Radclyffe, que no Radcliffe. Nada tiene que ver una escritora inglesa de finales del siglo XIX con el actor que da vida a Harry Potter. Les une que son ambos británicos, pero ya está. Sin embargo, Radclyffe y Radclyffe viajan juntas (al menos en mi pequeño mundo interior), aunque muy separadas en el tiempo y en las circunstancias. Puede que esto que he escrito así de entrada no tenga mucho sentido. Son sólo impresiones. Pero si lo explico, todo se entenderá un poco más. Radclyffe Hall fue una escritora inglesa que vivió de 1880 a 1943. De familia acaudalada, ha pasado a la posteridad por The Well of Loneliness (El pozo de la soledad), una novela que tiene como principal logro ser la primera en lengua inglesa cuyo tema es explícitamente lésbico. Por su parte, Radclyffe es también el pseudónimo bajo el que escribe una de las novelistas más prolíficas en cuanto a narrativa romántica puramente lésbica se refiere. La autora norteamericana rinde homenaje así a la valiente escritora inglesa que vió cómo su novela fue calificada de “libelo obsceno” por un juez y murió antes de ver cómo se levantaba la prohibición de su lectura en Londres.


Me centraré aquí en la primera de las autoras, en la Radclyffe original, aquella que se calificó a sí misma como “invertida congénita” y que fue reivindicada en los peores momentos de censura por autores tan dispares como George Bernard Shaw o H. G. Wells.

El pozo de la soledad cayó en mis manos hace mucho tiempo. Un poco más tarde que Djuna Barnes o Gertrude Stein, como una extensión lógica en mi necesidad de conocer aquello que otras mujeres escribieron sobre mi condición sexual. En una curiosad o avidez sobre la que han reflexionado intelectuales feministas como Adrienne Rich o queer como Monique Wittig. Una dijo, “Para nosotras el proceso de nombrar y definir no es un juego intelectual, sino una captación de nuestra experiencia y una llave para la acción. La palabra lesbiana debe ser confirmada porque descartarla es colaborar con el silencio y la mentira acerca de nuestra existencia misma, es hacernos caer en el juego de la clandestinidad y volver de nuevo a la creación de lo inefable". Y la otra, la famosa sentencia: “Las lesbianas no son mujeres, ya que la noción misma de mujeres sólo adquiere significado en sistemas de pensamiento heterosexuales y en sistemas económicos heterosexuales”.

Bueno. Radclyffe escribió en The Well of Loneliness las andanzas de Stephen, quien se descubre enamorada de otra mujer. Es una chica con nombre y educación de chico. Recordemos que el libro está escrito en 1928, por lo que el contexto lo es todo. Refleja ese encorsetamiento que aún hoy pervive en algunas esferas de nuestra cotidianidad. Las mujeres son pasivas y los hombres activos y más dotados para el deporte y las digresiones intelectuales. Stephen contradice esto. Como así lo hizo la misma Radclyffe, nacida como Margueritte y que prefería ser llamada John, pero que finalmente ha pasado a la posteridad por su apellido.

Hall vivió abiertamente su lesbianismo, al lado de diversas mujeres con las que compartió su existencia. Es innegable que su considerable herencia monetaria le dió la libertad necesaria. A pesar del estilo de vida de la autora y de ser considerado “una indecencia”, The Well of Loneliness tiene en sus páginas una carga negativa innegable. Puede que a alguien le resulte molesto si desvelo que el libro no tiene un final feliz. Aunque sería como decir que Anna Karenina se tira al tren. Es irrelevante. Lo que me interesa más es esa contradicción. Cómo la misma Radclyffe censuró a su propia criatura. Stephen se atormenta y se considera como “un ser incompleto” por el hecho de ser lesbiana. La autora tuvo éxito en su novela precedente y por eso osó aventurarse con un tema tan explícito y rechazado por la época, aún así, la protagonista tenía que sufrir por sus “pecados” y arrastrar también una tópica aversión por parte de su madre, quien la considera una versión “mutilada e imperfecta” de su marido. Pero el libro también retrata el París de la “rive gauche”, el de las lesbianas del círculo de Natalie Barney. Un momento de esplendor. Es todo eso. Ya digo. Pura contradicción. Lesbianas en guetos que salen y se enamoran de “mujeres de verdad”, pero que pagan cara esta temeridad.

Ante la reacción brutal que tuvo la salida del libro a la luz, la propia autora argumentó que los invertidos son también criaturas de Dios. Sostuvo que ella no se había alejado en su libro del estándar moral heterosexual, ya que sólo los verdaderos invertidos son capaces de soportar esa clase de vida, mientras que hay personas que no lo resisten y retornan al camino de la normalidad. Recordemos que eran los años 20. Se salía del paso con los instrumentos de los que disponían entonces.

Sea como sea, muchas lesbianas leyeron el libro en su momento. No en Inglaterra hasta tiempo después, pero sí en Estados Unidos, por ejemplo. Muchas mujeres se vieron reflejadas en estas páginas. Reconocieron sus miedos, sus anhelos, su diferencia. Por ello, libros como El pozo de la soledad son bastiones fundamentales en la construcción de un imaginario colectivo que nos ha traído hasta las libertades que disfrutamos en estos momentos.

Desde hace años Margaret Atwood es casi la única mujer que suena en las quinielas previas al Nobel, bueno, junto al de Doris Lessing que por fin se lo ha llevado este año. Da igual que se lo den o no, las pautas que rigen este galardón son de lo más insospechadas para mí, si no, mira Elfriede Jelinek… La cuestión es que es una de las autoras vivas más relevantes y polifacéticas, que igual hace novela de ciencia-ficción, que poesía, que cuento. A mí me atrajo primero de todo la sonoridad de su nombre y que fuera canadiense. Aunque ya había leído algo de ella, no me había calado tanto como La mujer comestible, su primera novela publicada en 1969 aunque escrita cuatro años antes. En ella cuenta el desvarío que sufre una joven desde el momento en que decide ser aquello que se espera de ella: una buena esposa y ama de casa. Es una historia ubicada en mitad de los años sesenta y en un principio ese conflicto que se le plantea a Marian te parece de lo más chocante y pasado de moda, eso ya no ocurre, piensas ingenuamente, pero la novela de Atwood acaba hurgando más allá de la anécdota.

La chica tiene estudios, tiene un trabajo y tiene un amigo/amante con el que pasa el rato alegremente. Pero de repente siente sobre sí el peso de la sociedad (ese concepto tan ambiguo cuando lo ves escrito pero que puedes palparlo cuando te afecta de cerca), de lo que se supone que debe ser para cumplir con la normalidad, con los cánones de buena conducta, y ella, chica lista, sigue, a priori, el guión con facilidad. Las aguas van por el cauce que deben ir y su novio le pide en matrimonio a pesar de haber sido hasta el momento un soltero de esos recalcitrantes que sienten pavor al compromiso. Es en ese punto, cuando él hace lo que corresponde, cuando a ella se le empiezan a fundir los plomos; hasta ahora estaba a salvo con alguien como él, pero ahora ya no habrá manera de escapar, no puede decir que no, no puede mostrar un carácter tan resuelto, tan independiente, no puede, básicamente, desear otra cosa para sí misma. La protagonista se transforma de manera tan súbita que apenas formalizan su compromiso y él le pregunta cuándo quiere casarse, ella le contesta, atónita antes sus propias palabras: “Prefiero que lo decidas tú. Las grandes decisiones prefiero dejártelas a ti”. Una respuesta espeluznante pero con plena vigencia.

A lo largo de diferentes situaciones, con sus compañeras de oficina (las tres vírgenes, como ella las llama), con su familia, con un extraño amigo que conoce en la lavandería, con su prometido, con su compañera de piso que está decidida a ser madre soltera para poder culminar su feminidad…, seguimos a Marian en su comportamiento cada vez más bizarro y vemos la progresiva pérdida de identidad que sufre, cómo no se reconoce a sí misma, pierde poco a poco el apetito y deja de consumir cualquier alimento que pueda identificar como ser vivo. Ella cree que su novio quiere destruirle, ella cree que desea ser reajustada y devuelta al redil, pero en realidad lo único que tiene claro es lo que no quiere, no quiere desempeñar un rol pasivo, aunque no sabe cómo hacerlo. Como ya he dicho, al principio te chirría un poco el gran dilema que se plantea esta mujer, pero la autora sabe trascender el detalle mediante un simbolismo muy particular, hablando del derecho de elección y de la idea de mujer.

En la introducción de Margaret Atwood a la edición que me he leído cuenta que aunque la publicación de su libro, a principios de los setenta, coincidió con el auge del feminismo, su obra es más bien protofeminista porque en su entorno no había todavía ningún movimiento semejante en 1965. Y sobre éste afirma que “las metas del movimiento feminista no se han alcanzado, y quienes aseguran que vivimos en una era post-feminista se equivocan, lamentablemente, o se han cansado ya de pensar en estos temas”. Aunque estas palabras corresponden a 1979 considero que aún siguen teniendo sentido. El feminismo es un movimiento que ha pasado por diferentes estadios desde los primeros escritos de Simone de Beauvoir y Betty Friedman, críticas externas y sobre todo disputas internas, que como en la izquierda en general, han lastrado su desarrollo, su calado universal. El otro día, mientras veía la película Becoming Jane que cuenta la juventud de la gran escritora inglesa del siglo XIX Jane Austen, me acongojaba viendo de cerca lo mal que lo habían tenido las mujeres para ser quiénes querían ser hasta hace nada, e incluso ahora, y lo mucho que algunas se habían rebelado y alzado por encima de la norma. A estas alturas no se trata solamente del hombre queriendo domesticar a la mujer, sino también de las mujeres limitándose a ellas mismas.

Sarah Schulman - "Gente en apuros" (Alfaguara)

Vi hace poco una película que me recordó un libro que había leído hace un tiempo. Shortbus y People in trouble. John Cameron Mitchell y Sarah Schulman. Ambas son historias sobre personas que viven en los márgenes no visibles de la sociedad. No sé si la palabra marginado sería adecuada o no. Es tan genérica que casi pierde su sentido. El centro de atención está focalizado en un grupo de gente que no se siente cómoda con los clichés sexuales que se le han impuesto. No divagaré aquí sobre las construcciones sociales de sexo y género. Pero sí haré mención a la teoría queer, que tiene en ello su objeto de estudio, por si a alguien le interesa saber un poco mejor de qué va todo esto. Es una reflexión intelectual llevada a cabo por filósofos y profesores universitarios que dan palabras a un sentimiento colectivo. Perdido el espíritu combativo de Stonewall, se hizo necesaria otra enunciación para reclamar la diferencia y la diversidad. Un resumen rápido. Queer significa raro, pero es usado –como fagget en el argot inglés– como marica o bollera; un insulto, se entiende. Pues bien, la teoría queer coge el insulto y se lo apropia. Es como levantar la cabeza y gritar. “¡Soy marica! ¿Y qué?” Todo ello adornado con una extensa y compleja amalgama de teorías que parten de la deconstrucción social esgrimida por Derrida o Foucault y que se quieren separar de la hasta entonces (hablamos de principios de los 90) corriente imperante en los ensayos sobre homosexualidad.

Y con ese grito conceptual se defienden también los personajes de Shortbus. El film sigue los pasos a un grupo de personas en Nueva York, en concreto sus andanzas en un local donde todos confluyen, se mezclan, se entienden y se reconfortan. Entre ellos no tienen nada en común más que sus rarezas sexuales, que les alienan en un mundo construido a sus espaldas.

Sufrimiento, decadencia sexual, conocimiento de la propia diferencia, diversidad humana y ningún miedo a situar el punto de vista en aquello que fluctúa por otros caminos que van más allá de la heteronorma, People in trouble de Sarah Schulman confluye también en todo este maremágnum. Todo y estar escrito en 1990, unos 17 años antes del estreno de la película de John Cameron Mitchell, para mí simbolizan lo mismo. El espíritu es el mismo. En el libro de Schulman lo importante es el extraño ambiente que rodea a los protagonistas. Un ambiente como en descomposición, difícil, que rechaza, que hace daño. Schulman se centra en Gente en apuros en la crisis del SIDA, a través de la visión de tres personajes principales que están en búsqueda de su propia identidad sexual, como ser humano con derecho a un lugar en el mundo. Se inspiró Schulman en sus días como activista con ACT UP (AIDS Coalition to Unleash Power) y situó la novela en el East Village neoyorquino. Fue una de las primeras aproximaciones a mostrar las reacciones de los propios afectados por la pandemia. Actuación, posicionamiento político ante la crisis, y no contemplación y asimilación de la enfermedad como ese castigo divino ante el pecado homosexual. Un libro intenso, abierto, sin tapujos, un retrato vívido sobre la homosexualidad en ese momento y que en España fue publicado por Alfaguara, aunque ahora está totalmente descatalogado.

Es curioso, asocio este libro con Shortbus, pero no me vino a la cabeza el musical Rent, todo y que el tema que tratan es el mismo. Pero están relacionados. Y tanto. De hecho, este libro y su autora hicieron un poco de ruido unos años después, cuando la autora lesbiana denunció que el exitoso musical de Broadway (del que posteriormente se ha hecho una versión en el cine) había plagiado partes significativas de su libro. Incluso publicó un ensayo al respecto en 1998, Stagestruck: Theater, AIDS and the Marketing of Gay America. Para sintetizar lo que Schulman piensa, mejor leerlo de un extracto de una entrevista realizada por Javier Sáez y publicada en su página hartza.com. “Lo que pasó con mi novela forma parte de una estrategia muy habitual: obras que surgen de culturas marginales, como Gente en apuros, son aprovechadas por el sistema para su comercialización a gran escala, eliminando toda su crítica y sus elementos más originales”. Sobran las palabras.

Unos Planeta sin sorpresa

Anoche se falló la última edición de los populares Premios Planeta. Bueno, es un decir, porque cuando se desvelaron los nombres de los ganadores pocos interesados en el trasunto esperaban escuchar otros que no fueran estos. Tres se barajaban, el del escritor y periodista Juan José Millás, el del presentador televisivo y escritor -los oficios van por orden de importancia para el interesado- Boris Izaguirre, y el del filósofo y escritor, últimamente metido en política, Fernando Savater. Los dos primeros son colaboradores en diferentes medios del grupo empresarial Prisa, mientras que el tercero es reverenciado por los sectores más conservadores de la escena estatal. Si a eso se le suma que los dos más reputados -el primero y el tercero- podrían verse heridos en el caso de salir escogidos como finalistas frente al otro, era lógico que el resultado final fuera el único posible con Millás como ganador e Izaguirre como comparsa.

De ese modo el grupo Planeta ya está consiguiendo lo que deseaba, que no sólo el aparato mediático al que está vinculado -Antena3, Onda Cero, ADN, etc.- celebrará la concesión de los galardones, sino que también lo hiciera toda la maquinaria de Prisa, con la Ser, el País y Cuatro a la cabeza (sólo había que poner unos minutos la radio para que nos recordaran la noticia). Ciertamente hace años que estos premios no se siguen con interés literario -se ha premiado cada tostón-, pero no deja de producir cierta tristeza que en la actualidad sólo sirvan para establecer una estrategia comercial que sólo impulsa dos libros, quizás los únicos que compre algún desinformado por el bombardeo publicitario, y que posiblemente no satisfagan las expectativas generadas.

Las novelas El Mundo (la ganadora) y Villa Diamante (la finalista) saldrán a la venta a mediados de noviembre.

Millás en la edición 2006 de la FIL de Guadalajara, México. (Cortesía FIL Guadalajara/Michel Amado Carpio)

NOTA AL PIE: Respecto al mecanismo con que funciona este millonario galardón -el premio literario más elevado tras el Nobel- ha escrito hoy en su blog Javier Ortíz. Les destaco un fragmento:

"Lo que no acabo de entender es por qué hay gente de reconocido talento –reconocido socialmente, quiero decir–, como Pere Gimferrer, (últimamente acusado de plagiario) y Bryce Echenique, Rosa Regàs, que se presta a esa comedia [la de ejercer de jurado, n.a.] no demasiado edificante. Tampoco sé cómo gente capacitada para distinguir un texto bien escrito de un bodrio acepta la presencia a su lado de alguien como Carmen Posadas, que sencillamente no sabe escribir."

Pueden leerlo completo aquí (si superan la primera mitad del texto, que nada tiene que ver con el asunto).

Juan Madrid - "Nada Que Hacer" (Seix Barral)

Cuando la novela negra vivió un apogeo a principios de los ochenta merced al éxito de la incursión en el género de Manuel Vázquez Montalbán y su serie protagonizada por Pepe Carvalho, la industria española abrió sus puertas a nuevos autores que lo trabajaran desde un punto de vista autóctono. Uno de los que irrumpió con más fuerza fue Juan Madrid, que por aquél entonces ejercía como periodista de sucesos; aunque él, a diferencia de otros colegas como González Ledesma o el propio Montalbán (por citar los dos ejemplos más notables) mostró un interés por reivindicar el suceso criminal como esencia del género, tratando de despojar a sus novelas de cualquier trama paralela.

Fruto de esta intención publicó en 1984 esta Nada Que Perder (Seix Barral/descatalogada), que constituye su primera novela fuera de su serie protagonizada por Toni Romano, y en la que todo el peso de la acción de la trama recae sobre una venganza, la que el ex-convicto Silverio Roca ha planeado contra Miguel "El Chino", un proxeneta que se mueve como pez en el agua por los bajos fondos madrileños, que le traicionó tras hacer "un trabajo" para él. Poco sucede como digo al margen de la propia trama, y aunque la historia toca de puntillas corruptelas bancarias de altos vuelos, o la difícil vida en los barrios más humildes de la capital española en los primeros ochenta, a penas son un decorado para que en él se muevan los personajes.

Si a ello le sumamos que ni los personajes ni las situaciones tienen una carga extrapolable a otros ámbitos que puedan enriquecerla (como sucedía en la magnífica Cosecha Roja de Hammet), el experimento de búsqueda de la esencia negra de Madrid queda un tanto deslucido, pues no tenemos más que una sucesión de acciones en las que el único atractivo es ver qué pasará a continuación.

Tras este relativo tropiezo, Juan Madrid regresaría al personaje de Toni Romano en Regalo de la Casa (1986), para poco después guionizar la exitosa serie policial emitida por TVE Brigada Central. Recientemente acaba de publicar su última novela, Pájaro en Mano (Ediciones B), ambientada en la Marbella actual.

Doris Lessing, Premio Nobel de Literatura 2007

La escritora británica Doris Lessing ha sido galardonada hoy con el Premio Nobel de Literatura 2007. La academia sueca ha decidido honrarla con su premio por su "capacidad para transmitir la épica de la experiencia femenina y narrar la división de la civilización con escepticismo, pasión y fuerza visionaria".

Del siguiente modo recogían la noticia los medios más destacados de la prensa española:

El Nobel premia la literatura indómita e inconformista de Doris Lessing (ABC)

«Me dijeron que nunca ganaría el Nobel» (ABC)

"Éste es el premio más 'glamouroso" (El País)

El zumbido de su cerebro trabajando (Rosa Montero en El País)

Una obra pegada a la piel del tiempo (Ana María Moix en El País)

La abuela de Caperucita y el lobo feroz (Público)

Joan Didion- “El Año del Pensamiento Mágico” (Global Rhythm Press)


Ejercicio de memoria

En una entrevista que leí la escritora californiana Joan Didion definía con tres palabras su ideal de estilo: Economía, claridad, sencillez. Han pasado muchos años desde que empecé a devorar libros. En un principio mis motivaciones eran de diversa naturaleza, estaba el fetichismo por el objeto en sí mismo junto al hambre de historias, personajes, otras vidas, otros mundos, que no fueran el mío, aunque muchas veces también acabaran siéndolo. La cuestión es que mis primeros enganches a la literatura eran con relatos enrevesados y barrocos, de una intensidad muy propia de la adolescencia. Mi autor más adorado era Javier García Sánchez, un escritor español muy bueno pero poco conocido que ha parido obras magnas como El mecanógrafo, El Alpe d’Huez, o Última carta de amor. No se puede decir que la sencillez sea su seña de identidad, precisamente. Tampoco la de otros de mis primeros favoritos, Virginia Woolf, Carson McCullers, Djuna Barnes, … Eso sí, a Faulkner no llegué. Pero con Marguerite Duras se produjo una bifurcación en el camino, ella representaba el extremo completamente contrario.

Marguerite Duras fue el principio, el descubrir que había una forma más sintética de contar historias y expresar sentimientos. Luego cayó en mis manos Jane Austen, Truman Capote, A.M.Homes, John Irving, … todos ellos hacen gala de un estilo depurado, directo, preciso, el reino de las frases que dicen justamente lo que dicen sin necesidad de convertirse en subordinadas, que con toda la ironía y ninguna pomposidad, aportan una visión aguda de la realidad. No es que haya vivido un proceso ascético en busca del zen, no, sólo que cada vez valoro más la eficacia, las cosas bien hechas y la ausencia de pedantería. Adoro los autores discretos, sin pose, a los maestros del lenguaje, los que hacen magia con muy pocos elementos y que sin embargo no creen estar por encima de los mortales.

Ése es el territorio que más admiro como lectora. Y en él se sitúa como ama y señora Joan Didion, una adorable mujer de 73 años, con cinco novelas, numerosos ensayos y guiones como los de Pánico en Needle Park (1971) o Ha nacido una estrella (1976), en su haber, a la que en Estados Unidos se incluye entre los autores contemporáneos más relevantes, aunque en Europa sea una desconocida. En España, por ejemplo, apenas se han publicado tres de sus obras. El año del pensamiento mágico es la más reciente, la que me ha servido de excusa para soltar todo esto, y que empieza así:

La vida cambia rápido.
La vida cambia en un instante.
Te sientas a cenar, y la vida que conoces se acaba.

La vida cambió de repente para Joan Didion cuando a finales de 2003 su marido, John Gregory Dunne, también escritor, murió de un ataque al corazón cuando ambos se disponían a cenar en su casa de Nueva York, donde precisamente se encontraban cuidando de su hija, Quintana, ingresada y en coma a raíz de una neumonía. De golpe y porrazo, la tragedia había entrado en escena. La autora reproduce fielmente en las apenas doscientas páginas de este particular ensayo personal, la manera en que vivió esta experiencia, la negación, el duelo, la obsesión, el miedo a caer en la autocompasión.

El año del pensamiento mágico es uno de los libros que más me ha impactado porque se zambulle con osadía en un territorio poco explorado (o al menos no de esta forma, sin adornos ni sentimentalismo) en las sociedades occidentales, el territorio de la muerte, y lo hace mirando de frente al dolor, a la pérdida, y aportando valiosas reflexiones desde una estructura caótica y con el natural desorden de alguien que recuerda, que repasa, que analiza cada detalle vivido con la persona querida. Es de esos que te acompañan aún mucho después de haberlos culminado, a los que vuelves, que maduras y en los que profundizas con el tiempo. La historia de la autora se entrelaza con la tuya, su ejercicio de memoria, sus menudencias cotidianas te hablan de algo mayor e inalcanzable, lo desprotegidos que nos quedamos ante la muerte.

De algún modo siempre he creído que las personas que han vivido el drama de cerca están íntimamente unidas, tocadas por un mal hado pero también con una sensibilidad más desarrollada para la vida. Al poco de publicar este libro la hija de Didion, que por un tiempo pareció recuperada, también falleció. En una entrevista con Eduardo Lago en Babelia decía “Creo que mi visión de la muerte no cambió tan radicalmente con la pérdida de John como con la de Quintana; ahora son muy pocas las cosas negativas que pueden sucederme”. La muerte, para bien y para mal, pone las cosas en su sitio.

Pablo Tusset - "En El Nombre Del Cerdo" (Destino/Booket/Columna)

Pablo Tusset tenía ante sí un difícil reto cuando se dispuso a escribir ésta su segunda novela, mantener al menos el tipo después del éxito obtenido con su primera obra publicada, la celebrada por el público Lo mejor que le puede pasar a un cruasán. Era aquella una novela amable pese a su tono ligeramente irreverente, con trasfondo detectivesco, y en la que el humor tenía un gran peso. Con tantos condimentos era lógico pues preguntarse cuál de esas vías, sino todas, sería la que el autor retomaría en su sucesora o si daría en su nueva obra un giro radical.

Pero ni una cosa ni la otra se dan del todo en En el nombre del cerdo. En el libro, que se inicia engañosamente -pues la trama no es policíaca- con el hallazgo de un cadáver descuartizado en el matadero de una inaccesible y pequeña localidad catalana, se suceden dos acciones en paralelo. La primera la protagoniza un curioso comisario a punto de jubilarse -el primero que atiende el crimen, aunque no se le encargará la investigación-, que precisamente ante el fin de su carrera profesional se está replanteando su vida. La segunda se inicia en Nueva York, donde un joven inspector, amigo del comisario, intenta también dar un nuevo rumbo a su existencia.

Nos encontramos pues ante una historia con un planteamiento complejo y que, como veremos a medida que avance la narración, se va tornando más ambicioso, pues sus protagonistas, especialmente el del inspector en Estados Unidos, van incorporando hilos argumentales a la trama, que Tusset tratará además de resolver. Además, pese a lo que superficialmente pueda parecer (por la presencia de un crimen, policías y demás), la preocupación del autor se centra esta vez en los personajes y no en la acción, y es en su personalidad (en uno de los casos enfermiza), en sus actos y decisiones, donde se desarrollará el nudo de la novela.

Todo ello, al tiempo, es narrado con aparente sencillez -hay algunos diálogos en los que Tusset demuestra una maestría para nada sencilla-, conseguida muchas veces, como ya hizo en su anterior obra, mediante el uso frecuente de referencias de la cultura popular más contemporánea e incluso cañí. Sin embargo, este rasgo formal, que dotaba de frescura a aquél homenaje autóctono a La conjura de los necios que fue Lo mejor que le puede pasar a un cruasán, aquí resulta un tanto forzado e incluso superfluo, cuando nada aporta al desarrollo de una acción carente de ritmo (precisamente el ritmo era una de las virtudes de la anterior novela de Tusset), en la que al lector no le resulta en ocasiones adelantarse a los hechos.

Lamentablemente, el autor no consigue llevar a buen puerto el planteamiento expuesto (en el que incluso llega a aparecer una especie de álter ego del propio escritor), dos historias paralelas aunque muy contrastadas, en las que parece querer establecer dos retratos antagónicos aunque complementarios de la condición humana. Y finalmente la novela y sus subtramas, que se tocan en un momento sin llegar a converger definitivamente, se resuelven de un modo un tanto forzado que, efectivamente, cierra la obra, pero que deja el retrato aparentemente ambicionado a lo largo de ella en un mero esbozo. Una pena.

Dashiell Hammett - "Cosecha Roja" (Alianza Editorial)

Dos entradas y dos exitosos autores contemporáneos de novela negra. Tras ellos me pidió el cuerpo acudir a las raíces, y si este género las tiene, pasan necesariamente por la pluma de Dashiell Hammett, el escritor leyenda. Leyenda porque en eso le convirtió el cine, especialmente por la popular adaptación de su novela El Halcón Maltés; pero mítico, verdaderamente, por decirse de él que su vida fue tan tormentosa como la de sus personajes. Él fue el detective que se recicló en escritor, y el escritor que acabó arruinado por un amor apasionado y bañado en alcohol.

Antes de que lo segundo pasara, Hammett se catapultó a la fama con Cosecha Roja, una impresionante novela en la que acompañaremos a un detective privado -cuya identidad nunca conoceremos- a Personville, una ciudad en la que la corrupción campa por sus respetos y cuyos sus habitates han rebautizado como Poisonville. Llamado por un cliente que fallece asesinado justo antes de entrevistarse con nuestro protagonista, el detective pronto es contratado por el padre de la víctima, el empresario más poderoso de la ciudad, para que acabe con las bandas que le están arrebatando su poder. Para ello, el detective no dudará en mezclarse con ellos y enturbiar el ambiente, con la intención de que sean unos los que acaben con otros.

La trama de Cosecha Roja es espectacular, pues a pesar de su apariencia enmarañada, el lector mínimamente atento no perderá el hilo en la sucesión de acontecimientos teñidos de sangre, que se suceden vertiginosamente. Del mismo modo, destaca también la agilidad de unos diálogos que, protagonizados por ese antihéroe que es nuestro detective de la Continental (que volvería a protagonizar la novela La Maldición de los Dain y un buen puñado de relatos breves del autor), crearían escuela en el género. No obstante cabe señalar que esta novela, publicada por primera vez en 1929, supone la esencia misma del estilo policíaco; y su dureza, el trazo grueso con que es relatada, tan contrastado como el duro blanco y negro de las primeras películas que lo llevarían a la gran pantalla, podrá no agradar a los que gusten de las historias más sutiles en que ha devenido el estilo con los años.

Sin embargo, Cocecha Roja tiene una virtud fundamental que la hace, además de su cualidad de seminal, sobreponerse a muchas de sus seguidoras y a la mayoría de las obras de nuestros días. Y no es otra que su universalidad. Pues aunque la trama se pueda situar fácilmente en la época en que se escribió, su falta de detalle, las vagas descripciones de sus protagonistas y la naturaleza visceral en que manifiestan sus sentimientos, hacen que su historia trágica sea fácilmente asumible, viva y comprensible, tanto entonces como ahora, pasados tantos años desde su aparición. Y así se forjan también los clásicos.

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