Ha vivido el anonimato, el éxito, el olvido, de nuevo el éxito... Las canas pueblan su cabello y las arrugas su rostro. Y esto, viéndolo de lejos, y relacionándolo con la crudeza de algunos pasajes de sus obras, pueden llevarte a pensar que estará de vuelta de todo, que será inaccesible. Pero sólo hay que cruzar dos palabras con él para ver que no es así. La circunspección se torna alegría y su rostro, animado por la conversación y con la suma del brillo que cobran sus ojos al hablar con emoción de su profesión, le hacen parecer más joven de lo que es. Porque Francisco González Ledesma, a pesar de cargar a sus espaldas más de cuatrocientas obras, muchísimas de encargo y otras por pura vocación, todavía mantiene intactas las ganas de escribir. La excusa para la conversación fue su última obra publicada, Una Novela De Barrio, con la que ha recuperado a Méndez, su personaje más celebrado, y regresado a su género favorito, el negro. Pero fue también eso, una excusa para saber más de un autor que decidió escribir para contar la historia y las experiencias de sus vecinos más humildes, vecinos con los que parece sentirse todavía en deuda.

(Fotos: Susana Alfonso)


Méndez vuelve a patear las calles en Una Novela de Barrio y cabe decir que goza de una salud de hierro, porque ya se estaba jubilando cuando protagonizó Crónica Sentimental en Rojo en el 84.

Bueno, él siempre ha estado en la calle, y su salud milagrosa quizá se deba a que en ella siempre ha encontrado motivos para vivir, a pesar de que coma muy mal frecuentando restaurantes que están a punto de cerrar por orden de Sanidad. Pero a pesar de eso goza de buena salud, en parte porque tiene ilusión, en parte porque la ciudad le mantiene vivo. Siempre está a punto de jubilarse, pero siempre lo va aplazando. No le dan casos importantes sino casos miserables, pero es precisamente en ellos donde encuentra la auténtica humanidad de la calle.

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Hablamos de la calle, porque sus novelas, las que protagoniza Méndez, son una especie de crónica de una ciudad, Barcelona, que como la describe está desapareciendo.
Pero que es una Barcelona auténtica. No es la actual, pero es la que ha sido, y yo soy testigo de ello. Es la Barcelona de mi juventud y de mi madurez, de mi vida como periodista y de mi vida como abogado. Pero es una ciudad que está siendo cambiada por dos fenómenos en cierto modo inevitables. El primero sería el capitalismo salvaje, que se traduje en derribar casas viejas para hacer otras nuevas, echar abajo barrios enteros, tirar a gente de sus casas, permitir que barrios enteros se arruinen para especular con ellos… El otro sería la inseguridad de la gente, el carecer de un empleo seguro, las hipotecas que no se pueden pagar… Todo eso hace que Barcelona sea ahora una ciudad más cruel que antes, ya no es tan alegre como era. Por otro lado la fisonomía de los barrios también está cambiando con la inmigración. Ésta ha hecho que barrios enteros, como Poble Sec, en el que yo nací y que era un barrio de republicanos y de anarquistas, ahora sea un barrio de sudamericanos y de marroquíes, que son gente que trae otros recuerdos, otras inquietudes, y cambia completamente el panorama. En este sentido los barrios están desapareciendo, y Méndez los recuerda como han sido, tal como los recuerdo yo. Todo esto recuerda una cierta nostalgia, a pesar de que eran tiempos en los que también era muy cruel vivir, pero había una definición que era muy del país, y que ahora se ha perdido.

Sonríe mientras lo cuenta y me confirma la impresión que ya me daba en sus libros; el romanticismo con que trata la degradación de los barrios, a las viejas clases marginales…
Es romanticismo y al mismo tiempo nostalgia, porque son los barrios de mi niñez, los barrios en los que yo descubrí el mundo, y, sobre todo el Poble Sec, el lugar donde yo viví la guerra y una serie de cosas que mejor sería no recordar, pero que te marcan el carácter. Donde vistes gente que lloraba por una bandera, dispuesta a que le mataran por un ideal, gente que trabajaba y tenía su orgullo en el trabajo… la clase obrera en toda su nobleza y su grandeza. Después vería la posguerra, la gente que desaparecía porque la fusilaban, las mujeres que se tenían que prostituir porque les habían matado al marido… Toda la amargura de los barrios se me metió muy adentro y eso lo recuerdas porque te ha formado la vida. No es que lo recuerdes con nostalgia, que es una palabra muy ambivalente. Yo recuerdo aquello, no porque desee que vuelva, porque aquello no era vivir, sino porque me marcó. Formó parte de mi vida y de mi pasado, y seguramente son cosas que pocos las hayan vivido como yo. Y por eso para mí son como un pequeño tesoro sentimental. En ese sentido sí que existe cierta nostalgia, pero no porque el barrio sea mejor o peor.

Es por esto que me cuenta por lo que en sus libros aparecen tantas prostitutas de buen corazón…
Sí, yo como periodista y como abogado he conocido gente de toda clase. He defendido a muchos delincuentes, a muchas prostitutas a las que aplicaban la ley de peligrosidad social que rigió durante el franquismo. Y te diría que la mayoría de ellas eran gente de buen corazón, gente que merecía una defensa y una consideración. Siempre ha habido en mis novelas esa mujer que se veía forzada a practicar el sexo, que vivía como no hubiese querido vivir… pero siempre tenía una justificación, siempre había tras de ellas un rincón sentimental. Y eso es verdad, yo lo he conocido, y ese corazón dolorido de la ciudad me sale sin que yo lo busque.

Ha nombrado su pasado como periodista. ¿Coincidió en esa etapa con algún Amores? Un personaje como ése no puede existir.
Sí, sí que existió, aunque no exactamente igual. Méndez ya he comentado alguna vez que es una mezcla de cuatro policías que conocí, y Amores también existió. Era un tío al que todo le salía mal. Su padre tenía una fábrica de tinta y él provocó sin desearlo un accidente que acabó con la vida de su padre, que se ahogó en ella. Luego trabajó de distribuidor en un colmado en los tiempos del racionamiento y por su culpa también acabaron cerrándolo. Ese hombre era la mala suerte personificada e inspiró el personaje.

Incidiendo en el periodismo, fuera de Cataluña, es una faceta suya no muy conocida. ¿Cómo llega a ejercer la profesión?
Llego por auténtica vocación. Cuando yo era muy niño vivía conmigo realquilado un periodista muy pobre de La Vanguardia, que era tío mío carnal, y que despertó en mí una vocación periodística tremenda. Me despertaba a las tres de la mañana y me llevaba a ver las rotativas de La Vanguardia. Y aquellas máquinas monstruosas, aquel mundo, me parecía de película americana. Aquel mundo de la noche, aquello de que los periodistas lo supieran todo antes que nadie, todas esas cosas me fascinaban y siempre quise ser periodista. Lo que pasa es que en aquella época, con Franco, un periodista era un funcionario del “régimen”, había que jurar principios de fidelidad al “movimiento”, y yo no quería. Entonces, cuando surgió la “ley Fraga” en 1966, dulcificando un poco la profesión, estudié periodismo como alumno libre, me iba a examinar a Madrid, y me fue muy bien. Saqué el numero uno de mi promoción en toda España y encontré trabajo enseguida. Primero fui redactor jefe del Correo Catalán, que era un periódico muy liberal, muy abierto, y luego de La Vanguardia, que era entonces el primer periódico de España. Allí fui muy feliz, he trabajado como un hijo de puta, pero he sido muy feliz.

Redactor jefe, de buenas a primeras.
Fui redactor jefe de nacional primero, después de todo el periódico, coordinando todas las secciones, y finalmente, editorialista. Lo que pasa es que, como no firmabas, no te conocía nadie, y finalmente pedí que me dejaran hacer calle, por lo que mis últimos años puede estar a pie de calle. Y fui muy feliz, porque en el oficio de periodista lo bonito es conocer a mucha gente, vivir muchas situaciones que no te esperas…

Veo que es usted un romántico en todos los sentidos.
Soy muy sentimental, sí, y en el periodismo también lo he sido. He sido muy feliz y siendo periodista de noche, como yo había soñado.

¿Hace cuánto que lo dejó?
Al final me jubilé. Lo alargué un año pero al final tuve que dejarlo. Me decían “al final te vas a morir en la mesa”, y es verdad (risas), acabaría haciéndolo. Pero sigo teniendo un programa de televisión, un programa de radio, una columna en El País, de modo que sigo ejerciendo de periodista, que es lo mío y lo que amo.

Y en el plano literario vive una segunda juventud…
Vamos a llamarlo así (risas)…

Se lo comento porque en mi caso particular recuerdo haber tratado de encontrar, hará una década y a raíz de haber quedado prendido por Crónica Sentimental En Rojo, alguna de sus obras y haber sido incapaz de conseguir ninguna. Ahora, en cambio, es difícil no darse con alguna al ver las estanterías de novedades en las librerías.
Es algo que no depende de uno. Yo antes trabajaba lo mismo que ahora. Lo que sucede es que una novela de un éxito notable, marca también a los editores y de repente quieren publicártelo todo. Cuando eres un autor digámosle normal, cuando se agota una edición el editor piensa: “¿Cuántos libros más voy a vender? ¿Dos mil? Entonces ya no me interesa”. Así que medida que se agotan las ediciones de cada libro la gente ya no los encuentra. Pero cuando una novela como La Ciudad Sin Tiempo tiene un éxito considerable, se hacen tantas ediciones que el editor se preocupa de que esté siempre en las librerías. Y cuando ésta ha salido, como Méndez ya es un personaje consagrado, el editor ya tiene más interés. Depende de la actitud comercial del editor.

Pero poco antes de que saliera La Ciudad Sin Tiempo, de repente los libros de Méndez regresaron a las librerías. ¿Alguien puso interés en ese retorno?
En realidad nadie puso interés excepto yo. Yo he estado escribiendo constantemente sobre Méndez, dando noticias sobre él y hablando constantemente con los editores, y eso hizo que el personaje cobrara nueva vida. Si yo no hubiera trabajado mucho posiblemente no hubiera vuelto, pero cada dos años intenté publicar una nueva obra con el personaje. Y cada vez han ido teniendo más éxito. Sí es verdad que al principio el Planeta lo consagró, pero La Dama De Cachemira también es muy buena, aunque es verdad que después de sacar tres ediciones por libro desaparecían. También hubo otros como Historia de Dios En Una Esquina, que tuvo menos éxito y sólo tuvo una edición, pero para mí es una novela muy buena. Después he ido trabajando continuamente y al tener más nombre los editores me han hecho más caso. Ahora tengo tres novelas en el mercado. Nunca me había pasado.

Una de ellas es La Ciudad Sin Tiempo, que ha supuesto un hito en España por la estrategia de marketing con que se lanzó. Pero ¿cómo surge su implicación en ella?
Es una novela que yo ya había imaginado hace más de diez años. La idea original viene cuando yo estaba haciendo una novela de aventuras en la que salía un vampiro. Entonces pensé en lo interesante que sería que un vampiro, que por definición nunca muere, viviera siempre en la misma ciudad, por lo que conocería toda su historia, todos sus personajes y todos sus secretos. Así es como decidí situar al vampiro en Barcelona, empezando en un prostíbulo de la Edad Media en que las prostitutas eran esclavas, y a partir de ahí contar toda la historia de la ciudad, que es una historia auténtica. Todos los hechos están comprobados y documentados, desde los edificios hasta los discursos de los personajes históricos. Es una novela histórica perfectamente documentada.

Y este éxito editorial, ¿le anima a seguir por la senda de la novela histórica?
No, no. En realidad, si quieres que te diga la verdad, nunca he perseguido el éxito comercial; he escrito lo que buenamente tenía en la cabeza, lo que me llamaba la atención y lo que en cierto modo justificaba mi vida. Me digo, “tienes que escribir esta historia porque si no no vas a sentirte completo”, y entonces la escribo. La novela comercial he tratado de no hacerla, o quizás no he sabido. Pero esta novela creo que salió bien y creo que coincidió con un momento en que la novela histórica funcionaba bien. Esas dos coincidencias hicieron que saliera tan bien. Pero el editor no creas que puso más o menos interés; vio que se podía vender.

Y usted le ofreció la novela…
Y él vio en seguida que había mercado. Pero me pidió que la firmara con pseudónimo para que la gente no creyera que se trataba de una novela negra, ya que no lo es.


Y el pseudónimo que utilizó es el nombre del protagonista de su primera novela.
Sí, de Sombras Viejas, la novela que me prohibió la censura cuando yo tenía veinte años. Pensé en unir mi juventud llena de esperanzas con mi vejez que ya no tiene esperanza alguna. Por eso puse el nombre de Enrique Moriel, que fue el primer personaje que creé.

El éxito de la novela ha propiciado que ahora Enrique Moriel sea conocido, porque también se acaba de Sombras Viejas.
Sí, se había editado en Francia con mucho éxito, pero yo no me había atrevido a editarla aquí posteriormente por una razón que te puede parecer muy idiota. Yo la veía como una novela tan romántica, tan pura… A pesar de que la prohibió la censura, la escribí con un respeto a la mujer, con un respeto al amor, con tanto idealismo, pensaba que ahora, que nos hemos hecho tan materialistas todos, la gente no la iba a entender. Pero cuando se publicó en Francia con éxito el editor me convenció para sacarla aquí y, la verdad, está siendo muy bien acogida. Creo que es muy auténtica. La escribí con diecisiete años, y si eso no es auténtico…

¿Y qué le impulsó a escribir novelas tan joven?
Fue una cosa natural, un instinto que me salía de dentro. Yo sólo entendía mi vida justificada si escribía algo. Yo ya vivía en un mundo en el que pasaban muchas cosas y donde vivía mucha gente maravillosa, que serían olvidadas si alguien no las escribía. Que el barrio se destruiría y nadie habría explicado cómo era antes. Creo que pensé que ésa era mi misión en la vida: que si de esa gente a la que habías visto morir en un portal agarrado a una bandera no iba a hablar nadie, escribiera yo de ella. Eso fue lo que me motivó a escribir y además fue mi vocación, porque yo era feliz escribiendo, sentía como si no trabajara y al tiempo me sentía realizado.

Pero la censura de su primera novela marcó su nombre y, para seguir escribiendo, tivo que hacerlo con pseudónimo.
Sí, me dijeron que mientras viviese el “caudillo” no publicaría nunca, y me lo comunicaron oficialmente. Y como yo provenía de una casa muy pobre y mi padre estaba parado en una época en que no había subsidio, me vi forzado a trabajar de lo que fuera. Así, cuando en la editorial que trabajaba haciendo guiones para cómics, me propusieron escribir novelas de aventuras, aunque debería hacerlo con pseudónimo para evitar la censura y también porque, con el apellido González, decían que no me creería nadie. De modo que me inventé el nombre de Silver Kane, y lo que tenía que haber durado dos años duró casi veinte.

En el diario de la Semana Negra de Gijón de 2004 venía una doble página con una relación de todos los títulos de sus obras, y casi no cabían a cuerpo 6.
Es verdad (risas). Creo que habré publicado unas cuatrocientas novelas, entre policíacas y del oeste.

¿Y cómo se puede ser tan prolífico?
Por dos razones. Una de ellas, la necesidad: las pagaban muy mal y para llevar un jornal medio decente a casa debía escribir varias novelas. Normalmente escribía una a la semana. La otra, que en el fondo notaba que me estaba haciendo escritor mientras escribía aquello. El tener que aprender a hacer novelas que fueran interesantes desde la primera página, que fuera en lo posible distinta a todas las demás, a la que añadiera todas las técnicas literarias que fuera conociendo e inventando… todo aquello noté que me perfeccionaba como escritor. Y por eso seguí, me di cuenta de que Silver Kane era mi maestro.

Dice que se las pagaban muy mal. ¿La SGAE se ha encargado ahora de recompensárselo?
No, qué va. Bruguera, que era la editorial, trató de reeditarlas sin pagar. Era muy cruel. Pero aunque le saqué provecho, porque me permitió vivir, terminar la carrera, casarme… y esto muy agradecido a las novelas, individualmente las pagaba muy mal. Tuve que escribir mucho para poder vivir.

Recientemente se ha reeditado alguna.
Sí, Grupo Z reeditó alguna, y la Factoría de Ideas me pidió que le cediese los derechos temporales sobre tres novelas policíacas, una de ellas titulada Recuérdame al Morir, y las ha publicado ahora en forma de libro.

Y después de haber escrito tan deprisa, ¿cómo pone ahora el freno? ¿Le ha quedado algún tic de aquello?
No, ahora no escribo deprisa. Como mucho hago tres o cuatro páginas al día como máximo, porque quiero meditar cada página, hacerlo con mucho cuidado. Pero antes es verdad que no, me guiaba por puro instinto, y si salía bien era porque lo llevaba dentro. Ahora no, ahora me gusta meditarlo.

No sé cómo podría dormir.
Te acostumbras a todo, incluso a no dormir. Por la mañana trabajaba de abogado, por la tarde de periodista y por la noche hacía de Silver Kane, porque tenía contrato. Y después de todo eso, los domingos, escribía lo que yo llamaba “novelas para mí”, novelas que yo quería firmar con mi nombre y que reflejaban la realidad de cada día. Novelas que son el germen de lo que conocéis ahora.

Bueno, finalmente consiguió en los años ochenta el reconocimiento con novelas ya firmadas con su nombre, con el punto álgido del Planeta del 84 para Crónica Sentimental en Rojo. Era una época en la que parecía que la novela negra iba a triunfar y consolidarse como un género de éxito en España, pero finalmente no fue así. ¿A qué cree que se debe?
Hubo un gran escritor de novela negra que también ganó el Planeta, que fue Manuel Vázquez Montalbán, y que marcó una época. Y parece que tras su muerte el puesto quedó un poco vacío. Era un gran amigo mío. Los dos éramos periodistas, los dos éramos de grupos de resistencia antifascista y creo que llegamos a marcar una época. Pero creo que en este momento la novela negra tiene ya no sólo un gran valor social, sino también literario, porque es la que mejor describe la sociedad, la que analiza el mundo real… Yo creo que es la más auténtica, la más directa, y al tiempo, la más divertida. Creo que ahora pasa un buen momento y prueba de ellos es que los editores lanzan colecciones de novela negra de una gran dignidad.

De todos modos creo que otros países europeos tienen una mayor consideración por sus escritores, que los españoles con los nuestros.
Es posible. En realidad la literatura en España es una literatura de pobres gentes, de autores que están dispuestos a escribir mucho y a cobrar poco porque son vocacionales. Francia en cambio es un país con muchos más lectores y hay más actividad editorial, por lo que los editores están dispuestos a pagar mejor y la literatura es más profesional. Aquí sigue siendo más vocacional, porque si no tienes esa vocación para lo que te pagan no vale la pena. Es diferente un premio, aunque también te vale para una vez, no para todas.

Tenerle delante y no preguntarle por los colegas que más le atraen sería un crimen. Cuénteme qué escritores del género le atraen más actualmente.
Pues además de mis colegas españoles, que los leo a todos, y de mi formación literaria, que viene básicamente de los clásicos franceses, como novelistas me gustan Frédéric Dard, que fue un escritor extraordinario; Andrea Camilleri también me gusta mucho… Mantel me gusta también, pero en sus ambientes, de levantarse a las cinco de la mañana y tomarse seis cafés seguidos, yo no entro. Me cuesta, yo soy mediterráneo, pero me parece un autor interesantísimo. A mis colegas europeos los respeto muchísimo, pero también hay que recordar que la formación es norteamericana, viene de la Gran Depresión, de los pulp, de Dashiell Hammet, que es uno de los grandes maestros… Pero bueno, ahora todo eso ya ha sido superado y ahora me interesan los maestros europeos.

En los que se podría diferenciar una especie de corriente mediterránea.
La hay, sí. Es una novela de las calles, porque se puede estar en ellas, mientras que el estilo de Mankell es de habitación cerrada, cambia mucho el ambiente.

Pues con este regreso a la calles lo dejamos, sólo preguntándole finalmente por su próximos planes.
Mira, estoy trabajando como un cabrón en una novela que me ha ocupado todo un año y que ya tenía mucho interés en acabarla y que había comprometido con Planeta (porque cuando RBA me publicó Una Novela de Barrio a Planeta le dio como un ataque de celos). No se trata de una novela negra, pero que estoy contento de cómo me está quedando y espero que sea un gran triunfo. Por lo pronto he hecho cuatrocientas páginas en un año. Eso es trabajar como un cabrón.

Sólo una cosa más, aunque le preguntaría veinte mil. Si se llevara de nuevo al cine una novela de Méndez, ¿quién le gustaría para su papel?
Ya se llevó Crónica Sentimental en Rojo y José Luis López Vázquez hizo el papel, aunque la tenía que haber protagonizado Paco Rabal, que tenía un punto más de cinismo.

Su rostro es el que más se parecía a la imagen que yo me he formado del personaje.
Habría sido fantástico y la verdad es que llegamos a hablar con él y estaba encantado, pero estaba rodando otra película. Y aunque se ofreció a rodar las dos a la vez, al director no le pareció lo más adecuado. De modo que finalmente el papel lo hizo José Luis López Vázquez, que lo hizo muy bien. Aunque el punto de cinismo era de Paco Rabal.

Djuna Barnes - "El bosque de la noche" (Seix Barral)

Siempre hay olvidados o minusvalorados. Siempre en comparación con otros más renombrados, conocidos, encumbrados o simplemente comentados, claro está. La generación de mujeres que vivió, trabajó, sufrió y experimentó en el París de los años 20, el de entreguerras, el de la Rive Gauche, podría estar entre los referidos en la primera línea (dentro de la genial “Generación Perdida”, ellas son las grandes olvidadas). Aunque nadie podría obviar que su trabajo, e incluso sus ejemplares existencias, han dejado huella. Sólo hace falta rascar un poco, ver más allá de lo que nos vende el mainstream.

En los exquisitos círculos literarios de aquella época llena de referencias se movió a sus anchas, entre muchas otras, la escritora neoyorquina Djuna Barnes (1892-1982), pero nombres como los de T.S. Elliot o James Joyce suenan más. El primero de ellos prologó la obra más famosa de Barnes, una joya de la literatura contemporánea, El bosque de la noche (Nightwood, 1936), que en España se publició a finales de los años 80 gracias a la editorial Seix Barral. El segundo tuvo su oportunidad gracias a Sylvia Beach, dueña de la librería inglesa Shakespeare & Company de la rivera izquierda del Sena (todavía abierta en su original ubicación), quien le editió su luego célebre Ulysses.

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El mismo Joyce dijo una vez: “Nunca escribas sobre un tema insólito, haz insólito lo corriente”. Y cuando te dejas llevar por la prosa de esta mujer, quien inició su andadura como corresponsal de la revista McCall’s, ésta parece ser su máxima. Los escritos de Djuna Barnes son retratos de las cosas corrientes de la vida, pero su propia escritura las presenta de una manera deformada, forzando las circunstancias hasta conseguir lo extraordinario. Djuna Barnes plasmó su propia vida en imágenes a través de las experiencias biográficas que narró en sus libros. Un buen ejemplo es El Almanaque de las Mujeres (Ladies Almanack, 1928) donde caricaturiza las famosas reuniones en torno a Natalie Barney.

Pero, sin duda, su obra cumbre es la célebre pero casi olvidada El bosque de la noche. En ella la autora argumenta la nada, adorna el vacío, el ocaso, el silencio en el que viven todos los personajes a través de una prosa barroca y retorcida. Todos actúan, todos llevan máscaras, todos son falsos y verdaderos al mismo tiempo. El único que no tiene vida, el doctor Mathew O'Connor, es quien posee la verdad. Es la voz de la conciencia. La voz sin rostro, a la que nadie quiere oir y a la que todo el mundo escucha.

El amor se acaba, parece decirnos Barnes a lo largo de las escasas 190 páginas que forman esta novela. En ella habla del coste del abandono, una amante deja a otra y ésta última piensa que no lo superará. “Me ha dejado en la oscuridad para el resto de mi vida”. La protagonista, Nora Flood, ha perdido lo único que le importa (a Robin Vote, un espíritu libre y desconsiderado) y se siente sola. Es un grito amargo de quien lo tenía todo y se ha quedado sin nada. “Así el amor, cuando se va llevándose el tiempo consigo deja un recuerdo de peso”.

Un gran reflejo de la realidad, de su realidad. Eso es lo que supone El bosque de la noche. Un libro de revancha, hecho de dolor. Djuna y su novia Thelma Wood se separaron en 1929 y en 1930 Djuna se trasladó de París a Nueva York (seis años después se publicaría finalmente el libro). Los últimos años de la década de los 30 están borrosos para la autora, es una época de depresión, alcoholismo y enfermedad, en la que incluso dejó de escribir.

La publicación de El bosque de la noche en 1936 supuso la expiación que utilizó Djuna Barnes para despedirse de la mujer con la que compartió ocho años de su vida y que le abandonó. Nora Flood es su alter ego en este “libro de amor”, como la propia Barnes lo describió. Después de esta gran pasión ya nada volvió a ser lo mismo. Pero el libro es mucho más. Supone un reflejo de una época. En él se puedes seguir los pasos la bohemia, del ambiente parisino, de las fiestas, de los clubes, de la nocturnidad, de los artistas,... Un mundo equívoco donde nada era lo que parecía. Una pequeña y delicada joya a la que hay que acercarse con cuidado y con ganas.

Djuna Barnes murió el 19 de julio de 1982 a los 90 años tras una larga y angustiosa enfermedad. Las contínuas operaciones le habían hecho necesitar ayuda en su vida cotidiana y por ello su familia la ingresó en el asilo de Doylestown en Penssylvania.

Odiaba necesitar a alguien y estar encerrada en cualquier sitio, por ello junto con el dolor su muerte estuvo acompañada de todos los miedos que a lo largo de su vida había ido recopilando sobre ese fatídico día. En 1923 escribió un artículo sobre cómo una dama debería morir, pero no cumplió sus propias normas. Además tenía pánico a acabar sus días en la misma cama que su madre y ese lugar fue el último en verla con vida.

Después de su muerte incineraron su cuerpo y llevaron sus cenizas a Storm King, lugar en el que había nacido. Pero Djuna Barnes más que la reina de las tormentas fue la reina de la soledad. “No sé qué hacer. No sé hacia dónde volverme. Si la ves, dile que siempre la tengo en mis brazos y siempre la tendré, hasta la muerte”.

Cormac McCarthy- “No es país para viejos” (Mondadori)

Llevaba tiempo queriendo leer algo de Cormac McCarthy. Siempre que ojeaba algún artículo sobre su último libro encontraba dos afirmaciones sugerentes: la primera, que es uno de los grandes escritores norteamericanos vivos, junto a Philip Roth o Don DeLillo, y la segunda e igualmente recurrente, que es un tipo de lo más particular, que nunca concede entrevistas y que no tiene residencia fija porque vive en una caravana sin rumbo fijo a lo largo de Estados Unidos. No sé qué parte de leyenda habrá en esto último pero lo cierto es que resultaba fascinante ya de entrada y, a pesar de mi primera impresión, no me ha defraudado lo más mínimo. Es verdad que durante las primeras páginas de No es país para viejos empecé a ponerme nerviosa con su prosa, tan seca y espartana que incluso tenía problemas para delimitar los diálogos entre los personajes, pero fue solo la dificultad inicial de quien no está acostumbrada a un estilo tan particular y es muy impaciente. Normalmente coges un libro y vas a tiro hecho, sabes a lo que vas y te mueves fácilmente en él desde las primeras líneas, pero afortunadamente aún queda espacio para abrir más la mente y dejarse embaucar por un libro como éste, áspero como el paisaje desértico en el que se desarrolla y realmente incómodo por la violencia que describe.

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No es país para viejos es un thriller digamos que crepuscular, que me recuerda más a películas como Los tres entierros de Melquíades Estrada (por poner un ejemplo de buen cine contemporáneo) que a ninguna otra novela. En él las acciones de varios personajes se van entrecruzando en una persecución sin tregua pero con un tempo anticlimático a lo largo del estado de Texas y la frontera con México, entre un sheriff derrotado a punto de la jubilación, un veterano del Vietnam que se encuentra por casualidad un botín de heroína y varios millones de dólares, un ex agente de las Fuerzas Especiales contratado por los narcos para recuperarlo y un asesino despiadado e imprevisible que no responde ante nadie. A priori este tipo de argumentos no me atraen lo más mínimo pero siempre hay excepciones.

En este caso para mí lo interesante es la manera que tiene McCarthy de narrar unas situaciones que muestran un mundo y un país en crisis y sobre todo de retratar a sus protagonistas, siempre de manera austera donde las haya pero certera y con la música de fondo de los monólogos del sheriff que a modo de respiro aportan la profundidad a la novela. En uno de ellos dice: “Las historias se transmiten y las verdades se omiten. Es cosa sabida. Y supongo que alguien podría interpretarlo como que la verdad no puede competir. Pero yo no lo creo. Opino que cuando todas las mentiras hayan sido contadas y olvidadas la verdad seguirá estando ahí. La verdad no va de un sitio a otro y no cambia de vez en cuando. No se la puede corromper como no se puede salar la sal. No puedes corromperla porque eso es lo que es. Es de lo que uno habla. He oído compararla con una roca –quizá en la Biblia- y no puedo decir que discrepe. Pero la verdad estará ahí incluso cuando la roca desaparezca. Estoy seguro de que ciertas personas discreparían de eso. Bastantes personas, de hecho. Pero nunca he podido averiguar en qué creía ninguna de ellas”.

El espacio al que nos remite No es país para viejos es el gran desierto americano, el más profundo Estados Unidos, uno de esos lugares míticos a los que me siento inevitablemente atraída a pesar de no haberlo pisado nunca. Sam Shepard, Stephen Shore, París-Texas, Clint Eastwood, Ashley Judd, The misfits, Tommy Lee Jones, John Sayles...juguetean en mi cabeza, y desde ahora mismo se une al singular grupo Cormac McCarthy, un venerable escritor cuyas palabras muestran en toda su dimensión la complejidad de un país que habitualmente es retratado con trazo gordo, desde la simpleza y los lugares comunes.

NOTA AL PIE: Es cierto que apenas hay entrevistas de Cormac McCarthy, por eso no hay que perderse ésta, la primera para televisión, que concedió en junio de 2007 a la todopoderosa Oprah Winfrey. Libro que recomienda esta mujer en la sección de su programa Oprah’s Book Club, libro que sale disparado al número uno con ventas millonarias. Eso es así. Lástima que no le saliera la entrevista de su vida. No se sabe quién está más nervioso, si McCarthy o ella.

Soy un maniático. Me gustaría leer de todo, a todos, y lo intento, pero cuando cae en mis manos un libro que me gusta y veo que forma parte de una serie de novelas protagonizadas por el mismo personaje, no paro hasta organizarme en el modo de comprarlas y devorarlas todas en busca de igualar o mejorar la sensación que me proporcionó la obra recién leída. Les confieso esto y les digo que me siento un poco freak, como si nada me diferenciara de un lector de Harry Potter, aunque lo matizaré. En primer lugar creo que se debe a la herencia que dejó en mí leer las novelas de Manuel Vázquez Montalbán protagonizadas por Pepe Carvalho de modo desordenado, empezando por las de mediados los noventa, lo que me hizo perderme el dramatismo de determinados momentos (aunque no fuera consciente de ello). En segundo, si me lanzo a comprar novelas de un mismo autor es aprovechando una oferta, promoción o similar. Si no, espero y voy poco a poco dándome el gusto.

Dicho todo esto, les cuento que el motivo de esta diatriba es que durante los últimos meses dos autores y sus personajes más destacados han sido fruto de esta manía personal. Estos no son otros que el comisario Brunetti, creado por Donna Leon (en la imagen), y el inspector Rebus, fruto de la imaginación de Ian Rankin. De ambos he leído no hará más de un par de semanas sendas novelas y tras hacerlo, y tener un conocimiento suficiente de su planteamiento, me ha parecido más interesante que analizarlos por separado, hacer de ambos una comparación, pues si los dos forman parte de obras en serie -trasladadas a la pequeña pantalla-, hay entre ellos una diferencia notable.

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Y esta no es otra que, mientras que en el caso del personaje de Donna Leon y las obras que protagoniza, cada novela se puede degustar de modo individual, las de Rankin forman parte de una macrohistoria, que tiene como eje central al personaje de Rebus, pero en la que el resto de personajes y la ciudad de Edimburgo, en la que se sitúa la trama, evolucionan constantemente.

Esto, que en principio podría resultar positivo para el personaje de Leon, no lo es a mi parecer, pues la escritora norteamericana asentada en Venecia al final acaba reproduciendo el mismo esquema de novela una y otra vez. Era algo que intuía por lo leído hasta ahora, pero que he visto confirmado con la lectura de Muerte en La Fenice (Seix Barral/Booket), la primera obra protagonizada por Brunneti y que, para no variar, no fue la primera que cayó en mis manos de Brunetti. Esto me hacía intuir que sería en ella donde Leon sentaría las bases del personaje, de cuyas buenas relaciones con su pareja y sus pequeños problemas familiares deja constancia en cada obra. Sin embargo, ya en ella aporta lo mismo -y poco- que en sus posteriores entregas, con apenas ligeras introducciones de personajes secundarios. Esto finalmente acaba lastrando el interés por el personaje, que sólo seguirá a la larga despertando el interés de los fanáticos (entre los que no me encuentro, pese a las simpatías).

En una dimensión completamente juega Rebus, el personaje de Ian Rankin. Es cierto que por lo que he leído de él -Black & Blue, El Jardín de las Sombras y, por último, En la Oscuridad (RBA)- hay un planteamiento que en cierto modo se ha repetido; y es el de plantear al menos dos tramas de investigación separadas por entrega. Sin embargo, todo el entramado de la serie parece estar en la mente de Rankin desde tiempo atrás; un entramado que el autor va desgranando novela tras novela. Se podría decir que hay, tras la serie, una macrohistoria al margen de las pequeñas historias que tienen lugar en cada novela y que éstas van afectándola. De ese modo, leerlas de modo aislado o sin el orden conveniente puede hacer de ellas algo, además de duro, ininteligible. Sin embargo, la carga dramática y el retrato social que plantea el global es mucho más ambicioso (y por ahora en mi caso, ya veremos más adelante, satisfactorio).

Así pues, haciendo el símil televisivo (y sin tener en cuenta sus adaptaciones para la pequeña pantalla, que ambas series literarias las tienen), mientras las novelas de Leon serían el equivalente de Se Ha Escrito Un Crimen, las de Rebus tenderían a Los Soprano. De modo que están avisados. Yo, por mi parte, lo tengo claro.

PD: Ya escribí con anterioridad de otra novela de Rankin en este mismo blog. Fue sobre El Jardin De Las Sombras. Respecto a aquél, sólo señalar que En La Oscuridad me parece superior. También apuntar que, aunque me ha parecido extraño, creo que RBA no ha publicado todos los títulos de la serie de Rebus publicados los últimos años. Espero que eso no afecte a la continuidad de la macrohistoria de la serie. Si lo saben, les agradeceré que me lo cuenten.

NOTA: La foto de Donna Leon es de Mariusz Kubik.

Peter Biskind - "Moteros Tranquilos, Toros Salvajes" (Anagrama)

Del más futil al más denso, del más serio al más liviano, todo libro requiere de su lector un estado de ánimo de cara a afrontar su lectura. Independientemente, también están los que contienen en sí todas las claves para su comprensión y los que requieren de su destinatario una serie de conocimientos previos. El que ahora me ocupa pertenece a esta última categoría, la que requiere del lector, para ser disfrutado en su plenitud, un conocimiento cuanto menos superficial de la materia que trata, que en este caso es el cine de autor que se facturó en Estados Unidos en la década de los setenta.

A grandes rasgos esa sería la materia sobre la que versa Moteros Tranquilos, Toros Salvajes, un compendio de los sucesos alrededor de la una generación de cineastas y las películas que grabaron en un periodo de tiempo que cambió la industria hollywoodiense. Sin embargo, reducir a eso -que ya de por sí es interesante y motivó en cierto modo mi lectura- esta obra de Peter Biskind, supondría no hacerle justicia. Y es que este libro, que subtitula La Generación Que Cambio Hollywood, es más que un ensayo al uso o un gran reportaje. Más bien se podría decir que el veterano periodista cinematográfico norteamericano realiza una biografía de un sector de la industria, y la plasma plasmada a modo de narración clásica, con su típico formato de presentación, nudo y desenlace.

Sinceramente no recuerdo haber leído nunca una obra realizada a través de una investigación tan vasta como la que emplea Biskind, que seguramente se ha beneficiado de sus propios conocimientos de primera mano sobre la materia, pero que también ha realizado centenares de entrevistas a los protagonistas de la historia que relata. Así, son las propias palabras de Martin Scorsese, Coppola, Lucas o el resto de sus colegas, ayudantes y colaboradores, las que hilvanan, refuerzan y dotan de dinamismo una narración que es resultado de una espectacular obra de orfebrería.

Evidentemente, Moteros Tranquilos no cuenta el proceso de gestación de todas las películas de los setenta en que se vio implicada la generación de Spielberg, Friedkin o De Palma, sino de aquellas que sirven para vehicular y confirmar la teoría o la visión que el autor tiene y quiere transmitir de la época. No obstante, cabe señalar que ésta es, en muchos casos, francamente desmitificadora, pues ya desde el principio, una vez superada la intencionada producción de Bonnie & Clyde, pone de manifiesto que la mítica Easy Rider, como otras que le seguirán, no fue sino fruto del azar; al tiempo que señala las inseguridades y miserias de unos autores que son valorados en muchos casos como genios.

Así, Biskind elabora una obra espectacular en su forma y sumamente reveladora en su contenido, pero destinada a los amantes del cine, y a los del de esa década en particular (sin el conocimiento de buena parte de las películas y sus autores el disfrute del libro se verá notablemente reducido), que seguramente se sorprenderán, como me sucedió a mí, de como alguna de sus películas favoritas pudo ser llevada a cabo.

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