Ángel Vallvey - "Muerte entre poetas" (Planeta)

Adornadas por el halo de misticismo que conllevan los Premios Planeta (que si bien anima muchas veces a los no lectores a acercarse a un libro, también distancia a los habituales) básicamente por ser los galardones literarios con mayor recompensa económica del mundo (y a consecuencia de ello, con mayor repercusión mediática), se editaron hace escasas fechas la obra ganadora y la finalista de su última edición. Y aunque uno suele empezar en estos casos por la ganadora, el enrevesado inicio de La hermandad de la buena suerte, la obra con que Fernando Savater se alzó con el máximo galardón, me empujó a centrar mi mirada en esta Muerte entre poetas, la novela finalista del certamen, escrita por la poeta y novelista Ángela Vallvey. Y creo que el cambio valió la pena.

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Al menos de primeras, el planteamiento directo de Vallvey y su narración sencilla se me antojaron más atractivos, que la prosa retorcida empleada por Savater en las dos primeras decenas de páginas que no permitían aún saber de qué iría la cosa en su novela. Quizás yo tenía un mal día, pero la presentación en el primer capítulo del agrio personaje cuyo posterior asesinato propiciará la trama de Muerte entre poetas, se adaptó perfectamente a mis necesidades lectoras. Ligera, fresca, entretenida y adictiva, la obra de Vallvey, recurre al esquema clásico de las novelas de intriga de Agatha Christie -asesinato en una comunidad en la que se integra el detective que dialogará con todos los sospechosos hasta dar con el asesino- para realizar una suerte de retrato agridulce del mundillo literario/poético autóctono, empleando para ello tantas dosis de cariño, como de humor y de autocrítica. El desenlace de la trama es en la novela lo de menos, aunque la autora no desestima el gancho de la investigación para facilitar que el tránsito de personajes y testimonios sea aún más interesante y no llegue a resultar cansina la composición del personaje asesinado, en el que la que fuera ganadora del Nadal con Los estados carenciales, reúne seguramente los rasgos más despreciables que se ha encontrado en su profesión. Si a todo ello se le suma el inevitable juego por parte del lector de la búsqueda de paralelismos entre los personajes ficticios y los que nos ofrece la realidad, el resultado es una novela agradable y entretenida, e incluso didáctica a la hora de ofrecernos el acceso a un mundillo que a la mayoría nos es ajeno. Poco más se puede pedir.

Paco Roca: "Creo a partir de mi miedo"

Esta misma semana se hizo pública la decisión del jurado encargado de dilucidar el Premio Nacional del Cómic, que en esta su segunda edición fue >a manos de Paco Roca, por su obra Arrugas. Con motivo de este galardón que se suma a una larga lista de premios nacionales e internacionales, recupero esta entrevista que mantuve con el autor a los pocos meses de salida de la obra, y que apareció en su día en el suplemento de ocio del diario Superdeporte.


Que Valencia es tierra de dibujantes no dejaría de ser un tópico más si no fuera porque, a pesar de la inexistencia desde hace muchos años de una industria autóctona del cómic y el escaso apoyo institucional al noveno arte, efectivamente, un puñado de locos sigue luchando desde aquí por ganarse la vida entre los márgenes de las viñetas. Uno de los últimos en haber logrado el reconocimiento en su tierra, pese a contar con él desde hace tiempo más allá de nuestras fronteras, es Paco Roca. Guionista y dibujante de sus propias obras, Roca ha logrado ahora este reconocimiento masivo a raíz de la publicación de su última obra, Arrugas, que pone de nuevo de manifiesto que el cómic es un excelente vehículo para contar historias que verdaderamente importan.

La excusa que propicia esta entrevista es la reciente publicación de Arrugas, su último trabajo que salió a la venta antes de Navidades y parece que está yendo muy bien…
Sí, en Francia van por la segunda edición, y las tiradas allí son grandes, de diez o quince mil ejemplares; mientras que en España, donde se editó un poco después y el mercado es más reducido, vamos por la mitad de la primera tirada. De modo que sí, muy bien. Además en Francia fue seleccionada entre los veinte mejores álbumes del año y aquí en España fue elegido cómic del año por dos publicaciones tan dispares como el diario 20 Minutos y por Mondo Sonoro.

Por lo que sabemos, al profano al mundo de la novela gráfica, que identifique cómic con superhéroes o humor infantil, Arrugas le supondrá una sorpresa, porque su historia va por unos derroteros más realistas.
Sí, seguramente sí, pero como dices, de un tiempo a esta parte se ha popularizado el género de la novela gráfica, en el que tienen cabida temáticas al margen de los géneros entendidos en el sentido clásico. Es una corriente que lleva como unos diez años y en el que hay grandes exponentes como Maus, que obtuvo el Premio Pulitzer siendo el primer cómic que lo obtuvo, y que toca temas de corte social, político, o sencillamente, más orientado al público adulto, con un formato de libro y con muchas más páginas.

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Es el caso de Arrugas, que cuenta la historia de una persona mayor que comienza a padecer Alzheimer y es ingresada en una residencia. ¿Cómo le da por tratar este tema?
Se juntan un montón de cosas. Lo que a mí me motiva a crear no es lo que más me gusta o me divierte, sino las cosas que llevo dentro y hacia las que muestro un cierto temor, creo a partir de mi miedo. Uno de mis miedos sería la vejez, que tengo presente en mis padres, cada vez más mayores, y que a pesar de haber sido siempre gente activa, ves que ya no pueden hacer lo que hacían antes. Todo eso te va afectando y haciendo sensible al problema. A eso se juntó que el padre de mi amigo MacDiego, que era una persona a la que siempre recuerdo leyendo en su biblioteca o compartiendo su enorme sabiduría, y que para mí era un referente de lo que quería ser una vez llegara a su edad, también se vio afectado por el Alzheimer. Y fue un trauma ver como esa persona a la que respetabas empezaba a caer en esa decadencia tan horrible que es la enfermedad. Todo ese cúmulo de cosas me imprimió la necesidad de contarlas.

No obstante, aunque la melancolía se impone, habrá momentos de alivio en el libro.
Sí, tampoco quería que fuera un cómic demasiado triste. Intentaba buscar un poco el optimismo, aunque realmente era muy difícil. La historia es triste, sí, pero quería que tuviera un punto especial. Recuerdo que cuando tenía la idea ya medio pensada, sobre un anciano que entraba en una residencia, tenía en la cabeza bastantes tópicos sobre la vejez y pensaba en una historia un tanto desmadrada. Pero después de ir a residencias de ancianos, para recopilar información, esa comedia se fue convirtiendo en este libro en el que todavía tiene algo de cabida el humor, pero se aprecia que va ganando el tono melancólico.

Lo cierto es que, gracias a este trabajo, está recibiendo una gran atención mediática. ¿Cómo lo lleva?
Por un lado está muy bien, porque sirve por ejemplo para hablar del cómic como un arte para adultos. Además, como ha habido últimamente un auge en los medios del tema del Alzheimer, con el caso de Maragall o las películas que están haciendo sobre el tema, es un momento perfecto para poder darlo a conocer. De modo que sí, que por un lado me reconforta, pero por otro me asusta al pensar que todo ha sido un poco casual, que he contado simplemente la historia que en ese momento me apetecía, sin pensar en la repercusión que iba a tener. Y eso sí, me asusta de cara a mis próximos proyectos, porque el que ahora estoy haciendo no tiene nada que ver con todo eso.

Pues nosotros aprovecharemos para hablar no sólo de este libro, sino de toda su trayectoria, porque cabe señalar que, entre la presentación de Arrugas en el Reina Sofía, y sus primeros trabajos remunerados hay una diferencia notable.
Sí (risas), pero en cierto modo esa distancia es el camino que ha recorrido el mundo del cómic en España en estos años. Cuando empecé a principios de los noventa, apenas había ya revistas. Había pasado el boom de los ochenta y el tebeo había caído. Era una cosa para minorías, ‘freakies’ y demás.

Y lógicamente, dijo “ésta es la mía”.
Sí, aquí voy a meterme (risas). La verdad es que no sabía por dónde empezar y tenía un amiguete que dibujaba para una revista que se llamaba Kiss Comix, que era de tema porno. Entonces vivía con mis padres, tenía veintipocos años, preparé una historia erótica sobre Aladino y me fui a Barcelona a llevársela al director, que era el mismo que el de Víbora. Era un señor mayor, serio, con acento catalán y muy parco en palabras. Cogió mis páginas, las miró detenidamente y, tras dejarlas sobre la mesa, me dijo: “Bien, pero quiero más venas y más humedad” (risas). Cuando regresé a casa, con la frase retumbándome en la cabeza, no les dije a mis padres las correcciones, más bien les dije poco de todo el trabajo, las hice y empecé a trabajar en Kiss Comix. Y fue un buen inicio, divertido, y como es una época en la que vas ‘calent’ todo el día, documentarte no es un problema.

De todos modos, hay que señalar que hay un contraste notable entre lo que hizo por encargo para Kiss Comix y sus intereses, que comenzó a plasmar en sus primeras obras, situadas en contextos históricos claramente identificables.
Bueno, tanto en mis primeros trabajos para Víbora como en Gog, mi primer álbum, los guiones los hice con Juan Miguel Aguilera, un escritor de ciencia ficción y novela histórica, y ese inicio también se me quedó en parte; me sigue gustando la ciencia ficción y la fantasía. Pero lo primero que hice en solitario, El Juego Lúgubre, sí supuso un cambio de registro, aunque mantuve de mi experiencia con Juan Miguel el gusto por el detalle. Si algo ha de quedar creíble ha de estar muy bien documentado. Así me documenté mucho sobre Dalí, sobre el que gira el cómic, y viajé a Cadaqués para documentarme in situ. Y es algo que sigo haciendo.

Lo que deja claro es que lo de hacer historietas es un trabajo arduo. ¿Es lo que imaginaba cuando ansiaba ser dibujante?
En cierta forma no, las cosas no son como parecen y cualquier afición puede convertirse en un trabajo. Cuando empiezas sí sientes una ilusión especial. Ver publicadas las cuatro páginas de Kiss Comix, aunque fuera una revista -con perdón- de pajilleros, cuando aparecieron, supuso uno de los momentos más bonitos de mi vida. Pero todo eso empieza a cambiar. A medida que te profesionalizas has de cumplir unos plazos, tienes una responsabilidad basada en tus anteriores trabajos y tus lectores. Cada vez estás sujeto a más presión. Sigues disfrutando, pero cada vez es más un trabajo.

¿Y es posible ganarse la vida con ello?
Sí, pero es difícil hacerlo publicando un solo libro al año, a menos que sea uno de los grandes. Pero a mí me gusta hacer las cosas que me apetecen y dedicarle el tiempo preciso a cada cómic. Y además, la gente que conozco que sólo se dedica a esto, no es que se vuelva freaky, pero sí que pasa mucho tiempo sola, porque el trabajo lo requiere. Y como la ilustración publicitaria te proporciona cada día un trabajo nuevo, a mí me gusta compaginar ambas cosas.

De todos modos estará trabajando ya en nuevo material. ¿Qué podemos esperar próximamente?
Estoy preparando un nuevo álbum para la editorial francesa que me publicó ‘Arrugas’. Éste tiene que ver con el destino, y en principio narrará la historia de un chico que entra en un barrio, se pierde en él, y se va topando con otros que, como él, no pueden salir. Después tengo pensado recopilar unas historias que en su día publiqué bajo el título Como Cagallón Por Acequia (frase coloquial valenciana –“com cagalló per sequia”- empleada para referirse al que va sin rumbo fijo, n.a.), inspiradas en mi vida real, que ensamblaré, añadiendo nuevo material y actualizando el que ya tengo, para formar un nuevo álbum que también se editará en España y Francia.

A ver si le hacemos entonces tanto caso como ahora.
Será diferente, porque ya no será un tema social, pero como siempre trataré de crear algo que llegue a todos los públicos y no sólo a los lectores de cómic.

AUTOR CON CATÁLOGO
Aunque el éxito, en forma de reconocimientos de crítica y público, le esté sonriendo ahora de un modo especial con la publicación de Arrugas, Paco Roca ya había publicado con anterioridad varios álbumes que fueron ampliando su buena reputación tan en España como en el extranjero. Gog, inscrito en la ciencia ficción y realizado junto al escritor Juan Miguel Aguilera, fue el que abrió fuego, antes de que Roca emprendiera el camino en solitario. El Juego Lúgubre estableciendo un paralelismo entre la presencia de Dalí en Cadaqués y la historia de Drácula, fue el siguiente. Tras él llegaría Hijos de La Alhambra, que primero se editaría en Francia, un libro de aventuras que ha de ser el primero de una serie protagonizada por el mismo personaje y que Roca considera que el público “aún debe descubrir”. Finalmente llegaría El Faro, una historia íntima ambientada en la Guerra Civil española que fue todo un éxito en Francia.


Isabel Miller - “Un lugar para nosotras” (Egales)

El Greenwich Village neoyorquino tiene mucha historia. En su entramado de calles se gestaron las primeras reacciones de lo que luego se ha denominado Orgullo Gay (Gray Pride). En Christopher Street está Stonewall, el bar donde se inició todo. También allí mismo se puede encontrar una librería muy acogedora, con larga trayectoria (desde 1967), y llena de pequeños tesoros, que llevan unas mujeres muy cálidas, la Oscar Wilde Bookshop (“As in those early days, the experienced and dedicated staff welcome all to the store”, dan ellas la bienvenida en su web).

Con la perspectiva del tiempo, cuando ahora se pasea por allí, se puede notar algo especial en el ambiente. Es un barrio lleno de cafés, tiendas pequeñas con encanto y gente diversa. Pero ya no hay una joven escritora repartiendo sus copias autoeditadas de una novela que rehusaron distribuir las editoriales. Ella ya no está, pero por suerte podemos encontrar su libro. Incluso está editado en castellano (por Egales, en su colección Otras Voces). Isabel Miller (1924-1996) se recorrió en 1969 las calles del barrio hasta agotar sus 1000 ejemplares de A place for us (Un lugar para nosotras, en castellano). Fantaseo pensando que dos años antes se había montado la librería. ¿Se conocerían? ¿Estarían relacionadas? ¿Se ayudaron? Aunque también sirvió para vender libros las reuniones de Daugthers of Bilitis, a la que perteneció la escritora, primer grupo que luchó exclusivamente por los derechos de las lesbianas y que se creó en San Francisco en 1955.

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Lo que sí que es cierto es que el éxito de acogida -recibió el primer galardón The Gay Book Award, que se acababa de crear, y fue reeditado en 1972 por una gran editorial, McGraw-Hill- hizo que finalmente no se quedara en algo anecdótico y trascendiera al clásico lésbico que es hoy día, un referente en la era post-stonewall. Una novelación de la historia de amor de la pintora norteamericana Ann Willson y la señorita Brundidge (“Este libro está dedicado, con todo el cariño, a las seño
ritas Willson y Brundidge, que vivieron una historia parecida hace mucho tiempo”, explicitó la propia autora) a través de Patience y Sarah, que según la ficción vivieron en Connecticut en 1816.

Como suele ocurrir, la importancia o trascendencia del libro viene por la evasión del drama asegurado a lo que el público gay estaba acostumbrado. Aunque The price of Salt (en España, Carol) de Patricia Highsmith fue publicado en los años 50 y es el primero en romper con la espantosa tradición de matar o volver locas a las lesbianas al final de las historias. Con A place for us o Patience & Sarah, como se publicó después, el lector se encuentra con una historia de pioneros americanos poco convencional. En esos momentos de descubrir nuevos territorios físicos, de ampliar horizontes, dos mujeres encontraron el lugar perfecto para poder encontrar su lugar, juntas. Aunque como hablamos de principios del siglo XIX, una de ellas usaba pantalones y tenía un comportamiento poco recomendable para la época, pero que servía como vía de escape al mismo tiempo como escudo a la extrañeza.

“Sarah llevaba vestido.
-No digas nada –dijo. Le habría sentado muy bien de no ser porque llevarlo la entristecía tanto que bajaba la cabeza, fruncía el ceño y caminaba encorvada.”


Isabel Miller es el pseudónimo de Alma Routsong, una combinación del apellido de su madre y la palabra “lesbia” en anagrama.

Stieg Larsson - “Los hombres que no amaban a las mujeres” (Destino)

Desde que me dio por leer entero El código Da Vinci, me resisto por sistema a empezar cualquier superventas... hasta que, como en este caso, alguien cercano, con buen criterio y seguramente con menos prejuicios literarios, me convence de lo contrario. Creo que Los hombres que no amaban a las mujeres sigue, merecidamente, en los primeros puestos de ventas desde que diera el salto a las librerías españolas, el pasado junio, desde la editorial Destino.

Si os gusta la novela negra y no estáis buscando leer “una obra literaria mayor” (entre otras etiquetas por el estilo que le han colgado al libro en las contraportadas), sino simplemente una novela cautivadora y fresca, ésta puede ser la vuestra. La primera parte de Millennium, una trilogía que continuará con La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, que saldrá a la venta el próximo 25 de noviembre, ha sido un fenómeno editorial en Suecia (país de procedencia de su autor, Stieg Larsson, cuya biografía profesional y su muerte prematura en 2004, justo después de la última entrega de Millennium, han contribuido a la creación de un mito, con polémica familiar incluida alrededor de su legado literario) y también en otros países europeos como Francia o Reino Unido.

Para desmontar las amplias expectativas puramente literarias que por arte de márketing se han creado en torno al libro baste leer esta crítica como ejemplo, cuyo autor lo explica de forma muy didáctica. Ahora bien, también es cierto que no es el márketing quien ha creado esta intensa saga, ni quien ha conquistado incluso a aquellos lectores que no son aficionados a la novela negra. Según el artículo de Lorenzo Silva en El País, el propio autor estaba totalmente convencido del éxito que tendrían sus novelas. Y acertó.

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Larsson elige muy bien los ingredientes de sus novelas: unos protagonistas nada convencionales, el periodista Mikael Blomkvist (seguramente ‘alter ego’ del autor), de 45 años, vehemente en su trabajo y con una vida íntima un tanto agitada, y Lisbeth Salander, de 24, una auténtica ‘outsider’ que ha llegado –cosas del destino- a convertirse en detective privada y en una joyita de personaje en el que se centrará la segunda novela; algunas pinceladas interesantes sobre la sociedad sueca –como telón de fondo de la historia principal- que distan mucho de dar una imagen complaciente de ésta (en algo ha de notarse que el autor no era un periodista acomodaticio, sino un experto en la extrema derecha de su país que escribió sobre los oscuros lazos que la unen con la política y las finanzas). Según una amiga sueca, adicta a Millennium, y a quien el “no amaban” del título le sonaba mucho más templado que el “odiaban” sueco, el juego con algunos espacios, hechos y personajes reales es un factor atrayente para el público de allí.

En fin, el libro contiene violencia; los hoy más de moda que nunca escándalos financieros; corrupción y poder; oscuros crímenes; una estructura bien definida: historias que confluyen a un ritmo creciente... En las primeras 145 páginas el nudo de la novela está planteado y a partir de ahí no puedes parar hasta zamparte las más de seiscientas que lo componen. Sin embargo, lo que creo que puede haber resultado un gancho fundamental es la total falta de cinismo que a pesar de todos esos escenarios violentos se percibe; no se puede dejar de tener la sensación de que el autor tiene un fuerte, e incluso cándido, sentido de la ética, por supuesto también periodística... Es un optimista y eso, en estos tiempos en los que una se siente tentada a dejarse caer en las garras del pesimismo y de las profecías apocalípticas, se agradece.

Para mí, la lectura de las peripecias de Blomkvist y Salander ha sido como leer un cómic de superhéroes cuyos poderes son, sin embargo, bastante humanos. En fin, un libro muy recomendable para quien pretenda pasar un buen rato y algún que otro muy malo que te hace “taparte los ojos-cerrar el libro” (en Suecia, ya se está rodando la primera parte de la saga), e incluso alguno de desahogo al más puro estilo “chúpate ésa” tarantinesco. A diferencia de El código..., esta novela consigue el objetivo editorial de presentar un producto bastante redondo para un público muy amplio sin que los lectores más exigentes sientan que han perdido el tiempo al cerrar el libro. Yo, al menos, estoy deseando sumergirme en las páginas de la segunda entrega.

Estuve en Londres a principios de 2008 y, como siempre, me recorrí algunas de las librerías gays de la ciudad (es una costumbre que tengo, el turismo de librerías de temática gay vaya a donde vaya, ya que en Valencia la única que había murió años atrás). Llegué a Gay’s The Word -66, Marchmont Street (Bloomsbury, London)- y me encontré con un sitio con mucha historia, ya que lleva abierto desde 1979. Decía esto no por contar la historia de la librería, que estuvo a punto de cerrar en el 2007, sino porque tenía una sección donde recomendaba libros y uno me llamó la atención. Se trata de un librito de apenas 127 páginas, con introducción de Ali Smith y una buena edición. Todo por 7 libras, ya que se trata de una edición de bolsillo de Sort of Books, una filial de The Penguin Group, cuyo lema es: “Publish few but wonderful books” (“Publicamos pocos pero maravillosos libros”).

Fair Play de Tove Jansson resultó ser una verdadera sorpresa cuando finalmente me lo leí, unos meses después. No tenía ni idea de quién era esta mujer, que murió en 2001, pero la frase que la editorial destaca en la portada no puede ser más cierta. “A book about love –tender, eccentric and fiercely independent. It feels a privilege to read it” (“Un libro sobre el amor –ternura, excentricidad e independencia feroz. Es un privilegio leerlo”).

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Y realmente lo es. Un privilegio, digo. Porque la autora nos mete en la intimidad del hogar, en la intimidad de la vida de pareja, en la intimidad del trabajo. Historias encadenadas, donde a penas hay acción, pero donde no dejan de ocurrir cosas: estas mujeres trabajan, comen, ven películas, pescan, pasean por la isla, se quedan atrapadas en la niebla, viajan a un Estados Unidos profundo donde son como extraterrestres... En definitiva, una novela con tintes autobiográficos, seca y austera, pero terriblemente dulce y tierna, donde conoces dos mujeres que han compartido su vida y su trabajo y que están ya en el final de sus días, sin que esto las limite y cohíba en su actuación, en su devenir, en su disfrutar. “Fair Play could in fact be called a novel of friendship, of rather happy tales about two women who share a life of work, delight and consternation. They are very unlike each other, but perhaps that is why they manage to play the game successfully, with patience and, of course, a great deal of love”, sintetizó la autora en la portada original del libro. Junto con la historia, Sort of Books (que traduce la obra por primera vez al inglés) introduce también una serie de fotos de la vida de estas mujeres, trasladando al lector el tono de la vida que llevaron.

Y, ¿quién fue Tove Jansson? Se podría resumir, tal y como explica la página de la editorial, como la creadora de Moomin stories (hay un museo en su honor en la ciudad finlandesa de Tampere), una serie de libros infantiles, creados e ilustrados por la escritora que han sido traducidos a 35 idiomas. Jansson (1914-2001) era finlandesa, pero su idioma era el sueco
(minoritario en Finlandia, una comunidad que habita en Helsinki), y vivió en Klovharu, una pequeña isla junto a quien fuera su pareja desde los años 60, la artista gráfica Tuulikki Pietilä. Además de libros infantiles e ilustraciones de otras novelas, como The Hobbit o Alicia en el país de las maravillas, Tove escribió relatos, recopilados por esta editorial también en The Summer Book y The Winter Book. Fair Play es su última novela, escrita cuando la autora tenía setenta y cinco años y que se publicó por primera vez en 1989 (Rent Spel, editorial Schildts).


Tras irrumpir en el mercado literario nacional con dos novelas ambientadas en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, el sevillano Andrés Pérez Domínguez acaba de ver publicada la obra con la que se erigió vencedor de la edición 2007 del Premio Luis Berenguer de novela. El Síndrome de Mowgli (Algaida '08) es su título y encuentra su acción en la España actual, en la que un ex boxeador metido a matón, verá como su vida da un giro con la reaparición de un viejo amor, que le llevará tomar una serie de decisiones que pueden acabar con su vida. Una novela de ambiente negro, pero con la pasión y la redención como principales motores de su historia.
(Fotos: Susana Alfonso)

El Síndrome de Mowgli me ha parecido, por su estructura, una especie de juego en el que proporciona al principio las mínimas pistas para que el lector, junto al protagonista, no conozca la imagen completa hasta el final.
Sí. Al principio del libro, en el prólogo, pretendo establecer las reglas del juego, que el primer capítulo sea una especie de obertura anunciando lo que va a pasar. De hecho, presento el final. Y a partir de ahí sí voy proporcionando el resto de piezas del puzzle, aunque también me gusta dejar espacios en blanco, porque, haciendo un símil con la pintura, dejar espacios en blanco es también un modo de pintar. A veces no contar es la mejor manera de contar algo.

Un libro es todo, y éste, desde la portada, tiene pinta de novela negra. No obstante, a mí me ha dado la impresión de que no lo es, sino que cuenta una historia ambientada en un clima que sí podríamos calificar de “negro”.
Yo la verdad es que no creo mucho en la clasificación por géneros. Es algo que obedece al mercado, que tiene que catalogar de alguna manera todo. Antes de que esta novela se publicara, ya salieron dos mías, La Clave Pinner y El factor Einstein, que están protagonizadas por espías y ambientadas en la Segunda Guerra Mundial, pero para mí no eran novelas de espías. Para mí lo importante son los sentimientos de los personajes. ¿Esta novela se puede calificar como novela negra? Por mí no hay problema en cuanto que el protagonista es un ex boxeador, hay mujeres fatales, persecuciones, el submundo del hampa… Pero es sobre todo una novela de sentimientos. Y al igual que las anteriores, tiene unas características que son comunes con ellas: la redención, la traición…

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Debe ser un reto crear esa ambientación.
Yo me documento mucho para las novelas. En ellas sólo se ve la punta del iceberg, pero todo lo que hay debajo es muy importante. En ésta, como el protagonista es ex boxeador, he tenido que documentarme mucho, ver muchos combates, leer muchas biografías, conocer las reglas del boxeo, para saber cómo puede pensar un personaje. Porque lo bueno es que las metáforas en las novelas tengan que ver con el tema que estás tratando. Y como el que narra es el boxeador esto era muy importante. Pero es algo que he hecho también en mis otras obras, porque me gusta mucho documentarme y enterarme de las cosas, pero también porque creo que es algo que después el lector agradece.

La historia la narra el protagonista, que tiene ínfulas de escritor. Eso no es casual.
No, eso justifica que sea capaz de narra la historia en forma de novela. Ésta está escrita con un lenguaje sencillo, lo cuál tampoco es fácil porque requiere un proceso de depuración, pero sí que necesitaba que el personaje tuviera cierto interés literario para que resultara creíble que se expresara bien. Por otro lado, para que el personaje pueda resultar atractivo al lector, además de ser un matón, es un tipo de buen corazón y tiene ese gusto por la cultura.

Como comentó antes, El Síndrome de Mowgli es su segunda novela, pero salió publicada antes la tercera. ¿A qué se debe ese retraso?
El motivo de esto es que Roca Editorial, el sello que publicó La Clave Pinner, quería que la segunda tuviera un estilo similar a ésa, pero yo no quería que fuera así. De modo que escribí ésta, la dejé aparcada, y posteriormente me puse de nuevo a escribir una trama con un trasfondo de espionaje que acabó siendo El Factor Einstein. Y cuando finalmente El Síndrome de Mowgli ganó el premio Luis Berenguer el año pasado, ya tenía en marcha la edición de El Factor Einstein por lo que ésta acabó saliendo la última.

Pero con un premio literario. ¿Ha notado que esto haya insuflado una vida comercial distinta a esta novela?
Los premios no son más que reuniones de gente que deciden que tu novela les gusta más que el resto. La novela no es mejor ni peor por ganar un premio, pero sin duda ganarlo supone una mayor promoción para ella. En el mundo literario es muy difícil llegar a las estanterías de las librerías y de mantenerse ya no te digo nada, por lo que un premio siempre ayuda. Además, éste es uno de los premios literarios más importantes de Andalucía y estoy muy orgulloso de haberlo obtenido.

Viendo su ritmo de trabajo, imaginamos que estará ya trabajando en su próxima obra.
Así es. La verdad es que nunca paro de trabajar. He tenido la suerte de ganar certámenes de narrativa breve y tengo bastante material en este sentido para ir publicando, aunque sea más difícil hacerlo dignamente. Por eso se va acumulando un poco el material, pero espero que algo salga en breve. A mí se me han juntado dos novelas en un año, pero fueron escritas con bastante tiempo entre ellas. Yo personalmente desconfío de quien pueda escribir dos novelas en un solo año. Creo que es imposible si se desea que el libro tenga calidad.

Y más en un país como éste en el que es tan complicado vivir de la escritura.
Es muy difícil. Yo siempre digo que intento vivir de literatura y alrededores (risas). Yo he llegado a los medios de comunicación gracias a los libros que he publicado, los premios que he ganado, etc. Pero vivir de la literatura, vivir bien de ella en este país, sólo lo hace un número escritores que puedo contar con los dedos de una mano. Y me sobran varios (risas). Los demás vamos intentando trampear como podemos. De todos modos no creo que sea conveniente escribir demasiados libros. A mí, cuando me gusta un autor en particular, me gusta esperar ansiosamente su próxima novela.

Y sus seguidores, ¿en qué ámbito verán ambientada su próxima entrega?
Pues tal como se han ido publicando las anteriores, no me atrevería a decirte cuál será la próxima que vea la luz. Estoy escribiendo una novela de la que voy ya por el segundo borrador, que tendrá como marco la posguerra de la Segunda Guerra Mundial y en la que voy a homenajear a los españoles de Mauthausen; pero también tengo por ahí una novela corta que escribí el año pasado y algunos libros de relatos, de modo que no te puedo asegurar qué será lo primero.

De nuevo la guerra. ¿A qué se debe esa fijación?
Quizás a que la guerra y lo que se mueve a su alrededor, al igual que el boxeo, es un terreno muy novelesco, que exacerba las pasiones. Y eso para mí es muy importante, porque mis libros hablan sobre todo de la pasión de los personajes. Ponerlos en situaciones límite me resulta muy importante para el tipo de novelas que quiero hacer, que aunque están ambientadas en conflictos bélicos, no son novelas de tiros o de acción. En este sentido John Le Carré o Graham Greene serían mis principales referentes y es un placer que se les reconozca ya como autores de calidad, independientemente de ser autores de novelas de intriga. Que por cierto, no deja de ser fantástico, porque hace las novelas entretenidas.

Qué lástima que deba pasar el tiempo para que se reconozca la valía de autores que fueron despreciados por el mero hecho de entretener.
Hay muchos prejuicios y, aunque digan que no, en España los sigue habiendo. Uno parece que tiene que disculparse cuando hace una novela entretenida porque parece que no debería ser así. Yo lo que no puedo contar durante trescientas y pico páginas que siente el protagonista cuando se ve la nariz rota en el espejo, porque eso sería insoportable, al menos para mí como lector.

Hay quien lo hace.
Muchos, y sus libros aparecen con muchas estrellitas en las críticas de los suplementos literarios. Eso me parece muy respetable, pero no es lo único. Para mí una novela ha de ser entretenida y, si puede ser, tener un valor añadido. Ha de tener un valor moral, otra serie de cosas que al lector le puedan ayudar, debe dejar un poso después de leerla. Yo siempre lo intento y espero sinceramente haberlo conseguido.

John Connolly - "Els Turmentats" (Bromera)

Éxito editorial. Autor reputado. Personaje carismático. Cuando en una novela negra reciente se juntan todos esos ingredientes, el libro del que se hace referencia suele responde al mismo patrón: una obra perteneciente a una serie de varias protagonizadas por el mismo personaje. Ya hemos hablado de ello en comentarios anteriores e inevitablemente sucederá en adelante. No es algo nuevo en un género infravalorado, incluso por parte de sus propios autores, y no va a dejar de utilizarse mientras siga siendo rentable para autores y editores, y tolerado por el público. Si a eso le sumamos el éxito comercial que de nuevo disfruta la novela negra, no es de extrañar que el número de escritores que trata de colocar a su creación entre los más celebrados no deje de crecer. Una de las incorporaciones más populares de los últimos años es la de el detective Charlie Parker, hijo de la mente de John Connolly, que naciera para el mundo editorial en 1999 en la novela Every Dead Thing. No obstante, la primera que ha caído en mis manos de la serie que protagoniza es esta Els Turmentats (publicada también en castellano como Los Atormentados por Tusquets) que supone la sexta y última aventura protagonizada hasta la fecha por el detective con nombre de martir del jazz.

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"¿Y se puede empezar por aquí?" sería la primera pregunta a la que cabría dar respuesta. Sí, se puede. Un servidor lo ha hecho y se ha enterado de todo, aunque es cierto que ha de atar cabos cuando han irrumpido en la historia determinados personajes cobrando una importante relevancia a pesar de no ser descritos (lo que evidencia que son habituales de la serie). Ése podría ser el mayor handicap de la lectura de esta novela para los no iniciados en la saga protagonizada por Parker, o no acostumbrados a este tipo de usos muy propios por desgracia de la novela de este género, que podrían quedarse estupefactos ante estas irrupciones injustificadas. Porque cabe señalar que son éstas las que resquebrajan, a mitad de obra, la solidez de una novela que empieza de un modo sencillamente magistral , presentando en una especie de relato de terror al que será uno de los protagonistas. Y es que cabe señalar, por si alguien no lo sabe, que es ese ingrediente terrorífico o inspirado en los llamados fenómenos paranormales el que aporta el grado diferencial a las novelas de Connolly. El resto no deja de encajar con uno de los modelos típicos -detective solitario, mordaz e irónico, ayudado por amigos que transitan por el borde de la ley- del imaginario pulp, aunque empleado eso sí, con la suficiente maestría como para garantizar más de un buen momento al aficionado. No obstante, pese a la ruptura de la tensión dramática que se produce cuando entran en la historia algunos secundarios habituales, el interés no llega a decaer en ningún momento en una Els Turmentats; que si bien no puede erigirse por sí sola como una obra cumbre o significativa del género, sí creo que satisfará tanto a los habituales seguidores del autor, como a los que se acerquen a ella buscando la tensa evasión que las buenas novelas del género proporcionan. Bueno es.

La maestría se puede encontrar en los envoltorios más pequeños y delicados. Cuando preparaba mi viaje a Nueva York en junio pasado rescaté de la estantería un librito que me había entusiasmado años atrás. Conocí de su existencia por una referencia que hacía Carrie Bradshaw en uno de los capítulos de Sex in the city y la búsqueda del tal E.B White traducido en España no resultó tan infructuosa como suele serlo gracias a la colección Paisajes Narrados de Editorial Minúscula, empeñada en rescatar precisamente este tipo de joyitas.

Nueva York concederá el don de la soledad y el don de la intimidad a cualquiera que esté interesado en obtener tan extrañas recompensas”, con estas magníficas líneas comienza Esto es Nueva York, un ensayo que su autor escribió por encargo en 1948 para una revista de viajes y que enseguida adquirió la dimensión de clásico. Estamos hablando de un género, el del ensayo literario, muy cultivado desde siempre en la literatura anglosajona en multitud de revistas, y que tiene en el New Yorker su buque insignia. En aquella época White alternaba con colegas como Dorothy Parker, Flannery O’Connor o Saul Bellow. Imagina ir al kiosco a comprar tu revista favorita para leer un relato inédito de Toni Morrison o un ensayo de John Updike sobre la repercusión del efecto Palin en la campaña de McCain. En Estados Unidos o Reino Unido es de lo más cotidiano. Para mí es una de las ideas de la felicidad.

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E. B. White consiguió destilar en apenas cincuenta páginas una visión certera de la gran urbe contemporánea por excelencia: “La isla de Manhattan es sin ningún género de dudas el mayor concentrado humano de la tierra, un poema cuya magia se hace comprensible para los millones de habitantes que residen en ella de forma permanente, pero cuyo significado completo siempre se nos escapa”. Cuando lees (en un suspiro) su apasionado retrato de la ciudad entiendes perfectamente por qué es uno de los referentes literarios para todos los que aman esa ciudad y por qué gozó de una renovada repercusión tras el 11-S. White muestra con emoción pero rudeza al mismo tiempo lo que significa esa ciudad que provoca tal fascinación, tan vital como voraz. “El cambio más sutil que ha experimentado Nueva York es algo de lo que la gente no habla demasiado pero que está en la imaginación de todos. La ciudad, por vez primera en su larga historia, se ha vuelto vulnerable (…) La intimidad con la muerte forma ahora parte de Nueva York: está en el sonido de los reactores en el cielo y en los negros titulares de la última edición”. White cuenta en el prefacio que cuando se le pidió una revisión del texto para su publicación en forma de libro se sintió incapacitado: “Para poner Nueva York al día habría que publicar a la velocidad de la luz (…) Tengo la impresión de que es un deber del lector, y no del autor, poner al día Nueva York; y confío en que hacerlo será más un placer que un deber”.

A veces hay que conformarse con lo bueno conocido. En mi ansia por documentarme más sobre la ciudad a la que viajaba caí en la tentación comprándome este otro libro. El coloso de Nueva York y
su autor Colson Whitehead se encuentran en las antípodas de todo lo que he dicho anteriormente. A pesar de que su extensión apenas roza las doscientas páginas fui incapaz de terminarlo, espantada de su prosa relamida y rimbombante, con muchas pretensiones intelectuales pero nula capacidad de contagio o de emoción. Whitehead abusa hasta la extenuación de la –supuestamente cómplice- apelación al lector con la segunda persona del singular: “Tarda un rato en ver a la anciana y cederle su asiento. La embarazada, el hombre de la pierna herida. Una mala suerte, su buena educación. Córrete. Aléjate del borracho apestoso. Es solo el envoltorio de un caramelo pero nadie lo toca por miedo a lo que pueda contener y por tanto queda un asiento vacío en un vagón de metro atestado. Descubres un asiento libre pero cuando te acercas está manchado de refresco. En la parada siguiente alguien lo ocupa y te sientes culpable por no avisarlo pero en realidad no es asunto tuyo.

En la cubierta se pueden leer frases extraídas de grandes cabeceras periodísticas con críticas muy favorables; incluso hay una que lo califica de ‘perfecto homenaje al clásico de E.B. White’. A lo mejor estoy siendo demasiado dura y simplemente no conecté con lo que quería transmitirme el escritor. Yo lo veo un ejemplo claro del quiero y no puedo. Y para homenajes, más emparentado con el clásico de White encuentro yo a Enric González y sus Historias de Nueva York.

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