhythm Press)


Ejercicio de memoria

En una entrevista que leí la escritora californiana Joan Didion definía con tres palabras su ideal de estilo: Economía, claridad, sencillez. Han pasado muchos años desde que empecé a devorar libros. En un principio mis motivaciones eran de diversa naturaleza, estaba el fetichismo por el objeto en sí mismo junto al hambre de historias, personajes, otras vidas, otros mundos, que no fueran el mío, aunque muchas veces también acabaran siéndolo. La cuestión es que mis primeros enganches a la literatura eran con relatos enrevesados y barrocos, de una intensidad muy propia de la adolescencia. Mi autor más adorado era Javier García Sánchez, un escritor español muy bueno pero poco conocido que ha parido obras magnas como El mecanógrafo, El Alpe d’Huez, o Última carta de amor. No se puede decir que la sencillez sea su seña de identidad, precisamente. Tampoco la de otros de mis primeros favoritos, Virginia Woolf, Carson McCullers, Djuna Barnes, … Eso sí, a Faulkner no llegué. Pero con Marguerite Duras se produjo una bifurcación en el camino, ella representaba el extremo completamente contrario.

Marguerite Duras fue el principio, el descubrir que había una forma más sintética de contar historias y expresar sentimientos. Luego cayó en mis manos Jane Austen, Truman Capote, A.M.Homes, John Irving, … todos ellos hacen gala de un estilo depurado, directo, preciso, el reino de las frases que dicen justamente lo que dicen sin necesidad de convertirse en subordinadas, que con toda la ironía y ninguna pomposidad, aportan una visión aguda de la realidad. No es que haya vivido un proceso ascético en busca del zen, no, sólo que cada vez valoro más la eficacia, las cosas bien hechas y la ausencia de pedantería. Adoro los autores discretos, sin pose, a los maestros del lenguaje, los que hacen magia con muy pocos elementos y que sin embargo no creen estar por encima de los mortales.

Ése es el territorio que más admiro como lectora. Y en él se sitúa como ama y señora Joan Didion, una adorable mujer de 73 años, con cinco novelas, numerosos ensayos y guiones como los de Pánico en Needle Park (1971) o Ha nacido una estrella (1976), en su haber, a la que en Estados Unidos se incluye entre los autores contemporáneos más relevantes, aunque en Europa sea una desconocida. En España, por ejemplo, apenas se han publicado tres de sus obras. El año del pensamiento mágico es la más reciente, la que me ha servido de excusa para soltar todo esto, y que empieza así:

La vida cambia rápido.
La vida cambia en un instante.
Te sientas a cenar, y la vida que conoces se acaba.

La vida cambió de repente para Joan Didion cuando a finales de 2003 su marido, John Gregory Dunne, también escritor, murió de un ataque al corazón cuando ambos se disponían a cenar en su casa de Nueva York, donde precisamente se encontraban cuidando de su hija, Quintana, ingresada y en coma a raíz de una neumonía. De golpe y porrazo, la tragedia había entrado en escena. La autora reproduce fielmente en las apenas doscientas páginas de este particular ensayo personal, la manera en que vivió esta experiencia, la negación, el duelo, la obsesión, el miedo a caer en la autocompasión.

El año del pensamiento mágico es uno de los libros que más me ha impactado porque se zambulle con osadía en un territorio poco explorado (o al menos no de esta forma, sin adornos ni sentimentalismo) en las sociedades occidentales, el territorio de la muerte, y lo hace mirando de frente al dolor, a la pérdida, y aportando valiosas reflexiones desde una estructura caótica y con el natural desorden de alguien que recuerda, que repasa, que analiza cada detalle vivido con la persona querida. Es de esos que te acompañan aún mucho después de haberlos culminado, a los que vuelves, que maduras y en los que profundizas con el tiempo. La historia de la autora se entrelaza con la tuya, su ejercicio de memoria, sus menudencias cotidianas te hablan de algo mayor e inalcanzable, lo desprotegidos que nos quedamos ante la muerte.

De algún modo siempre he creído que las personas que han vivido el drama de cerca están íntimamente unidas, tocadas por un mal hado pero también con una sensibilidad más desarrollada para la vida. Al poco de publicar este libro la hija de Didion, que por un tiempo pareció recuperada, también falleció. En una entrevista con Eduardo Lago en Babelia decía “Creo que mi visión de la muerte no cambió tan radicalmente con la pérdida de John como con la de Quintana; ahora son muy pocas las cosas negativas que pueden sucederme”. La muerte, para bien y para mal, pone las cosas en su sitio.

Pablo Tusset - "En El Nombre Del Cerdo" (Destino/Booket/Columna)

Pablo Tusset tenía ante sí un difícil reto cuando se dispuso a escribir ésta su segunda novela, mantener al menos el tipo después del éxito obtenido con su primera obra publicada, la celebrada por el público Lo mejor que le puede pasar a un cruasán. Era aquella una novela amable pese a su tono ligeramente irreverente, con trasfondo detectivesco, y en la que el humor tenía un gran peso. Con tantos condimentos era lógico pues preguntarse cuál de esas vías, sino todas, sería la que el autor retomaría en su sucesora o si daría en su nueva obra un giro radical.

Pero ni una cosa ni la otra se dan del todo en En el nombre del cerdo. En el libro, que se inicia engañosamente -pues la trama no es policíaca- con el hallazgo de un cadáver descuartizado en el matadero de una inaccesible y pequeña localidad catalana, se suceden dos acciones en paralelo. La primera la protagoniza un curioso comisario a punto de jubilarse -el primero que atiende el crimen, aunque no se le encargará la investigación-, que precisamente ante el fin de su carrera profesional se está replanteando su vida. La segunda se inicia en Nueva York, donde un joven inspector, amigo del comisario, intenta también dar un nuevo rumbo a su existencia.

Nos encontramos pues ante una historia con un planteamiento complejo y que, como veremos a medida que avance la narración, se va tornando más ambicioso, pues sus protagonistas, especialmente el del inspector en Estados Unidos, van incorporando hilos argumentales a la trama, que Tusset tratará además de resolver. Además, pese a lo que superficialmente pueda parecer (por la presencia de un crimen, policías y demás), la preocupación del autor se centra esta vez en los personajes y no en la acción, y es en su personalidad (en uno de los casos enfermiza), en sus actos y decisiones, donde se desarrollará el nudo de la novela.

Todo ello, al tiempo, es narrado con aparente sencillez -hay algunos diálogos en los que Tusset demuestra una maestría para nada sencilla-, conseguida muchas veces, como ya hizo en su anterior obra, mediante el uso frecuente de referencias de la cultura popular más contemporánea e incluso cañí. Sin embargo, este rasgo formal, que dotaba de frescura a aquél homenaje autóctono a La conjura de los necios que fue Lo mejor que le puede pasar a un cruasán, aquí resulta un tanto forzado e incluso superfluo, cuando nada aporta al desarrollo de una acción carente de ritmo (precisamente el ritmo era una de las virtudes de la anterior novela de Tusset), en la que al lector no le resulta en ocasiones adelantarse a los hechos.

Lamentablemente, el autor no consigue llevar a buen puerto el planteamiento expuesto (en el que incluso llega a aparecer una especie de álter ego del propio escritor), dos historias paralelas aunque muy contrastadas, en las que parece querer establecer dos retratos antagónicos aunque complementarios de la condición humana. Y finalmente la novela y sus subtramas, que se tocan en un momento sin llegar a converger definitivamente, se resuelven de un modo un tanto forzado que, efectivamente, cierra la obra, pero que deja el retrato aparentemente ambicionado a lo largo de ella en un mero esbozo. Una pena.

Dashiell Hammett - "Cosecha Roja" (Alianza Editorial)

Dos entradas y dos exitosos autores contemporáneos de novela negra. Tras ellos me pidió el cuerpo acudir a las raíces, y si este género las tiene, pasan necesariamente por la pluma de Dashiell Hammett, el escritor leyenda. Leyenda porque en eso le convirtió el cine, especialmente por la popular adaptación de su novela El Halcón Maltés; pero mítico, verdaderamente, por decirse de él que su vida fue tan tormentosa como la de sus personajes. Él fue el detective que se recicló en escritor, y el escritor que acabó arruinado por un amor apasionado y bañado en alcohol.

Antes de que lo segundo pasara, Hammett se catapultó a la fama con Cosecha Roja, una impresionante novela en la que acompañaremos a un detective privado -cuya identidad nunca conoceremos- a Personville, una ciudad en la que la corrupción campa por sus respetos y cuyos sus habitates han rebautizado como Poisonville. Llamado por un cliente que fallece asesinado justo antes de entrevistarse con nuestro protagonista, el detective pronto es contratado por el padre de la víctima, el empresario más poderoso de la ciudad, para que acabe con las bandas que le están arrebatando su poder. Para ello, el detective no dudará en mezclarse con ellos y enturbiar el ambiente, con la intención de que sean unos los que acaben con otros.

La trama de Cosecha Roja es espectacular, pues a pesar de su apariencia enmarañada, el lector mínimamente atento no perderá el hilo en la sucesión de acontecimientos teñidos de sangre, que se suceden vertiginosamente. Del mismo modo, destaca también la agilidad de unos diálogos que, protagonizados por ese antihéroe que es nuestro detective de la Continental (que volvería a protagonizar la novela La Maldición de los Dain y un buen puñado de relatos breves del autor), crearían escuela en el género. No obstante cabe señalar que esta novela, publicada por primera vez en 1929, supone la esencia misma del estilo policíaco; y su dureza, el trazo grueso con que es relatada, tan contrastado como el duro blanco y negro de las primeras películas que lo llevarían a la gran pantalla, podrá no agradar a los que gusten de las historias más sutiles en que ha devenido el estilo con los años.

Sin embargo, Cocecha Roja tiene una virtud fundamental que la hace, además de su cualidad de seminal, sobreponerse a muchas de sus seguidoras y a la mayoría de las obras de nuestros días. Y no es otra que su universalidad. Pues aunque la trama se pueda situar fácilmente en la época en que se escribió, su falta de detalle, las vagas descripciones de sus protagonistas y la naturaleza visceral en que manifiestan sus sentimientos, hacen que su historia trágica sea fácilmente asumible, viva y comprensible, tanto entonces como ahora, pasados tantos años desde su aparición. Y así se forjan también los clásicos.

Ian Rankin - "El Jardín de las Sombras" (RBA)

A pesar de ser toda una celebridad en su Escocia natal y uno de los escritores de novela negra más vendedores de los últimos tiempos, me atrevería a afirmar sin miedo a equivocarme que Ian Rankin no goza de mucha popularidad en nuestro país. Seguramente por esto último, cuando me enfrenté hace unas semanas a Black & Blue, la octava novela protagonizada por su más célebre personaje, el inspector Rebus, tampoco esperaba demasiado. De ella había leído (en lo poco que pude encontrar en castellano en la red sobre el autor) que era aquella en la que la escritura de Rankin había dado un salto cualitativo; y, aunque a nivel literario no me fascinó (no sé si atribuirlo al autor a una posiblemente torpe traducción), quedé prendado por su ritmo increscendo, su descripción del contexto y la personalidad de su protagonista.

Así tan sólo unas semanas después de aquél descubrimiento me sentaba frente a una nueva aventura de Rebus, con el fin de ver si me encontraba con un nuevo retrato de la Escocia actual -Black & Blue fotografiaba el declive de las zonas costeras escocesas edificadas alrededor de una industria petrolífera que da sus últimos coletazos sin que su pasada prosperidad se haya empleado en beneficio del país- y con nuevos diálogos del irreverente inspector. El Jardín de las Sombras (editada por primera vez en 1998) es el título de la continuación de aquélla, y digo continuación con toda la intención porque, si bien en estas series actuales de novelas protagonizadas por los mismos personajes (llámense Carvalho, Wallander o Brunetti) algunas líneas argumentales pasan de unas novelas a otras, creo que en este caso la relación es más acentuada.

Veamos, El Jardín de las Sombras se puede leer independientemente, pero algunos personajes carecen de profundidad y no parecen más que una comparsa si uno no los ha conocido en la anterior entrega. Al margen de esto, en la novela nos encontramos de nuevo con un desarrollo en el que el protagonista se ve implicado de repente en una situación que convierte su rutinaria investigación sobre el pasado nazi de un respetable anciano, en una enrevesada trama, esta vez ambientada en la disputa del mercado escocés por parte de dos bandas de crimen organizado. Con estos mimbres, en los que incorpora como es habitual sucesos reales acaecidos en su país, Rankin teje esta vez una novela correcta y entretenida, aunque carece de la profundidad y la fuerza dramática de su predecesora, quizás por querer abarcar tantas líneas argumentales.

Pese a ello El Jardín de las Sombras no deja de ser entretenida, pero desde el conocimiento de su predecesora se hace inevitable recomendar al que todavía no se haya acercado a las aventuras de Rebus, que acaban ahora de cumplir veinte años (se está celebrando en Escocia por todo lo alto), que empiece por Black & Blue. El personaje, típico de la novela negra pero brillantemente trazado y contextualizado (aquí se hace cierto lo de que el contexto, en este caso Edimburgo y Escocia en general, es también protagonista), creo que lo merecen.

Agustín Fernández Mallo- “Nocilla dream” (Candaya)

Zapping en mi mente

Imagina que tu cabeza funciona como las búsquedas en internet: un enlace te lleva a un tema que tiene un enlace que te lleva a un tema... Picoteando de aquí y de allá: de la sección de política de la prensa digital a la definición de la teoría del caos en la Wikipedia.

Nocilla Dream podría estar guiado por esta lógica: mordiscos de información de disciplinas totalmente dispares, sin ninguna conexión aparente para el lector que pasa las páginas pero con un probable hilo conductor para su autor Agustín Fernández Mallo. Eso sí, un hilo muy fino e invisible.

Pero independientemente de si existen conexiones entre los capítulos de Nocilla Dream, lo que es seguro es que al menos 3 o 4 temas te obligarán a levantarte del sillón para averiguar a través del Google la veracidad de los mismos. ¿Qué es una micronación?, ¿Existe un árbol en el desierto de Nevada donde las personas cuelgan sus viejas zapatillas y se agencian unas ajenas?, ¿Es cierto que los mejores surfistas del mundo son unos ancianos chinos que adquieren tremendo equilibrio al recolectar el Kwair (un fruto cítrico)?

Desde luego esto no pretende ser una crítica bibliográfica, (aunque no se puede negar que algunas voces del ámbito literario ya lo han tildado como revolución de la estructura narrativa). Mi intención es mucho más humilde. Responde a un hermanamiento entre la forma de escribir de Agustín Fernández Mallo y el funcionamiento de mi cerebro. A partir de ahora nunca más Cristina dispersa, sino zapping literario en mi cabeza. Gracias Nocilla Dream por ponerle un nombre tan artístico a lo que discurre por mi mente.

Henning Mankell - "La Quinta Mujer" (Tusquets/Quinteto)

Tenía verdadero interés en leer a Henning Mankell. Aficionado siempre -y un poco más dedicado últimamente- a la lectura de novela negra, el del escritor sueco era uno de los nombres destacados con los que me solía encontrar frecuentemente al leer sobre el género y que todavía me faltaban por descubrir. Así pues, tras informarme un poco sobre cuál de sus novelas era la más indicada para zambullirse en su obra, me adentré en la lectura de La Quinta Mujer, la sexta aventura de Kurt Wallander, el personaje que le lanzó a la fama.

La novela se inicia con un asesinato en Argelia que, pese a ser ocultado a la luz pública, acabará desencadenando una serie de crímenes en la región sueca de Ystad en la que trabaja el inspector Wallander. Los asesinatos, son aparentemente inconexos, aunque los une el hecho de que todos han sido cometidos de un modo atroz.

Ése es el punto de partida de una novela que a mi parecer, más que pertenecer al género negro, responde a la premisa del thriller o la novela policial. Pues a pesar de que Mankell trate de adornar la trama con algunos problemas personales del protagonista, o la sitúe en un contexto social en el que se habla de una Suecia en la que algunos ciudadanos empiezan a formar milicias al sentirse desamparados por las fuerzas de seguridad pública, éstas no son sino pinceladas que no afectan al tema principal: la minuciosa y detallada investigación de los asesinatos.

Es así la investigación la única protagonista de la trama, y esta narrada con innegable solvencia y de un modo aparentemente muy detallado (aunque a mí me pareció que se dan algunas deducciones un tanto forzadas), que emparenta con el estilo de las películas y series policiales que triunfan ahora en cine y televisión. Sin embargo a mí me quedó, pese al rato entretenido, un cierto sinsabor, pues esperaba -como siempre espero en las novelas negras- algo más que una mera sucesión de pesquisas. Además, la figura de Wallander se me antojó un tanto común, encorsetada entre su fidelidad a su profesión y sus tópicas inseguridades personales, configurando el típico buen policía (para buen policía me quedo con el Brunetti de Donna Leon, del que seguramente escribiré por aquí).

Quizás haya sido demasiado exigente o quizás debiera haber empezado por otra de sus obras -aunque Tusquets eligió ésta como la que presentaría al inspector en España-, pero el caso es que, pese a su éxito de ventas y los galardones que recibe (uno de los últimos el Pepe Carvalho que concede el Ayuntamiento de Barcelona, por su carrera dentro del género), Mankell me ha dejado bastante frío. Como las calles de Ystad.

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