Manuel Vicent - "León de ojos verdes" (Alfaguara)

Manuel Vicent regresa este año al territorio de la novela y lo hace revisitando un terreno que pisa con firmeza y en el que ha obtenido sus mejores resultados: el de un pasado recordado, rememorado o reinventado. En el caso de su nueva novela, León de ojos verdes, la historia se sitúa en un escenario Mediterráneo que el escritor castellonense conoce y en una época, el año 53, en el que Vicent -por edad y situación- bien podría haber vivido la peripecia (como suele ser en sus libros, siempre delicada, siempre pequeña) de su protagonista, un joven que descubre su pasión por la escritura.

Y son esas coincidencias que confieren aún mayor verosimilitud a lo contado -que el autor insiste en que no se trata de un relato autobiográfico-, las que añaden el último grado de transparencia a una narración que se despliega como una serie de retratos costumbristas en los que caben personajes (clases medias de la posguerra, perdedores de la Guerra Civil, estraperlistas y vividores, librepensadores en la sombra), paisajes (la costa mediterránea y su entorno) y costumbres propiamente dichas (la partida de pilota, los bailes del hotel); hilvanados todos por el nexo común del incipiente escritor, que bien escucha y recrea algunas historias en sus primeros textos, o bien las ve y nos hace verlas a través de su inocente mirada.

León de ojos verdes se configura así como una pieza más de ese retrato de una época y sus gentes que Manuel Vicent ha ido configurando a lo largo de su bibliografía. Una obra que agradará -aunque no sorprenderá- a sus lectores habituales, y que puede hacerle seguir ganado adeptos merced a su prosa aparentemente sencilla pero envolvente y a algunos momentos -como el relato de La mujer de la bicicleta roja o el protagonizado por 'El Guapo'- realmente brillantes.

Ángel Vallvey - "Muerte entre poetas" (Planeta)

Adornadas por el halo de misticismo que conllevan los Premios Planeta (que si bien anima muchas veces a los no lectores a acercarse a un libro, también distancia a los habituales) básicamente por ser los galardones literarios con mayor recompensa económica del mundo (y a consecuencia de ello, con mayor repercusión mediática), se editaron hace escasas fechas la obra ganadora y la finalista de su última edición. Y aunque uno suele empezar en estos casos por la ganadora, el enrevesado inicio de La hermandad de la buena suerte, la obra con que Fernando Savater se alzó con el máximo galardón, me empujó a centrar mi mirada en esta Muerte entre poetas, la novela finalista del certamen, escrita por la poeta y novelista Ángela Vallvey. Y creo que el cambio valió la pena.

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Al menos de primeras, el planteamiento directo de Vallvey y su narración sencilla se me antojaron más atractivos, que la prosa retorcida empleada por Savater en las dos primeras decenas de páginas que no permitían aún saber de qué iría la cosa en su novela. Quizás yo tenía un mal día, pero la presentación en el primer capítulo del agrio personaje cuyo posterior asesinato propiciará la trama de Muerte entre poetas, se adaptó perfectamente a mis necesidades lectoras. Ligera, fresca, entretenida y adictiva, la obra de Vallvey, recurre al esquema clásico de las novelas de intriga de Agatha Christie -asesinato en una comunidad en la que se integra el detective que dialogará con todos los sospechosos hasta dar con el asesino- para realizar una suerte de retrato agridulce del mundillo literario/poético autóctono, empleando para ello tantas dosis de cariño, como de humor y de autocrítica. El desenlace de la trama es en la novela lo de menos, aunque la autora no desestima el gancho de la investigación para facilitar que el tránsito de personajes y testimonios sea aún más interesante y no llegue a resultar cansina la composición del personaje asesinado, en el que la que fuera ganadora del Nadal con Los estados carenciales, reúne seguramente los rasgos más despreciables que se ha encontrado en su profesión. Si a todo ello se le suma el inevitable juego por parte del lector de la búsqueda de paralelismos entre los personajes ficticios y los que nos ofrece la realidad, el resultado es una novela agradable y entretenida, e incluso didáctica a la hora de ofrecernos el acceso a un mundillo que a la mayoría nos es ajeno. Poco más se puede pedir.

Paco Roca: "Creo a partir de mi miedo"

Esta misma semana se hizo pública la decisión del jurado encargado de dilucidar el Premio Nacional del Cómic, que en esta su segunda edición fue >a manos de Paco Roca, por su obra Arrugas. Con motivo de este galardón que se suma a una larga lista de premios nacionales e internacionales, recupero esta entrevista que mantuve con el autor a los pocos meses de salida de la obra, y que apareció en su día en el suplemento de ocio del diario Superdeporte.


Que Valencia es tierra de dibujantes no dejaría de ser un tópico más si no fuera porque, a pesar de la inexistencia desde hace muchos años de una industria autóctona del cómic y el escaso apoyo institucional al noveno arte, efectivamente, un puñado de locos sigue luchando desde aquí por ganarse la vida entre los márgenes de las viñetas. Uno de los últimos en haber logrado el reconocimiento en su tierra, pese a contar con él desde hace tiempo más allá de nuestras fronteras, es Paco Roca. Guionista y dibujante de sus propias obras, Roca ha logrado ahora este reconocimiento masivo a raíz de la publicación de su última obra, Arrugas, que pone de nuevo de manifiesto que el cómic es un excelente vehículo para contar historias que verdaderamente importan.

La excusa que propicia esta entrevista es la reciente publicación de Arrugas, su último trabajo que salió a la venta antes de Navidades y parece que está yendo muy bien…
Sí, en Francia van por la segunda edición, y las tiradas allí son grandes, de diez o quince mil ejemplares; mientras que en España, donde se editó un poco después y el mercado es más reducido, vamos por la mitad de la primera tirada. De modo que sí, muy bien. Además en Francia fue seleccionada entre los veinte mejores álbumes del año y aquí en España fue elegido cómic del año por dos publicaciones tan dispares como el diario 20 Minutos y por Mondo Sonoro.

Por lo que sabemos, al profano al mundo de la novela gráfica, que identifique cómic con superhéroes o humor infantil, Arrugas le supondrá una sorpresa, porque su historia va por unos derroteros más realistas.
Sí, seguramente sí, pero como dices, de un tiempo a esta parte se ha popularizado el género de la novela gráfica, en el que tienen cabida temáticas al margen de los géneros entendidos en el sentido clásico. Es una corriente que lleva como unos diez años y en el que hay grandes exponentes como Maus, que obtuvo el Premio Pulitzer siendo el primer cómic que lo obtuvo, y que toca temas de corte social, político, o sencillamente, más orientado al público adulto, con un formato de libro y con muchas más páginas.

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Es el caso de Arrugas, que cuenta la historia de una persona mayor que comienza a padecer Alzheimer y es ingresada en una residencia. ¿Cómo le da por tratar este tema?
Se juntan un montón de cosas. Lo que a mí me motiva a crear no es lo que más me gusta o me divierte, sino las cosas que llevo dentro y hacia las que muestro un cierto temor, creo a partir de mi miedo. Uno de mis miedos sería la vejez, que tengo presente en mis padres, cada vez más mayores, y que a pesar de haber sido siempre gente activa, ves que ya no pueden hacer lo que hacían antes. Todo eso te va afectando y haciendo sensible al problema. A eso se juntó que el padre de mi amigo MacDiego, que era una persona a la que siempre recuerdo leyendo en su biblioteca o compartiendo su enorme sabiduría, y que para mí era un referente de lo que quería ser una vez llegara a su edad, también se vio afectado por el Alzheimer. Y fue un trauma ver como esa persona a la que respetabas empezaba a caer en esa decadencia tan horrible que es la enfermedad. Todo ese cúmulo de cosas me imprimió la necesidad de contarlas.

No obstante, aunque la melancolía se impone, habrá momentos de alivio en el libro.
Sí, tampoco quería que fuera un cómic demasiado triste. Intentaba buscar un poco el optimismo, aunque realmente era muy difícil. La historia es triste, sí, pero quería que tuviera un punto especial. Recuerdo que cuando tenía la idea ya medio pensada, sobre un anciano que entraba en una residencia, tenía en la cabeza bastantes tópicos sobre la vejez y pensaba en una historia un tanto desmadrada. Pero después de ir a residencias de ancianos, para recopilar información, esa comedia se fue convirtiendo en este libro en el que todavía tiene algo de cabida el humor, pero se aprecia que va ganando el tono melancólico.

Lo cierto es que, gracias a este trabajo, está recibiendo una gran atención mediática. ¿Cómo lo lleva?
Por un lado está muy bien, porque sirve por ejemplo para hablar del cómic como un arte para adultos. Además, como ha habido últimamente un auge en los medios del tema del Alzheimer, con el caso de Maragall o las películas que están haciendo sobre el tema, es un momento perfecto para poder darlo a conocer. De modo que sí, que por un lado me reconforta, pero por otro me asusta al pensar que todo ha sido un poco casual, que he contado simplemente la historia que en ese momento me apetecía, sin pensar en la repercusión que iba a tener. Y eso sí, me asusta de cara a mis próximos proyectos, porque el que ahora estoy haciendo no tiene nada que ver con todo eso.

Pues nosotros aprovecharemos para hablar no sólo de este libro, sino de toda su trayectoria, porque cabe señalar que, entre la presentación de Arrugas en el Reina Sofía, y sus primeros trabajos remunerados hay una diferencia notable.
Sí (risas), pero en cierto modo esa distancia es el camino que ha recorrido el mundo del cómic en España en estos años. Cuando empecé a principios de los noventa, apenas había ya revistas. Había pasado el boom de los ochenta y el tebeo había caído. Era una cosa para minorías, ‘freakies’ y demás.

Y lógicamente, dijo “ésta es la mía”.
Sí, aquí voy a meterme (risas). La verdad es que no sabía por dónde empezar y tenía un amiguete que dibujaba para una revista que se llamaba Kiss Comix, que era de tema porno. Entonces vivía con mis padres, tenía veintipocos años, preparé una historia erótica sobre Aladino y me fui a Barcelona a llevársela al director, que era el mismo que el de Víbora. Era un señor mayor, serio, con acento catalán y muy parco en palabras. Cogió mis páginas, las miró detenidamente y, tras dejarlas sobre la mesa, me dijo: “Bien, pero quiero más venas y más humedad” (risas). Cuando regresé a casa, con la frase retumbándome en la cabeza, no les dije a mis padres las correcciones, más bien les dije poco de todo el trabajo, las hice y empecé a trabajar en Kiss Comix. Y fue un buen inicio, divertido, y como es una época en la que vas ‘calent’ todo el día, documentarte no es un problema.

De todos modos, hay que señalar que hay un contraste notable entre lo que hizo por encargo para Kiss Comix y sus intereses, que comenzó a plasmar en sus primeras obras, situadas en contextos históricos claramente identificables.
Bueno, tanto en mis primeros trabajos para Víbora como en Gog, mi primer álbum, los guiones los hice con Juan Miguel Aguilera, un escritor de ciencia ficción y novela histórica, y ese inicio también se me quedó en parte; me sigue gustando la ciencia ficción y la fantasía. Pero lo primero que hice en solitario, El Juego Lúgubre, sí supuso un cambio de registro, aunque mantuve de mi experiencia con Juan Miguel el gusto por el detalle. Si algo ha de quedar creíble ha de estar muy bien documentado. Así me documenté mucho sobre Dalí, sobre el que gira el cómic, y viajé a Cadaqués para documentarme in situ. Y es algo que sigo haciendo.

Lo que deja claro es que lo de hacer historietas es un trabajo arduo. ¿Es lo que imaginaba cuando ansiaba ser dibujante?
En cierta forma no, las cosas no son como parecen y cualquier afición puede convertirse en un trabajo. Cuando empiezas sí sientes una ilusión especial. Ver publicadas las cuatro páginas de Kiss Comix, aunque fuera una revista -con perdón- de pajilleros, cuando aparecieron, supuso uno de los momentos más bonitos de mi vida. Pero todo eso empieza a cambiar. A medida que te profesionalizas has de cumplir unos plazos, tienes una responsabilidad basada en tus anteriores trabajos y tus lectores. Cada vez estás sujeto a más presión. Sigues disfrutando, pero cada vez es más un trabajo.

¿Y es posible ganarse la vida con ello?
Sí, pero es difícil hacerlo publicando un solo libro al año, a menos que sea uno de los grandes. Pero a mí me gusta hacer las cosas que me apetecen y dedicarle el tiempo preciso a cada cómic. Y además, la gente que conozco que sólo se dedica a esto, no es que se vuelva freaky, pero sí que pasa mucho tiempo sola, porque el trabajo lo requiere. Y como la ilustración publicitaria te proporciona cada día un trabajo nuevo, a mí me gusta compaginar ambas cosas.

De todos modos estará trabajando ya en nuevo material. ¿Qué podemos esperar próximamente?
Estoy preparando un nuevo álbum para la editorial francesa que me publicó ‘Arrugas’. Éste tiene que ver con el destino, y en principio narrará la historia de un chico que entra en un barrio, se pierde en él, y se va topando con otros que, como él, no pueden salir. Después tengo pensado recopilar unas historias que en su día publiqué bajo el título Como Cagallón Por Acequia (frase coloquial valenciana –“com cagalló per sequia”- empleada para referirse al que va sin rumbo fijo, n.a.), inspiradas en mi vida real, que ensamblaré, añadiendo nuevo material y actualizando el que ya tengo, para formar un nuevo álbum que también se editará en España y Francia.

A ver si le hacemos entonces tanto caso como ahora.
Será diferente, porque ya no será un tema social, pero como siempre trataré de crear algo que llegue a todos los públicos y no sólo a los lectores de cómic.

AUTOR CON CATÁLOGO
Aunque el éxito, en forma de reconocimientos de crítica y público, le esté sonriendo ahora de un modo especial con la publicación de Arrugas, Paco Roca ya había publicado con anterioridad varios álbumes que fueron ampliando su buena reputación tan en España como en el extranjero. Gog, inscrito en la ciencia ficción y realizado junto al escritor Juan Miguel Aguilera, fue el que abrió fuego, antes de que Roca emprendiera el camino en solitario. El Juego Lúgubre estableciendo un paralelismo entre la presencia de Dalí en Cadaqués y la historia de Drácula, fue el siguiente. Tras él llegaría Hijos de La Alhambra, que primero se editaría en Francia, un libro de aventuras que ha de ser el primero de una serie protagonizada por el mismo personaje y que Roca considera que el público “aún debe descubrir”. Finalmente llegaría El Faro, una historia íntima ambientada en la Guerra Civil española que fue todo un éxito en Francia.


Isabel Miller - “Un lugar para nosotras” (Egales)

El Greenwich Village neoyorquino tiene mucha historia. En su entramado de calles se gestaron las primeras reacciones de lo que luego se ha denominado Orgullo Gay (Gray Pride). En Christopher Street está Stonewall, el bar donde se inició todo. También allí mismo se puede encontrar una librería muy acogedora, con larga trayectoria (desde 1967), y llena de pequeños tesoros, que llevan unas mujeres muy cálidas, la Oscar Wilde Bookshop (“As in those early days, the experienced and dedicated staff welcome all to the store”, dan ellas la bienvenida en su web).

Con la perspectiva del tiempo, cuando ahora se pasea por allí, se puede notar algo especial en el ambiente. Es un barrio lleno de cafés, tiendas pequeñas con encanto y gente diversa. Pero ya no hay una joven escritora repartiendo sus copias autoeditadas de una novela que rehusaron distribuir las editoriales. Ella ya no está, pero por suerte podemos encontrar su libro. Incluso está editado en castellano (por Egales, en su colección Otras Voces). Isabel Miller (1924-1996) se recorrió en 1969 las calles del barrio hasta agotar sus 1000 ejemplares de A place for us (Un lugar para nosotras, en castellano). Fantaseo pensando que dos años antes se había montado la librería. ¿Se conocerían? ¿Estarían relacionadas? ¿Se ayudaron? Aunque también sirvió para vender libros las reuniones de Daugthers of Bilitis, a la que perteneció la escritora, primer grupo que luchó exclusivamente por los derechos de las lesbianas y que se creó en San Francisco en 1955.

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Lo que sí que es cierto es que el éxito de acogida -recibió el primer galardón The Gay Book Award, que se acababa de crear, y fue reeditado en 1972 por una gran editorial, McGraw-Hill- hizo que finalmente no se quedara en algo anecdótico y trascendiera al clásico lésbico que es hoy día, un referente en la era post-stonewall. Una novelación de la historia de amor de la pintora norteamericana Ann Willson y la señorita Brundidge (“Este libro está dedicado, con todo el cariño, a las seño
ritas Willson y Brundidge, que vivieron una historia parecida hace mucho tiempo”, explicitó la propia autora) a través de Patience y Sarah, que según la ficción vivieron en Connecticut en 1816.

Como suele ocurrir, la importancia o trascendencia del libro viene por la evasión del drama asegurado a lo que el público gay estaba acostumbrado. Aunque The price of Salt (en España, Carol) de Patricia Highsmith fue publicado en los años 50 y es el primero en romper con la espantosa tradición de matar o volver locas a las lesbianas al final de las historias. Con A place for us o Patience & Sarah, como se publicó después, el lector se encuentra con una historia de pioneros americanos poco convencional. En esos momentos de descubrir nuevos territorios físicos, de ampliar horizontes, dos mujeres encontraron el lugar perfecto para poder encontrar su lugar, juntas. Aunque como hablamos de principios del siglo XIX, una de ellas usaba pantalones y tenía un comportamiento poco recomendable para la época, pero que servía como vía de escape al mismo tiempo como escudo a la extrañeza.

“Sarah llevaba vestido.
-No digas nada –dijo. Le habría sentado muy bien de no ser porque llevarlo la entristecía tanto que bajaba la cabeza, fruncía el ceño y caminaba encorvada.”


Isabel Miller es el pseudónimo de Alma Routsong, una combinación del apellido de su madre y la palabra “lesbia” en anagrama.

Stieg Larsson - “Los hombres que no amaban a las mujeres” (Destino)

Desde que me dio por leer entero El código Da Vinci, me resisto por sistema a empezar cualquier superventas... hasta que, como en este caso, alguien cercano, con buen criterio y seguramente con menos prejuicios literarios, me convence de lo contrario. Creo que Los hombres que no amaban a las mujeres sigue, merecidamente, en los primeros puestos de ventas desde que diera el salto a las librerías españolas, el pasado junio, desde la editorial Destino.

Si os gusta la novela negra y no estáis buscando leer “una obra literaria mayor” (entre otras etiquetas por el estilo que le han colgado al libro en las contraportadas), sino simplemente una novela cautivadora y fresca, ésta puede ser la vuestra. La primera parte de Millennium, una trilogía que continuará con La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, que saldrá a la venta el próximo 25 de noviembre, ha sido un fenómeno editorial en Suecia (país de procedencia de su autor, Stieg Larsson, cuya biografía profesional y su muerte prematura en 2004, justo después de la última entrega de Millennium, han contribuido a la creación de un mito, con polémica familiar incluida alrededor de su legado literario) y también en otros países europeos como Francia o Reino Unido.

Para desmontar las amplias expectativas puramente literarias que por arte de márketing se han creado en torno al libro baste leer esta crítica como ejemplo, cuyo autor lo explica de forma muy didáctica. Ahora bien, también es cierto que no es el márketing quien ha creado esta intensa saga, ni quien ha conquistado incluso a aquellos lectores que no son aficionados a la novela negra. Según el artículo de Lorenzo Silva en El País, el propio autor estaba totalmente convencido del éxito que tendrían sus novelas. Y acertó.

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Larsson elige muy bien los ingredientes de sus novelas: unos protagonistas nada convencionales, el periodista Mikael Blomkvist (seguramente ‘alter ego’ del autor), de 45 años, vehemente en su trabajo y con una vida íntima un tanto agitada, y Lisbeth Salander, de 24, una auténtica ‘outsider’ que ha llegado –cosas del destino- a convertirse en detective privada y en una joyita de personaje en el que se centrará la segunda novela; algunas pinceladas interesantes sobre la sociedad sueca –como telón de fondo de la historia principal- que distan mucho de dar una imagen complaciente de ésta (en algo ha de notarse que el autor no era un periodista acomodaticio, sino un experto en la extrema derecha de su país que escribió sobre los oscuros lazos que la unen con la política y las finanzas). Según una amiga sueca, adicta a Millennium, y a quien el “no amaban” del título le sonaba mucho más templado que el “odiaban” sueco, el juego con algunos espacios, hechos y personajes reales es un factor atrayente para el público de allí.

En fin, el libro contiene violencia; los hoy más de moda que nunca escándalos financieros; corrupción y poder; oscuros crímenes; una estructura bien definida: historias que confluyen a un ritmo creciente... En las primeras 145 páginas el nudo de la novela está planteado y a partir de ahí no puedes parar hasta zamparte las más de seiscientas que lo componen. Sin embargo, lo que creo que puede haber resultado un gancho fundamental es la total falta de cinismo que a pesar de todos esos escenarios violentos se percibe; no se puede dejar de tener la sensación de que el autor tiene un fuerte, e incluso cándido, sentido de la ética, por supuesto también periodística... Es un optimista y eso, en estos tiempos en los que una se siente tentada a dejarse caer en las garras del pesimismo y de las profecías apocalípticas, se agradece.

Para mí, la lectura de las peripecias de Blomkvist y Salander ha sido como leer un cómic de superhéroes cuyos poderes son, sin embargo, bastante humanos. En fin, un libro muy recomendable para quien pretenda pasar un buen rato y algún que otro muy malo que te hace “taparte los ojos-cerrar el libro” (en Suecia, ya se está rodando la primera parte de la saga), e incluso alguno de desahogo al más puro estilo “chúpate ésa” tarantinesco. A diferencia de El código..., esta novela consigue el objetivo editorial de presentar un producto bastante redondo para un público muy amplio sin que los lectores más exigentes sientan que han perdido el tiempo al cerrar el libro. Yo, al menos, estoy deseando sumergirme en las páginas de la segunda entrega.

Estuve en Londres a principios de 2008 y, como siempre, me recorrí algunas de las librerías gays de la ciudad (es una costumbre que tengo, el turismo de librerías de temática gay vaya a donde vaya, ya que en Valencia la única que había murió años atrás). Llegué a Gay’s The Word -66, Marchmont Street (Bloomsbury, London)- y me encontré con un sitio con mucha historia, ya que lleva abierto desde 1979. Decía esto no por contar la historia de la librería, que estuvo a punto de cerrar en el 2007, sino porque tenía una sección donde recomendaba libros y uno me llamó la atención. Se trata de un librito de apenas 127 páginas, con introducción de Ali Smith y una buena edición. Todo por 7 libras, ya que se trata de una edición de bolsillo de Sort of Books, una filial de The Penguin Group, cuyo lema es: “Publish few but wonderful books” (“Publicamos pocos pero maravillosos libros”).

Fair Play de Tove Jansson resultó ser una verdadera sorpresa cuando finalmente me lo leí, unos meses después. No tenía ni idea de quién era esta mujer, que murió en 2001, pero la frase que la editorial destaca en la portada no puede ser más cierta. “A book about love –tender, eccentric and fiercely independent. It feels a privilege to read it” (“Un libro sobre el amor –ternura, excentricidad e independencia feroz. Es un privilegio leerlo”).

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Y realmente lo es. Un privilegio, digo. Porque la autora nos mete en la intimidad del hogar, en la intimidad de la vida de pareja, en la intimidad del trabajo. Historias encadenadas, donde a penas hay acción, pero donde no dejan de ocurrir cosas: estas mujeres trabajan, comen, ven películas, pescan, pasean por la isla, se quedan atrapadas en la niebla, viajan a un Estados Unidos profundo donde son como extraterrestres... En definitiva, una novela con tintes autobiográficos, seca y austera, pero terriblemente dulce y tierna, donde conoces dos mujeres que han compartido su vida y su trabajo y que están ya en el final de sus días, sin que esto las limite y cohíba en su actuación, en su devenir, en su disfrutar. “Fair Play could in fact be called a novel of friendship, of rather happy tales about two women who share a life of work, delight and consternation. They are very unlike each other, but perhaps that is why they manage to play the game successfully, with patience and, of course, a great deal of love”, sintetizó la autora en la portada original del libro. Junto con la historia, Sort of Books (que traduce la obra por primera vez al inglés) introduce también una serie de fotos de la vida de estas mujeres, trasladando al lector el tono de la vida que llevaron.

Y, ¿quién fue Tove Jansson? Se podría resumir, tal y como explica la página de la editorial, como la creadora de Moomin stories (hay un museo en su honor en la ciudad finlandesa de Tampere), una serie de libros infantiles, creados e ilustrados por la escritora que han sido traducidos a 35 idiomas. Jansson (1914-2001) era finlandesa, pero su idioma era el sueco
(minoritario en Finlandia, una comunidad que habita en Helsinki), y vivió en Klovharu, una pequeña isla junto a quien fuera su pareja desde los años 60, la artista gráfica Tuulikki Pietilä. Además de libros infantiles e ilustraciones de otras novelas, como The Hobbit o Alicia en el país de las maravillas, Tove escribió relatos, recopilados por esta editorial también en The Summer Book y The Winter Book. Fair Play es su última novela, escrita cuando la autora tenía setenta y cinco años y que se publicó por primera vez en 1989 (Rent Spel, editorial Schildts).


Tras irrumpir en el mercado literario nacional con dos novelas ambientadas en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, el sevillano Andrés Pérez Domínguez acaba de ver publicada la obra con la que se erigió vencedor de la edición 2007 del Premio Luis Berenguer de novela. El Síndrome de Mowgli (Algaida '08) es su título y encuentra su acción en la España actual, en la que un ex boxeador metido a matón, verá como su vida da un giro con la reaparición de un viejo amor, que le llevará tomar una serie de decisiones que pueden acabar con su vida. Una novela de ambiente negro, pero con la pasión y la redención como principales motores de su historia.
(Fotos: Susana Alfonso)

El Síndrome de Mowgli me ha parecido, por su estructura, una especie de juego en el que proporciona al principio las mínimas pistas para que el lector, junto al protagonista, no conozca la imagen completa hasta el final.
Sí. Al principio del libro, en el prólogo, pretendo establecer las reglas del juego, que el primer capítulo sea una especie de obertura anunciando lo que va a pasar. De hecho, presento el final. Y a partir de ahí sí voy proporcionando el resto de piezas del puzzle, aunque también me gusta dejar espacios en blanco, porque, haciendo un símil con la pintura, dejar espacios en blanco es también un modo de pintar. A veces no contar es la mejor manera de contar algo.

Un libro es todo, y éste, desde la portada, tiene pinta de novela negra. No obstante, a mí me ha dado la impresión de que no lo es, sino que cuenta una historia ambientada en un clima que sí podríamos calificar de “negro”.
Yo la verdad es que no creo mucho en la clasificación por géneros. Es algo que obedece al mercado, que tiene que catalogar de alguna manera todo. Antes de que esta novela se publicara, ya salieron dos mías, La Clave Pinner y El factor Einstein, que están protagonizadas por espías y ambientadas en la Segunda Guerra Mundial, pero para mí no eran novelas de espías. Para mí lo importante son los sentimientos de los personajes. ¿Esta novela se puede calificar como novela negra? Por mí no hay problema en cuanto que el protagonista es un ex boxeador, hay mujeres fatales, persecuciones, el submundo del hampa… Pero es sobre todo una novela de sentimientos. Y al igual que las anteriores, tiene unas características que son comunes con ellas: la redención, la traición…

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Debe ser un reto crear esa ambientación.
Yo me documento mucho para las novelas. En ellas sólo se ve la punta del iceberg, pero todo lo que hay debajo es muy importante. En ésta, como el protagonista es ex boxeador, he tenido que documentarme mucho, ver muchos combates, leer muchas biografías, conocer las reglas del boxeo, para saber cómo puede pensar un personaje. Porque lo bueno es que las metáforas en las novelas tengan que ver con el tema que estás tratando. Y como el que narra es el boxeador esto era muy importante. Pero es algo que he hecho también en mis otras obras, porque me gusta mucho documentarme y enterarme de las cosas, pero también porque creo que es algo que después el lector agradece.

La historia la narra el protagonista, que tiene ínfulas de escritor. Eso no es casual.
No, eso justifica que sea capaz de narra la historia en forma de novela. Ésta está escrita con un lenguaje sencillo, lo cuál tampoco es fácil porque requiere un proceso de depuración, pero sí que necesitaba que el personaje tuviera cierto interés literario para que resultara creíble que se expresara bien. Por otro lado, para que el personaje pueda resultar atractivo al lector, además de ser un matón, es un tipo de buen corazón y tiene ese gusto por la cultura.

Como comentó antes, El Síndrome de Mowgli es su segunda novela, pero salió publicada antes la tercera. ¿A qué se debe ese retraso?
El motivo de esto es que Roca Editorial, el sello que publicó La Clave Pinner, quería que la segunda tuviera un estilo similar a ésa, pero yo no quería que fuera así. De modo que escribí ésta, la dejé aparcada, y posteriormente me puse de nuevo a escribir una trama con un trasfondo de espionaje que acabó siendo El Factor Einstein. Y cuando finalmente El Síndrome de Mowgli ganó el premio Luis Berenguer el año pasado, ya tenía en marcha la edición de El Factor Einstein por lo que ésta acabó saliendo la última.

Pero con un premio literario. ¿Ha notado que esto haya insuflado una vida comercial distinta a esta novela?
Los premios no son más que reuniones de gente que deciden que tu novela les gusta más que el resto. La novela no es mejor ni peor por ganar un premio, pero sin duda ganarlo supone una mayor promoción para ella. En el mundo literario es muy difícil llegar a las estanterías de las librerías y de mantenerse ya no te digo nada, por lo que un premio siempre ayuda. Además, éste es uno de los premios literarios más importantes de Andalucía y estoy muy orgulloso de haberlo obtenido.

Viendo su ritmo de trabajo, imaginamos que estará ya trabajando en su próxima obra.
Así es. La verdad es que nunca paro de trabajar. He tenido la suerte de ganar certámenes de narrativa breve y tengo bastante material en este sentido para ir publicando, aunque sea más difícil hacerlo dignamente. Por eso se va acumulando un poco el material, pero espero que algo salga en breve. A mí se me han juntado dos novelas en un año, pero fueron escritas con bastante tiempo entre ellas. Yo personalmente desconfío de quien pueda escribir dos novelas en un solo año. Creo que es imposible si se desea que el libro tenga calidad.

Y más en un país como éste en el que es tan complicado vivir de la escritura.
Es muy difícil. Yo siempre digo que intento vivir de literatura y alrededores (risas). Yo he llegado a los medios de comunicación gracias a los libros que he publicado, los premios que he ganado, etc. Pero vivir de la literatura, vivir bien de ella en este país, sólo lo hace un número escritores que puedo contar con los dedos de una mano. Y me sobran varios (risas). Los demás vamos intentando trampear como podemos. De todos modos no creo que sea conveniente escribir demasiados libros. A mí, cuando me gusta un autor en particular, me gusta esperar ansiosamente su próxima novela.

Y sus seguidores, ¿en qué ámbito verán ambientada su próxima entrega?
Pues tal como se han ido publicando las anteriores, no me atrevería a decirte cuál será la próxima que vea la luz. Estoy escribiendo una novela de la que voy ya por el segundo borrador, que tendrá como marco la posguerra de la Segunda Guerra Mundial y en la que voy a homenajear a los españoles de Mauthausen; pero también tengo por ahí una novela corta que escribí el año pasado y algunos libros de relatos, de modo que no te puedo asegurar qué será lo primero.

De nuevo la guerra. ¿A qué se debe esa fijación?
Quizás a que la guerra y lo que se mueve a su alrededor, al igual que el boxeo, es un terreno muy novelesco, que exacerba las pasiones. Y eso para mí es muy importante, porque mis libros hablan sobre todo de la pasión de los personajes. Ponerlos en situaciones límite me resulta muy importante para el tipo de novelas que quiero hacer, que aunque están ambientadas en conflictos bélicos, no son novelas de tiros o de acción. En este sentido John Le Carré o Graham Greene serían mis principales referentes y es un placer que se les reconozca ya como autores de calidad, independientemente de ser autores de novelas de intriga. Que por cierto, no deja de ser fantástico, porque hace las novelas entretenidas.

Qué lástima que deba pasar el tiempo para que se reconozca la valía de autores que fueron despreciados por el mero hecho de entretener.
Hay muchos prejuicios y, aunque digan que no, en España los sigue habiendo. Uno parece que tiene que disculparse cuando hace una novela entretenida porque parece que no debería ser así. Yo lo que no puedo contar durante trescientas y pico páginas que siente el protagonista cuando se ve la nariz rota en el espejo, porque eso sería insoportable, al menos para mí como lector.

Hay quien lo hace.
Muchos, y sus libros aparecen con muchas estrellitas en las críticas de los suplementos literarios. Eso me parece muy respetable, pero no es lo único. Para mí una novela ha de ser entretenida y, si puede ser, tener un valor añadido. Ha de tener un valor moral, otra serie de cosas que al lector le puedan ayudar, debe dejar un poso después de leerla. Yo siempre lo intento y espero sinceramente haberlo conseguido.

John Connolly - "Els Turmentats" (Bromera)

Éxito editorial. Autor reputado. Personaje carismático. Cuando en una novela negra reciente se juntan todos esos ingredientes, el libro del que se hace referencia suele responde al mismo patrón: una obra perteneciente a una serie de varias protagonizadas por el mismo personaje. Ya hemos hablado de ello en comentarios anteriores e inevitablemente sucederá en adelante. No es algo nuevo en un género infravalorado, incluso por parte de sus propios autores, y no va a dejar de utilizarse mientras siga siendo rentable para autores y editores, y tolerado por el público. Si a eso le sumamos el éxito comercial que de nuevo disfruta la novela negra, no es de extrañar que el número de escritores que trata de colocar a su creación entre los más celebrados no deje de crecer. Una de las incorporaciones más populares de los últimos años es la de el detective Charlie Parker, hijo de la mente de John Connolly, que naciera para el mundo editorial en 1999 en la novela Every Dead Thing. No obstante, la primera que ha caído en mis manos de la serie que protagoniza es esta Els Turmentats (publicada también en castellano como Los Atormentados por Tusquets) que supone la sexta y última aventura protagonizada hasta la fecha por el detective con nombre de martir del jazz.

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"¿Y se puede empezar por aquí?" sería la primera pregunta a la que cabría dar respuesta. Sí, se puede. Un servidor lo ha hecho y se ha enterado de todo, aunque es cierto que ha de atar cabos cuando han irrumpido en la historia determinados personajes cobrando una importante relevancia a pesar de no ser descritos (lo que evidencia que son habituales de la serie). Ése podría ser el mayor handicap de la lectura de esta novela para los no iniciados en la saga protagonizada por Parker, o no acostumbrados a este tipo de usos muy propios por desgracia de la novela de este género, que podrían quedarse estupefactos ante estas irrupciones injustificadas. Porque cabe señalar que son éstas las que resquebrajan, a mitad de obra, la solidez de una novela que empieza de un modo sencillamente magistral , presentando en una especie de relato de terror al que será uno de los protagonistas. Y es que cabe señalar, por si alguien no lo sabe, que es ese ingrediente terrorífico o inspirado en los llamados fenómenos paranormales el que aporta el grado diferencial a las novelas de Connolly. El resto no deja de encajar con uno de los modelos típicos -detective solitario, mordaz e irónico, ayudado por amigos que transitan por el borde de la ley- del imaginario pulp, aunque empleado eso sí, con la suficiente maestría como para garantizar más de un buen momento al aficionado. No obstante, pese a la ruptura de la tensión dramática que se produce cuando entran en la historia algunos secundarios habituales, el interés no llega a decaer en ningún momento en una Els Turmentats; que si bien no puede erigirse por sí sola como una obra cumbre o significativa del género, sí creo que satisfará tanto a los habituales seguidores del autor, como a los que se acerquen a ella buscando la tensa evasión que las buenas novelas del género proporcionan. Bueno es.

La maestría se puede encontrar en los envoltorios más pequeños y delicados. Cuando preparaba mi viaje a Nueva York en junio pasado rescaté de la estantería un librito que me había entusiasmado años atrás. Conocí de su existencia por una referencia que hacía Carrie Bradshaw en uno de los capítulos de Sex in the city y la búsqueda del tal E.B White traducido en España no resultó tan infructuosa como suele serlo gracias a la colección Paisajes Narrados de Editorial Minúscula, empeñada en rescatar precisamente este tipo de joyitas.

Nueva York concederá el don de la soledad y el don de la intimidad a cualquiera que esté interesado en obtener tan extrañas recompensas”, con estas magníficas líneas comienza Esto es Nueva York, un ensayo que su autor escribió por encargo en 1948 para una revista de viajes y que enseguida adquirió la dimensión de clásico. Estamos hablando de un género, el del ensayo literario, muy cultivado desde siempre en la literatura anglosajona en multitud de revistas, y que tiene en el New Yorker su buque insignia. En aquella época White alternaba con colegas como Dorothy Parker, Flannery O’Connor o Saul Bellow. Imagina ir al kiosco a comprar tu revista favorita para leer un relato inédito de Toni Morrison o un ensayo de John Updike sobre la repercusión del efecto Palin en la campaña de McCain. En Estados Unidos o Reino Unido es de lo más cotidiano. Para mí es una de las ideas de la felicidad.

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E. B. White consiguió destilar en apenas cincuenta páginas una visión certera de la gran urbe contemporánea por excelencia: “La isla de Manhattan es sin ningún género de dudas el mayor concentrado humano de la tierra, un poema cuya magia se hace comprensible para los millones de habitantes que residen en ella de forma permanente, pero cuyo significado completo siempre se nos escapa”. Cuando lees (en un suspiro) su apasionado retrato de la ciudad entiendes perfectamente por qué es uno de los referentes literarios para todos los que aman esa ciudad y por qué gozó de una renovada repercusión tras el 11-S. White muestra con emoción pero rudeza al mismo tiempo lo que significa esa ciudad que provoca tal fascinación, tan vital como voraz. “El cambio más sutil que ha experimentado Nueva York es algo de lo que la gente no habla demasiado pero que está en la imaginación de todos. La ciudad, por vez primera en su larga historia, se ha vuelto vulnerable (…) La intimidad con la muerte forma ahora parte de Nueva York: está en el sonido de los reactores en el cielo y en los negros titulares de la última edición”. White cuenta en el prefacio que cuando se le pidió una revisión del texto para su publicación en forma de libro se sintió incapacitado: “Para poner Nueva York al día habría que publicar a la velocidad de la luz (…) Tengo la impresión de que es un deber del lector, y no del autor, poner al día Nueva York; y confío en que hacerlo será más un placer que un deber”.

A veces hay que conformarse con lo bueno conocido. En mi ansia por documentarme más sobre la ciudad a la que viajaba caí en la tentación comprándome este otro libro. El coloso de Nueva York y
su autor Colson Whitehead se encuentran en las antípodas de todo lo que he dicho anteriormente. A pesar de que su extensión apenas roza las doscientas páginas fui incapaz de terminarlo, espantada de su prosa relamida y rimbombante, con muchas pretensiones intelectuales pero nula capacidad de contagio o de emoción. Whitehead abusa hasta la extenuación de la –supuestamente cómplice- apelación al lector con la segunda persona del singular: “Tarda un rato en ver a la anciana y cederle su asiento. La embarazada, el hombre de la pierna herida. Una mala suerte, su buena educación. Córrete. Aléjate del borracho apestoso. Es solo el envoltorio de un caramelo pero nadie lo toca por miedo a lo que pueda contener y por tanto queda un asiento vacío en un vagón de metro atestado. Descubres un asiento libre pero cuando te acercas está manchado de refresco. En la parada siguiente alguien lo ocupa y te sientes culpable por no avisarlo pero en realidad no es asunto tuyo.

En la cubierta se pueden leer frases extraídas de grandes cabeceras periodísticas con críticas muy favorables; incluso hay una que lo califica de ‘perfecto homenaje al clásico de E.B. White’. A lo mejor estoy siendo demasiado dura y simplemente no conecté con lo que quería transmitirme el escritor. Yo lo veo un ejemplo claro del quiero y no puedo. Y para homenajes, más emparentado con el clásico de White encuentro yo a Enric González y sus Historias de Nueva York.

Art Spiegelman - "Maus" (Mondadori)

Desde hace unos años, cuando se habla de cómic para adultos o de (el controvertido término de) novela gráfica, la cita a Maus parece inevitable. La obra de Art Spiegelman tiene todo para ser así, desde el trasfondo histórico de su relato, que narra parcialmente la historia de un superviviente judío de los campos de concentración nazis en la Segunda Guerra Mundial, al hecho de que se trate del primer y único cómic en obtener el estadounidense premio Pulitzer. De él se ha dicho, por tanto, de todo, y generalmente todo excelente. Sin embargo, para mi sorpresa, los puntos que hacen brillante esta obra para mi opinión no son precisamente los que se suelen destacar en la mayoría de comentarios a los que he tenido acceso, mientras que el que es a mi parecer su punto negro más notable es pasado por alto prácticamente siempre -por no afirmarlo rotundamente- en todos ellos. Así pues, sin redundar en exceso en las bondades ya comentadas sobre Maus en la mayoría de sus críticas, pasaré a comentarles mis discrepacias o variantes sobre el consenso general.

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Y empezaré señalando el detalle que ensombrece esta obra de Spiegelman, y que no es otro que el que deviene de la usurpación para una historia dramática de la animalización habitual del cómic de humor entre el gato (que suele encarnar al malo cómico) y el ratón (que es a su vez el bueno e inteligente). El problema es que ésta, que es una idea artística
en principio brillante, deja de serlo cuando uno ve que los gatos no encarnan a los nazis y los ratones al resto de la humanidad, sino que sólo son ratones los judíos independientemente de su nacionalidad, mientras que los polacos son cerdos, los franceses ranas o los americanos, perros. Este detalle de que los judíos tengan un nexo de sangre que les constituya en nación propiamente dicha (que mucha gente dará por válida porque es una mentira comúnmente aceptada), es un error de bulto, y bastante notable. Que los judíos sufrieran esa tragedia no da carta de verdad a su fe, como a través de esa animalización sugiere el cómic*.

Superado este importante detalle -que en mi caso casi acaba provocando la interrupción de la lectura de la obra-, uno se adentra en el cómic de Spiegelman y se encuentra con un relato doble; por un lado el del drama vivido por el padre del protagonista en Polonia, Alemania y sus campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial; y por otro con el de la relación entre el protagonista y su padre, al que intenta arrancar esta historia para poder contárnosla. Lo primero es, pese a lo que se ha dicho en bastantes ocasiones, bastante convencional (se ha escrito y filmado tanto sobre el Holocausto que es difícil contar algo nuevo), a excepción de un detalle de trasfondo que se acrecienta en la segunda mitad del volumen: la sensación que desprende el relato del padre, de que son los prisioneros más astutos y con una moral más laxa, los que tuvieron más facilidades para sobrevivir, mientras que los judíos más inocentes y solidarios, los más blandos, fueron los primeros en perder la partida. Es ése detalle el que introduce una novedad importante en lo escrito sobre este drama y el que, unido a la segunda parte del relato, la que nos habla de la especial relación entre el dibujante y su padre, el que hace de este cómic una pieza ciertamente reseñable. Y es que, al margen de dejar por escrito el drama vivido por sus padres, Spegelman ofrece un melancólico retrato de la figura de su padre, a través del cuál recuerda que el hecho de haber sido víctima de una tragedia de semejante magnitud no le convierte, ni a él ni a sus iguales, en personas perfectas e infalibles. Quizás la principal lectura de una obra controvertida pero absolutamente recomendable por su riqueza de matices.

*El autor justificó esa animalización de mil maneras para atajar las escasas críticas que recibió en este sentido cuando se publicó la obra (como podrán comprobra si leen este brillante análisis), aunque a mi parecer son todas bastante peregrinas.


Albert Sánchez Piñol - "La pell freda" (Edicions La Campana)

Ya hace unos años que empecé a oír hablar de esta novela, una de ésas que tiene un argumento original, se publica en una editorial pequeña y que de repente pega el bombazo. Dice la contraportada que nunca un libro escrito en catalán había protagonizado una salida tan fulgurante en el ámbito internacional. El boca a boca es la mejor arma de marketing literario y con ella ocurre una cosa maravillosa: es imprevisible, incontrolable, espontánea; hace que todavía quepa la sorpresa en el calculado mercado editorial. Porque, ¿qué hace que de pronto una historia fascine a tal cantidad de editores de distintos países y a tantos lectores? Un estudio sociológico al respecto me parecería fascinante y, por otro lado, sería muy codiciado por los últimamente tan en boga scouts literarios.

¿Y qué tiene La pell freda para captar tantas miradas? Una historia de tipo fantástico, con uno de esos arranques espectaculares en que no sabes por dónde te va a llevar el autor aunque el paisaje promete: un hombre viaja en un barco hacia una recóndita isla del Atlántico Sur, cercana a la Antártida, con la voluntad de dejar atrás su pasado. “Mai no som infinitament lluny d’aquells qui odiem. Per la mateixa raó, doncs, podríem creure que mai no serem absolutament a prop d’aquells qui estimem. Quan em vaig embarcar ja coneixia aquest principi atroç. Però hi ha veritats que mereixen la nostra atenció, i n’hi ha d’altres amb les quals no ens convenen els diàlegs”.

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He dicho que es una novela fantástica. Yo no soy una asidua lectora del género aunque me despierta curiosidad sobre todo si se trata de algo tan rematadamente bien escrito y con el inevitable poso de factor humano que toda buena historia tiene que tener para mí. Aquí te sorprendes cuando en los primeros capítulos vas conociendo más detalles, aunque pocos, de la vida anterior a la isla del protagonista. Digamos que es llamativo el background político de Kollege y, por cierto, muy interesante el enfoque cultural del problema. A lo largo de todo el libro, que básicamente devoras, te vas encontrando los tres o cuatro giros narrativos necesarios para mantener bien alto el listón y engancharte en el desquicie del protagonista y de sus pocos compañeros de aventura (Battís Caffó, Aneris, el triangle…) hasta llegar a un final más metafísico que vibrante. Me gusta mucho esa combinación que hace Sánchez Piñol de imaginación y creación de extrañas criaturas con la disección del alma humana, sus debilidades, sus contradicciones, sus luces y sus sombras. No es cualquier cosa.

Robert Juan-Cantavella - "El Dorado" (Mondadori)

Un escritor seguidor del periodismo gonzo -o que trata de llevarlo más allá- recibe el encargo de una de las revistas para las que trabaja de realizar un reportaje sobre las vacaciones en la costa de una familia media de la meseta española, y éste, leyendo en el encargo una segunda misión velada -la de encontrar "El Dorado" en estas tierras- acabará recalando, primero en Marina D'Or y después en el Encuentro Mundial de las Familias que llevó al sumo sacerdote católico Benedicto XVI a Valencia hace unos años. Ése es el argumento básico de El Dorado (Mondadori, '08), y servidor, valenciano y por tanto "víctima" de los dos escenarios de la trama, no necesitaba más para volcarse en su lectura, con el fin primero y principal de ver qué punta sacaba de ella el joven Robert Juan-Cantavella desde tan particular perspectiva.

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Y el resultado es, cuanto menos, interesante, y al tiempo, poco habitual. Porque si en principio El Dorado se constituye como un diario del protagonista en su proceso de realización del reportaje, pronto pasa a convirtirse en un collage en el que se mezclan realidad y ficción, donde cabe la denuncia más seria y la fantasía más delirante y gamberra; y todo ello acompañado de su guía de montaje, en la que caben desde una entrevista con el protagonista (alter ego del autor en algunas publicaciones) a la explicación de cómo éste habría podido construir la obra (algo que podría ser también falso, pero que encaja demasiado bien con la sensación que transmite el libro como para serlo). Con todos estos elementos Cantavella construye una obra que, pese a todos sus atractivos (especialmente el metaliterario y el del juego realidad ficción), no acaba de tener el cuerpo que sería deseable, aunque se sigue con la curiosidad de saber qué sucederá después, especialmente por parte del público afectado -como un servidor-, que se sorprenderá por ver muchos guiños a sucesos que sucedieron en realidad y en los que se ven implicados los personajes. No obstante, es en la distancia del no conocedor de esa realidad paralela donde debe funcionar toda novela, y quizás no sea mi voz la más indicada para dilucidar si ese engranaje lo hace aquí. Quizás ya lo haga, pero si no es así, espero que el autor no desfallezca y reincida en la propuesta, pues el camino emprendido, insisto, es ciertamente interesante.

Ray Loriga: "Los escritores somos competitivos y bastante mezquinos"


Después de unos años en los que se le ha podido ver más centrado en su carrera cinematográfica, ya fuera como director o como guionista, el madrileño Ray Loriga regresa a la escena literaria con su primera novela en cuatro años. Ya sólo habla de amor (Alfaguara '08) es su título y, aún manteniendo muchos de los rasgos de la obra de su autor, supone un nuevo paso adelante del autor de Héroes o Tokio ya no nos quiere, que abandona los entornos urbanos y sus personajes para centrarse en la batalla interna que vive un hombre acomodado, que acaba de perder el amor.

Tras unos años en los que ha estado muy ocupado en otras facetas, regresa a la literatura con Ya sólo habla de amor, una obra muy íntima. ¿Cómo surge esta novela?
Concretamente surge a partir de una conversación previa sobre literatura, sobre una conferencia que debería haber realizado en Suiza acerca de la derrota como tema central de la literatura centroeuropea del siglo XX y sobre la figura de Robert Walser. A raíz de aquella conferencia empecé darle vueltas a la idea de derrota, a pensar en qué paisaje era ése. Y para la novela elegí la derrota amorosa, para hacer una reflexión sobre el territorio que rodea a lo que habitualmente definimos con una sola palabra, que es la derrota, aunque es un paisaje tan rico y tan complejo como cualquier otro.

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Y aquella conferencia, idéntica a la que su personaje se plantea no realizar, ¿llegó usted a darla?
Pues no. Me llamó Enrique Vila-Matas, que era el primer encargado de darla, para que le sustituyera, y aunque a los organizadores les encantó la idea, tampoco pude acudir finalmente. A partir de esta peripecia es cómo surgió el personaje de Sebastián.

El tono de la novela es de nuevo melancólico, y su protagonista, como dice, un derrotado, aunque eso es habitual en su obra, plagada de perdedores que afrontan su situación con entereza.
Con heroísmo diría yo (sonríe).

¿Pero cómo es que siempre son así los personajes de sus obras?
No lo sé. Aunque es cierto que mis novelas son muy diferentes entre sí, es cierto que suelen protagonizarlas figuras aisladas enfrentadas a un paisaje móvil. Suelen ser gentes con intereses divergentes a los intereses generales y que construyen su propio mundo; personajes que desde fuera pueden ser vistos como derrotados, pero que en su mundo continúan peleando de una manera épica.

¿Y hay en su mente algún personaje que no entre dentro de este patrón que pelee por salir, o es que no le parecen tan interesantes como estos?
Supongo que son los que más me nacen, que quizá sea lo que menos cambie en mi obra, pese a que cada novela ha cambiado de escenario o las ha habido protagonizadas por varios personajes. Seguramente tengan eso en común. Uno es el escritor que es y al final hay temas a los que siempre vuelve.

Como comenta, los escenarios siempre han cambiado en sus novelas, pero esta vez es la primera que el escenario no es urbano. Imagino que la elección no fue casual.
Sí, la elección de la embajada fue para darle un toque demodé a esta historia de amor a la antigua. La idea de la embajada, los espejos, el baile en el que él no participa, era el escenario propicio para ella.

Ese cambio es, de todos modos, más anecdótico que el narrativo, en el que llama la atención el empleo de la tercera persona para narrar los pensamientos del personaje, hasta el punto de que en ocasiones parece constituir otro.
Sí, es una falsa tercera persona, que está tan cerca de la voz del protagonista que a veces se confunde. Realmente son difíciles de separar. La idea de emplearla me surgió de una manera muy rápida y natural. Necesitaba un paso atrás para observar a este tipo y poderme reír de él o tenerle compasión; el mirarlo desde fuera me permitía poderle pegar mejor luego.

No obstante, con las similitudes que planteaba al principio entre su vida y el personaje, podría ser tomada también como un modo de distanciarse de lo que cuenta.
Sí, hay detalles como la conferencia, que el personaje sea un escritor, que guardan similitud conmigo; pero sin embargo hay muchas cosas de la dinámica de Sebastián que le son propios. Es más, salvo estos detalles, nada de lo demás ha sucedido nunca. Lo que es innegable es que las reflexiones y muchas de las emociones que habita este personaje sí las he conocido. Es un personaje muy cercano a mí, pero tanto como los del resto de mis novelas y aquellos con quienes se encuentran. El yo, como todo escritor sabe, no es más que un artefacto literario.

El libro, pese a no ser muy extenso, me ha parecido especialmente denso en su primera mitad, recargado de reflexiones alrededor de una misma situación.
Sí, como escritor creo que he ido evolucionando hacia otro lugar, no sé si mejor o peor. Antes quizás funcionaba más por flashes, por imágenes rápidas, buscando impactos breves; y ahora trato más desarrollar un tema. Es más circular, la prosa es más enredada y las frases se relacionan unas con otras hasta el punto de que se juntan seis o siete páginas hasta que la idea se posa. Quizás por eso tampoco le di una longitud más exagerada, precisamente porque era muy denso en cuanto a contenido.

¿Le ha influido eso a la hora de escribirlo?
Puede que sí haya escrito más despacio que en otras ocasiones, ya que me ha tocado muchas veces volver a repasar los matices de cada pensamiento, de cada idea, hasta que todo encajaba de un modo matemático dando el resultado que yo esperaba.

Finalmente, el resultado ha visto la luz esta semana. ¿Siente algo especial cuando llega el momento del estreno?
La verdad es que no. Con los años eso se pasa. Eso sí, la que no desaparece es la sensación de pánico a la hora de cerrar el libro, cuando va a imprenta y ya no se puede corregir más. Ahí sí que tengo una sensación de vértigo muy íntima. Cuando llega a la calle ya no sufro.

¿No piensa en cómo lo recibirán sus lectores?
No, no me hago muchas ideas preconcebidas sobre reacciones del público, ya sean mis lectores más habituales o los que me descubran con mi última obra.

Decía que en el personaje de Sebastián sólo había algún detalle suyo. Me pregunto si podría haberlo en ese punto de humor, de los pocos que ha repartido esta vez por la obra…
Sí, esta vez están muy elegidos.

…en el que dice que el protagonista lee las críticas de sus colegas escritores…
Esperando que sean malas (risas). Sí, hay algo de eso. Me río un poco del personaje de escritor porque, bueno, aunque tengo algunos amigos escritores y les deseo buenas críticas, todos los escritores tenemos ese punto mezquino de alegrarnos a medias del éxito de los demás. Somos bastante competitivos y bastante mezquinos. Y por eso me río de ello, para sacármelo fuera.

Estará entonces al corriente de lo que sucede en la escena nacional.
Tengo tres o cuatro amigos escritores con los que suelo cenar y a veces coincidimos con más, sobre todo en foros literarios, por lo que al final nos conocemos casi todos. Sí, estoy un poco al tanto de lo que va saliendo.

Entonces habrá leído que desde hace meses se habla de una nueva hornada de escritores jóvenes, al igual que se habló de una cuando irrumpieron usted, Mañas, etc. ¿Le libra esto de ser tratado ya como un escritor generacional?
Yo me siento muy bien tratado tanto por las editoriales como por la crítica en general, aunque siempre haya algún libro que guste más o menos; pero tanto aquí como en el extranjero me siento en una posición envidiable que no hubiera soñado cuando empecé. En cuanto a los nuevos, sí, es un alivio que salga gente nueva. El otro día precisamente leí un artículo sobre esta generación y lo único que me chocó es que tenían todos mi edad más o menos (risas). Pero sí, he leído algunas de sus obras y una parte me ha gustado mucho.

Siente entonces por su parte que está superado aquél encasillamiento.
Sí, creo que afortunadamente he conseguido vallar mi pequeño jardín, sea el que sea, y que no hay que buscar ya referencias en cosas superfluas.

Una señal del respecto que se tiene a su obra es que se reedite ahora al completo. ¿Cree que sorprenderá a sus nuevos lectores descubrir sus primeras obras o ya estaba entonces el autor que es ahora?
Yo creo que sí. Es una buena sensación que se siga cuidando y respetando por parte de una editorial tu anterior catálogo, porque si es difícil publicar, más lo es que tus libros sigan vivos, vigentes.

¿Y le da algo de pudor?
Sí, hay cierta dosis de pudor, pero hago el ejercicio mental de no juzgar al escritor que era antes porque no soy quién para hacerlo. Si a los lectores les gustaron equis libros lo respeto, al igual que la opinión de la crítica, sea favorable o no. No le doy demasiadas vueltas.

Hablábamos al principio de que el libro llega tras el rodaje de su segunda película, ‘Teresa, Cuerpo de Cristo’, que fue un proyecto muy importante para usted.
Sí, fue un proyecto muy personal, aunque desde fuera pueda parecer que me quede lejano, por el tipo de película, el empaque histórico y demás; pero sí, para mi fue muy personal.

Y desde la distancia, ¿cómo ve el resultado? ¿Quedó satisfecho con su repercusión?
Bueno, el cine es un negocio y hay ciertas cosas que se escapan de tu control, pero la película tuvo una acogida buena tanto de crítica como de público. No obstante, esto del cine son habas contadas. Hay un número de copias, una inversión en promoción, y el éxito se mide en relación con todo eso. Y yo creo que ahí la película funcionó como debía funcionar.

¿Tiene en mente entonces volver a trabajar en nuevos films?
Sí, estoy ahora mismo con un guión ya comprometido con un productor, pero no sé si para dirigirlo yo, aunque posiblemente sí. Ahora está en fase de desarrollo.

Escribir guiones le supondrá un descanso, porque es muy diferente a lo que suele hacer en sus obras.
Tener la suerte de pasar de un estilo a otro sin duda es una suerte, porque es un descanso de ambos oficios. Siempre vuelvo con muchas ganas a la novela después de una película, y después de una o dos novelas sí me gusta sacar de nuevo a la pandilla a la calle para levantarte con el alba a rodar. Hay una parte de aventura física en el cine que como escritor echo de menos.

Será entonces en el cine donde veremos su próximo trabajo.
Estoy con una novela y un guión tratando de pasar a la vez por la puerta. Veremos quién empuja a quién.

John Updike - "Terrorista" (Bromera)

John Updike es uno de los nombres que siempre suenan como candidato al Nobel, ese mediático premio que tiene la extraña virtud de dejarnos atónitos año sí, año también. Pero, ¿qué más da recibirlo o no cuando lo cierto es que eres un escritor reconocido y admirado y tus novelas son tan rematadamente buenas? Ya sé que quizá empiezo muy fuerte pero es que Terrorista es la primera novela suya que he leído y me ha encantado. Entraría en la denominación de thriller porque cuenta una trama interesantísima con mucha acción aunque poco diálogo porque casi todo lo que sabes es a través de las divagaciones de cada personaje. El protagonista es un joven americano de ascendencia árabe que se pone en manos de un grupo pequeño pero organizado de fanáticos que lo convierten en aprendiz de terrorista. Toda la historia se desarrolla en un frenético in-crescendo, desde una leve sospecha inicial hasta un final de puro infarto (y eso es algo que me ocurre en contadas ocasiones) en medio de la duda, ¿será capaz Ahmad de volar por los aires el túnel Lincoln de Nueva York?

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Lo que a mí me fascinó es cómo se adentra el autor en la psicología de personajes tan diferentes: El joven árabe resentido con el mundo occidental donde se ha criado y bajo la sombra de un padre ausente e idealizado en la distancia (esos padres que nunca ejercen como tales de los que tanto ha hablado Barack Obama…), con férreas creencias y muy inocente a la vez que es utilizado por una banda de cobardes maquinadores; el profesor judío que se preocupa por su alumno y que encuentra en esa relación un nuevo motivo para seguir en la brecha; la madre soltera trabajadora y artista tan lejos y tan cerca a la vez de su hijo; la esposa con sobrepeso y un pasado espléndido que reparte sus días entre su trabajo de bibliotecaria y los seriales televisivos; la secretaria del Jefe de Seguridad Nacional;… Quizá los pasajes que se refieren a este último personaje sean los más caricaturescos y por ello su presencia es mucho menor en todo el libro. Updike me parece brillante en su capacidad de análisis y de profundización en el ser humano en toda su diversidad y complejidad, cómo se fija en las particularidades de cada ser humano, en su vida cotidiana y retrata a los ciudadanos corrientes de su país. En este sentido, también encuentro muy atractiva la audaz descripción, llena de detalles muy diversos, que hace el escritor del estado de las cosas en la sociedad norteamericana actual, los cambios sufridos, y la convulsión ocasionada en cada persona por el 11-S. Ahora que llevamos meses mirando con atención lo que pasa en la carrera a la Casa Blanca y esperamos curiosos el desenlace del próximo 4 de noviembre para saber si finalmente Estados Unidos tendrá por primera vez en su historia un presidente negro, es innegable el interés que suscita lo que se cuece por esos lares.

Aquí van algunos comentarios interesantes sobre el libro en otros blogs:

Tirant al cap
El síndrome de Chéjov
Moleskine literario


Andrea Camilleri - "El perro de terracota" (Salamandra)

Debido a la extraña pero cómoda costumbre de muchos periodistas especializados, de copiar las consideraciones de otros colegas cuando desconocen un tema (en lugar de reconocer el desconocimiento o simplemente, apuntar la materia desde otro ángulo), a punto estuve de que mi relación con la obra de Andrea Camilleri se limitara a la lectura de La forma del agua. Y es que, animado por las constantes recomendaciones que de esta novela se hacían siempre que el nombre de su autor salía a relucir, fue la primera protagonizada por Salvo Montalbano que cayó en mis manos. Sin embargo, en lugar de acabar entusiasmado ante una obra brillante, lo que me encontré fue una novela policíaca de corte mediterráneo -muchos exteriores y aparente descripción social- bastante convencional, que situaba al autor italiano (a mi parecer, y con una sola lectura) un paso por detrás de sus colegas de referencia. Y así quedó nuestra relación hasta que, en las últimas vacaciones, quién sabe por qué motivo, se cruzó de nuevo en mi camino y me propuse darle una nueva oportunidad. La elegida en esta ocasión fue El perro de terracota y puedo avanzarles que fue una decisión acertada.

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Porque ya desde
las primeras páginas de la novela me encontré con un autor liberado del encorsetamiento formal que hacía de La forma del agua una novela estándar. Escrita dos años después de aquella -y con una La ópera de Vigàta también protagonizada por Montalbano de por medio-, El perro de terracota empieza a modo de comedia de enredo y sin plantear un caso concreto. En cambio, al comisario se le agolpan, en el transcurso de unas pocas horas, una serie de problemas que en principio irá resolviendo a trompicones y de modo a veces accidental, aunque poco a poco, lo que parecían sucesos aislados, acaben apuntando a un problema mayor. Con esa excusa, la del delito siempre necesario de la novela negra, Camilleri traza -esta vez sí- una tragicómica historia, que le sirve para dibujar un retrato de la sociedad contemporánea que puebla esa Sicilia en la que ubica su ficticia Vigàta. Las mafias, los silencios, los enchufes, el conservadurismo, las apariencias... todo va desfilando ante los ojos de un lector que devora una novela tremendamente ágil, que se eleva aún más con una inteligente trama paralela, la del hallazgo de unos cadáveres asesinados medio siglo atrás y su imposible investigación por parte del comisario, que sirve a su autor para hacer una semblanza de la Sicilia de la 2ª Guerra Mundial. Y todo ello, mientras el lector se entretiene, seguramente en muchas ocasiones, sin ser consciente de lo que se le está contando.

Así se configura una obra sencilla y agradable en su apariencia (con un Salvo Montalbano ácido y con cuerpo), pero tremendamente sólida. Una novela que ha provocado que otra de las protagonizadas por el comisario me mire ya de reojo en estos momentos, y que espere con interés la salida de La muerte de Amalia Sacerdote, la obra con la que, días después de completar ésta, Andrea Camilleri se alzó como vencedor del II Premio Internacional de Novela Negra RBA.

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