Marjane Satrapi -"Bordados" (Norma)

La dibujante iraní afincada en París ya ha aparecido por aquí antes. Precisamente fue después de publicar con gran éxito los álbumes que componen Persépolis cuando sacó a la luz Bordados, un librito de pequeño formato en el que Satrapi vuelve a posar su mirada en la realidad de su país. Sin embargo esta vez se centra exclusivamente en sus mujeres, en las tradiciones que las limitan –tema que ya había tratado con maestría en el anterior-, en sus relaciones sentimentales, su familia, su visión del mundo… No me voy a extender mucho porque volvería a ensalzar lo que en Persépolis y que es lo que me parece más interesante de esta artista, su capacidad de aunar la historia con mayúsculas de su país con el relato de los hechos cotidianos, pequeños y personales. Sí que es cierto que esta vez encuentro su relato aún más universal porque esas vicisitudes y discriminacines las vivimos, o hemos vivido, aquí mismo hasta hace nada. No vayamos a caer en la condescendencia de siempre con la mujer en el Islam.

En Bordados sale sobre todo el segundo aspecto, la vida de puertas adentro de las mujeres iraníes, las intimidades de un grupo de amigas reunidas entorno a un té y unas pastas. Sus conversaciones picantes, sus increíbles anécdotas sobre infidelidades, virginidad y matrimonios concertados… no tienen desperdicio. Además, el tamaño de media cuartilla y el uso libre que hace de la estructura en sus viñetas dan un punto muy atractivo al libro, con un dibujo sencillo pero lleno de fuerza.

Sam Savage - "Firmin" (Seix Barral)

Tengo que decir que ésta ha sido una de ésas veces en que tienes una enorme curiosidad por un libro del que solo has oído decir maravillas y tras leerlo no estás más que decepcionada. Las críticas que había leído y el revuelo levantado con su publicación el año pasado en España (ya ha sobrepasado la séptima edición) me decían que era uno de esos pequeños grandes libritos que tanto me gustan, un homenaje a la lectura, un protagonista tierno y entrañable… Bueno, para mí Firmin, del peculiar escritor estadounidense Sam Savage, tiene sus momentos (“… comprar en Pembroke era como leer: nunca sabe uno con qué va a encontrarse en la página siguiente, y eso constituía una parte importante del placer”) pero nunca me acaba de encandilar Firmin, el ratón casi humano con inmensa curiosidad intelectual y fan de Dostoievski y Proust.

Todo el libro es una pura anécdota. La falta de pretensiones no tiene nada de malo siempre y cuando el lector conecte con el punto de vista del narrador porque ahí reside la única gracia de este tipo de libros. A mí básicamente me ha dado igual lo que le pasara al ratoncillo protagonista, a la vieja librería de Boston donde se inicia el relato o a su amigo Jerry, un escritor maldito de ciencia-ficción con el que vive casi en la indigencia. Los puntos más álgidos de la historia es cuando Firmin da sus opiniones sobre autores consagrados y se refiere al canon literario o cuando se plantea cuestiones metafísicas: “Me preguntaba: ‘¿Será posible que, a pesar de mi dudoso aspecto, yo tenga un Destino?’ Y con eso me refería a la clase de cosa que la gente tiene en los relatos, donde los hechos de la vida, por agitados y revueltos que discurran, al final se resuelven en una especie de pauta. Las vidas, en los relatos, tienen sentido y dirección. Incluso vidas totalmente desprovistas de sentido, como la de Lenny en ‘De ratones y hombres’, llegan a adquirir, por su lugar en el relato, al menos la dignidad y el significado de ser unas Vidas Estúpidas y Desprovistas de Sentido, el consuelo de ser un ejemplo de algo. En la vida real, ni eso consigue uno”. Más allá de eso, poca cosa.

Fernando Iwasaki - "Neguijón" (Alfaguara)

“Nadie había atrapado jamás al inmundo neguijón. Ni Belonio ni Eliano ni Rondelecio en los tiempos antiguos, ni Fragoso ni Juan de Vigo ni Daza Chacón en los tiempos modernos, aunque todos escribieron sobre aquellas alimañas engendradas en los fangos de la boca y en los meollos de las muelas, cuyos mordiscos traspasaban el dolor y cuya podredumbre era el principio de la corrupción de nuestros cuerpos”. Sólo es un ejemplo de lo que podemos encontrarnos en las páginas de Neguijón, de Fernando Iwasaki. Es un compendio de alabanzas a las ponzoñas de la carne, los humores, las tumefacciones, las laceraciones y todo aquello que tiene que ver con que nuestro cuerpo sólo está en tránsito hacia la purificación del más allá. Porque aquí, en la Tierra, sólo somos pasto de gusanos, que a su vez demuestran que el mismo diablo nos tiene en sus redes.

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Neguijón es un repaso por la truculenta mentalidad de los ciudadanos de a pie del Siglo de Oro español, aquél que dio los mejores escritos de la lengua castellana, también fue época de Inquisición y supercherías. Una de ellas es creer que el gusano Neguijón puebla las muelas de los mortales y hay que extraerla sin tener en cuenta ningún posible dolor. Iwasaki es muy gráfico en sus descripciones, tanto que duelen, y las acompaña con eruditas referencias a manuales del momento, como Tratado de las operaciones que deben practicarse en la dentadura y método para conservarla en buen estado (Madrid, 1799).

En una narración paralela (aunque separada en el tiempo) y fragmentada en capítulos, el autor desmenuza las vidas de unos cuantos personajes sumidos en unos episodios espeluznantes. Por una parte, nos los encontramos en medio de un motín en una cárcel sevillana. Adocenados en la enfermería, coinciden un librero erudito al que le falta un ojo, un escritor manco llamado Muñones, un aprendiz de barbero capaz de serrar una pierna para prevenir la gangrena, un capellán que acabará siendo Inquisidor y un templario que es objeto de mofa constante. “¡Me cago en los templarios, escoria de la caballería, hez de la cristiandad, república de mamacallos, barraganas de los moros, bujarrones de los turcos y putos sodomitas!”, escupe por su boca el mismísimo capellán.

Por otra parte, la acción se traslada a Lima, la capital peruana en manos de los castellanos, donde ya un adulto Gonzalo de Utrilla (adolescente en los tiempos del motín de Sevilla) es un barbero obsesionado con extraer el gusano que corroe las muelas. “El tacto metálico de las tenazas sobre las muelas le producían siempre una sensación serpentina y de crucifixión. Sentir junto a la lengua y las encías el roce pringoso de aquel instrumento barnizado de coágulos, humores y pus era tan repugnante como imaginar que su boca se había convertido en el cubil de una serpiente. Y, sin embargo, el violento tirón de la muela ni siquiera le iba a doler como uno solo de los martillazos que sufrió Nuestro Señor cuando lo clavaron en la cruz”.

No conocía a Iwasaki antes de que este curioso libro cayera en mis manos a través de una amiga. Es un autor peculiar, peruano con antepasados japoneses, Iwasaki es historiador, pero inició su andadura literaria con una novela donde desmenuzaba sus fracasos amorosos.

La luz mediterránea, los paisajes valencianos y una serie de acontecimientos en apariencia menores, pero que adquieren otra dimensión mirados a través de los ojos de un joven, son los ingredientes que Manuel Vicent ha conjugado en León de Ojos Verdes. Una última novela del escritor castellonense que nos devuelve al sutil descriptor de un paisaje y una época que ya han pasado, a través de páginas que se despliegan como lienzos, para retratar desde un amanecer junto a las Columbretes, al ambiente de una final de pilota valenciana.

En León de ojos verdes regresa a la novela de tintes biográficos, pero esta vez para contar el que podría ser su nacimiento como escritor.
Bueno, cabe señalar que esto no es una autobiografía o una memoria personal, sino una memoria colectiva de un tiempo y un lugar. Aunque muchas veces lo que se cuenta no haya sucedido en ese mismo instante, para la novela sí se ha concentrado en uno, en un verano de descubrimientos, que en este caso son los del narrador, que vive un cruce de caminos de su vida se produce ese verano.

Seguir Leyendo... Esa mezcla de tiempos, de momentos reales e imaginados, sirve para establecer un juego con el lector.
Sí. Con el paso del tiempo la memoria se convierte en imaginación, y entonces, coger elementos de esa memoria imaginada y sumarles otros reales proporciona a la novela mucha base, generando una sensación de verosimilitud. “Aquello sucedió, luego lo que cuenta esta historia puede ser verdad” pensarán algunos. En la novela, desde luego, los acontecimientos conforman una verdad absoluta, ¿pero sucedieron en aquél momento? Quizás sí, quizás no.

En el libro habla de ese camino iniciático en la literatura de manos de un doctor que le da consejos.
Sí, de un conductor, como siempre pasa. En cualquier viaje de iniciación siempre hay un guía y en este caso es un viejo médico, librepensador, republicano, que abre los ojos y conduce al narrador. Es un esquema bastante clásico. Por otro lado, el hotel es también un espacio muy recurrido, porque por los hoteles pasan muchas vidas. Y en este caso todo se une a través de la mirada de un narrador que recoge escenas de las vidas que pasan por la terraza del hotel.

Es un hotel que, como muchos de los escenarios de sus anteriores novelas ambientadas en tierras valencianas, existe.

Sí, aunque el Benicássim en el que está ahora es irreconocible. El de entonces era un reducto muy burgués, tranquilo; y el hotel, sin ser de lujo, era un referente. Era familiar y servía de residencia a las familias que no podían tener villa y tenían familiares en ellas. Pero al tiempo tenía su encanto por ser un lugar plagado de fantasmas, pues había servido de hospital de sangre durante la Guerra Civil y de refugio para muchas figuras de las que acudieron al Congreso Internacional de Intelectuales celebrado en Valencia en el 37. Y todo ese pasado no se va con una mano de pintura. Queda allí.

Pero habla de un espacio, ese hotel y sus alrededores, de un modo idílico, al igual que en otras ocasiones habló de otros lugares como la Malvarrosa. Consciente o inconscientemente está dejando testimonio de una Comunitat que desaparece.
Usas el término idílico, pero eso es lo que nos parece ahora. En aquellos momentos seguramente no era tan idílico, sino más bien cutre (risas). A pesar de que hablemos de una burguesía bastante acomodada, todo se reducía a una chocolatada, a tomarse un helado, a un paseo en bicicleta o a una excursión al Garbí.

No obstante, con su mirada, llena de luz, parece mágico.
Sí, aunque eso me lo presta el espacio, porque si hablas de esta tierra la presencia de la luz es inevitable. De todos modos juego también con el paisaje sonoro de las canciones. Basta citar una canción conocida para ahorrarse mucha descripción del tiempo. Una canción te puede llevar muy lejos muy rápidamente, además de devolverte las emociones que tengas ligadas a ella.

Al final, con todos elementos plantea enormes lienzos, como el que ofrece de la partida de pilota.
Es que aún recuerdo aquella partida. Entonces el que estaba en el candelero era Juliet y el que empezaba a despuntar era Rovellet, de Pelayo, además del Xato de Museros, que jugaba de mitger, y muchos otros. A Rovellet le vi jugar mucho.

Pero lo sorprendente del relato es la sencillez con que lo cuenta.
Es que este es un libro narrativo, que avanza como cuando uno cuenta una anécdota en la sobremesa.

Conseguir esa sensación no debe ser fácil.
No es difícil tampoco, es un proceso. Cuando uno empieza a escribir es barroco, lo quiere poner todo; pero a medida que una va creciendo en esto y ganando experiencia, va depurando.

Otro de los momentos significativos del libro es el relato de La mujer de la bicicleta roja, que cuenta un pasaje de nuestra historia reciente que los libros de historia no recogen. ¿Por qué sigue esta historia solo en manos de los escritores?
Porque hemos estado cuarenta años sufriendo, en el mejor de los casos, silencio; en el peor, la tergiversación de la historia. La cara oculta de la luna aún no la hemos visto y ahora, tarde y mal, es cuando empezamos a verla. En el año 76 es cuando debería haber habido una amnistía y un acuerdo de paz y perdón que permitiera a todos desenterrar a sus muertos para poder enterrarlos dignamente para que hubiera habido una reconciliación de verdad. Pero nunca se hizo y aún queda por recorrer mucho camino.

¿Y eso es lo que le impulsa a escribir historias como ésta?
No, esta es una historia que yo conocí y que pongo en boca del narrador. Además es una historia metafórica de lo que ha pasado en este país, con la víctima aún teniendo que darse por satisfecha sirviendo para su verdugo por una mínima compensación.

Pese a este fragmento, el tono general del libro, quizás por estar escrito a través de la mirada del joven, es positivo.
Sí. Para mí un escritor es estar de vuelta de todo, conocer el alma humana, no sorprenderse de nada… pero a la vez no perder la virginidad de la mirada y tratar de contarlo todo como si sucediera la primera vez.

Imagino que la promoción no le habrá detenido y que estará ya preparando nuevo material.
Lo cierto es que estoy ya trabajando en una serie de retratos de escritores que me han marcado de toda la historia. Y en adelante quiero seguir escribiendo. Es más, tengo en mente la idea de hacer un libro que conste de diez cuentos que parezcan independientes pero que en el fondo conformen una historia. Quiero que esté todo engarzado porque, en el fondo, leer es como una falla. Me gustaría que uno pudiera leerlos empezando por cualquiera de ellos, independientemente, pero que al final sumando cada uno se configurara un todo.

Le quedan entonces cosas y territorios por explorar.
Sí, pero haciéndolo todo muy fácil. No quiero meterme en complicadas estructuras, sino contar cosas como las contaría en una sobremesa, y que sean interesantes, divertidas, imaginativas, sorprendentes.

Entrevista publicada originalmente en el suplemento de ocio de Superdeporte el 8 de diciembre de 2008.

Roberto Saviano - "Gomorra" (Debate/Debolsillo)

Para cuando lea esto, seguramente un ejemplar de Gomorra haya llegado ya a su casa. Y es que, si le gusta leer, es difícil que un familiar suyo o usted mismo se haya resistido a las pilas de ejemplares que se podían ver de él en las grandes superficies y a la tremenda promoción que de él se ha hecho, a raíz especialmente de que su autor, Roberto Saviano, haya sido amenazado de muerte por uno de los delincuentes que aparecen citados en su libro. No obstante, este ensayo sobre la camorra napolitana lleva ya en el mercado español desde hace un par de veranos y fue entonces cuando recuerdo que llamó mi atención a partir de un fragmento del mismo recogido en un semanario de la prensa nacional. Y también recuerdo que a los pocos meses, una persona de mi confianza, me comentó que el libro desvelaba cosas interesantes, pero que, por unos u otros motivos, no era un gran ensayo. Así quedó aparcado, a la espera de un encuentro casual, hasta que se despertó la fiebre por él y un ejemplar acabó hace unas semanas en mis manos. Y con unas ganas renovadas me dispuse a leerlo.

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Las primeras páginas, con la descripción de la escena de los cadáveres de chinos cayendo de un contenedor de barco en el Puerto de Nápoles, hacía presagiar lo mejor que había podido leer acerca de la obra: que iba a poner ante mis ojos una realidad oculta, dominada por el hampa, y que tenía ramificaciones que llegaban a la vida diaria de toda la sociedad, lejos incluso del sur de Italia. Sin embargo, a las pocas páginas el impacto inicial se difuminaba, a medida que veíamos al joven narrador (cumplirá este año la treintena) moverse como Pedro por su casa por las zonas dominadas por la camorra. ¿Cómo lo hace? ¿A qué se dedica? Uno bien puede deducir que se trata de un joven seducido por este mundo de delincuencia o de un periodista infiltrado, pero tome el punto de vista que tome, será pura deducción, pues el autor en ningún momento se sitúa. A partir de entonces, le vemos pasar del puerto a las fábricas ilegales de ropa de diseño, y ya entonces nos encontramos con el síntoma que marcará toda la obra: Saviano tiene entre manos una historia muy potente que conoce a la perfección -o, al menos, en una gran profundidad- pero no sabe cómo contarla.

Esto queda de manifiesto en la historia del modisto, en la que creo recordar que por primera vez empiezan a aparecer nombres a discreción, sin que el autor encuentre el modo -o simplemente haga un esfuerzo, porque parece que no lo intente- de constituir una imagen de conjunto para el lector. Esto se repite, y más gravemente, en los capítulos titulados El sistema y La Guerra de los Secondigliano, en los que la profusión de nombres de camorristas, asesinatos, killers y capos generan un batiburrillo del que es difícil salir a menos que uno intuyera que el fin último de la lectura es ir realizando al tiempo un árbol genealógico de la camorra. Y el problema es que para cuando uno sale de él, ya se ha plantado en la mitad del libro.

Cabe señalar que es a partir de ahí cuando la cosa mejora, aunque lo hace gradualmente. Y uno puede entrever el papel que en el asunto juega la prensa, los vecinos de la zona, las grandes empresas, los niños o las mujeres. Sin embargo, a uno le sobrevuela constantemente la imagen de lo que había podido constituir semajante material en manos de un gran periodista. Porque Saviano cuenta historias tremendas, como la del párroco, los dos jóvenes obsesionados con las películas norteamericanas, o la testigo que denuncia a un killer (cuya historia estremece más por pensar que el autor contaba cuando la escribió lo que luego le sucedería a él), pero en todas, aunque mejor narradas que las iniciales, se percibe que podrían haber llevado más lejos con una narración más selectiva en los detalles. Pese a ello, el escritor, que va ganando protagonismo en el relato en sus capítulos finales, logra en ellos un cierto increscendo para desembocar en un correcto final en el que une una muy interesante historia -la del tratamiento de residuos- con un desenlace personal.

Conociendo el contexto de la obra, a un servidor le quedó un regusto agridulce tras su lectura, pues a pesar de la profusión de datos, el relato de Saviano no es definitivamente bueno para hacerse una nítida composición de lugar de lo que quiere retratar. Es más, a nivel cultural, su lectura puede resultar incluso contraproducente, pues mucha gente ajena a la lectura de ensayos se va a enfrentar por primera vez a uno con él, y su estructura no es ni sencilla, ni clara, ni esclarecedora. Esto suma un poso más a la amargura de la lectura, aunque el brillo de esperanza lo pone la valentía demostrada por su autor a la hora de escribirlo, pues acertadamente o no, directamente o no, ha arrojado un halo de luz sobre una de las miserias del mundo occidental. Y sólo por eso ya merece nuestro respeto y aplauso.

Hace ya bastante tiempo que cayó en mis manos la vida de Maggie y Hopey. No he leído los originales. Aquellas historias que los hermanos Hernandez publicaron en la revista que ellos mismos crearon y editaron, Love & Rockets, revolucionando el mundo del cómic allá por los 80. No he tenido esa suerte. Más bien me he conformado con los retazos que ha publicado la editorial La Cúpula, Mechanics (1990), Las mujeres perdidas (1992), Locas: La muerte de Speedy (una serie de cuatro cómics de 1997 a 1998), Locas: Maggie y Hopey (serie seis cómics e 1998 a 2000) y la serie de cinco cómics Penny Century (2005). Ya he hecho el repaso y no pretendo diseccionar todas estas historias con personajes descarados y descarnados, que transitan en el límite de la contracultura y la tradicionalidad de su origen hispano. Pero ahora ha llegado una nueva entrega y la tuve para Navidad, La educación de Hopey Glass, de la misma editorial. Eso sí, tengo que echar un vistazo a los tres tomos que esta misma editorial ha sacado recopilando todas las historias (Locas 1, Locas 2 y Locas 3).

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Jaime Hernandez retoma unos años después las vidas de sus personajes favoritos. La loca de Hopey y la dulce pero temperamental Maggie. Ha pasado ya mucho tiempo desde que se inició todo. Conocimos a las protagonistas (sin contar los flash-backs que hacen eco de anécdotas de su infancia) con unos quince años, cuando el punk y la rebeldía las unió en amistad y amor para siempre, pero ahora ya superan los treinta y tienen trabajos y relaciones adultas. Hopey Glass es ayudante de maestra en un colegio de infantil, trata de sacar a flote su relación amorosa con Rosie mientras sigue con sus antiguas costumbres. Maggie Chascarrillo ahora se encarga de un bloque de edificios, donde habita una misteriosa heroína, Alarma. Fantasía y realidad se entremezclan en las historias como siempre. Yuxtaposiciones de líneas argumentales que conforman la vida de estos personajes, que cada vez va cogiendo mayor profundidad psicológica.

Pero La educación de Hopey Glass se centra más, como es obvio por el título, en el personaje de Hopey. Dividido en unas cuantas historias separadas, la primera parte es sin duda la mejor, donde se desmenuza el día a día de una aspirante a maestra que no se ha desligado de su romance intermitente con Maggie, no es capaz de serle fiel a su novia actual y sigue frecuentando bares de mala muerte, callejones oscuros y personajes dudosos. No soy una entendida en este Noveno Arte, por lo que no me aventuraré en terreno desconocido sobre trazos, dibujos, elección del blanco y negro y adecuación de los guiones, pero sí citaré un comentario que el gran Alan Moore hizo sobre la serie: "El dibujo de Jaime combina blanco y negro para dar origen a un universo de tonalidades entre ambos. Del mismo modo, sus guiones hablan de los grandes sentimientos humanos pero también de pequeños eventos cotidianos, y están dotados de una increíble fuerza emocional. En definitiva, nos hallamos frente a uno de los autores de cómic más importantes del siglo XX en su momento álgido, y cada una de sus líneas encuentra un perfecto equilibrio entre lo clásico y lo cool."

Maggie, Hopey, Ray, Grace, Alarma, Angel de Tarzana, Penny Century, Elmer… son unos personajes infinitos, de los que se puede extraer pura vida. Una locura de vitalidad y derroche de energía. Si no conocéis a Maggie y Hopey, ¿a qué esperáis?

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