Andrea Camilleri - "El perro de terracota" (Salamandra)

Debido a la extraña pero cómoda costumbre de muchos periodistas especializados, de copiar las consideraciones de otros colegas cuando desconocen un tema (en lugar de reconocer el desconocimiento o simplemente, apuntar la materia desde otro ángulo), a punto estuve de que mi relación con la obra de Andrea Camilleri se limitara a la lectura de La forma del agua. Y es que, animado por las constantes recomendaciones que de esta novela se hacían siempre que el nombre de su autor salía a relucir, fue la primera protagonizada por Salvo Montalbano que cayó en mis manos. Sin embargo, en lugar de acabar entusiasmado ante una obra brillante, lo que me encontré fue una novela policíaca de corte mediterráneo -muchos exteriores y aparente descripción social- bastante convencional, que situaba al autor italiano (a mi parecer, y con una sola lectura) un paso por detrás de sus colegas de referencia. Y así quedó nuestra relación hasta que, en las últimas vacaciones, quién sabe por qué motivo, se cruzó de nuevo en mi camino y me propuse darle una nueva oportunidad. La elegida en esta ocasión fue El perro de terracota y puedo avanzarles que fue una decisión acertada.

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Porque ya desde
las primeras páginas de la novela me encontré con un autor liberado del encorsetamiento formal que hacía de La forma del agua una novela estándar. Escrita dos años después de aquella -y con una La ópera de Vigàta también protagonizada por Montalbano de por medio-, El perro de terracota empieza a modo de comedia de enredo y sin plantear un caso concreto. En cambio, al comisario se le agolpan, en el transcurso de unas pocas horas, una serie de problemas que en principio irá resolviendo a trompicones y de modo a veces accidental, aunque poco a poco, lo que parecían sucesos aislados, acaben apuntando a un problema mayor. Con esa excusa, la del delito siempre necesario de la novela negra, Camilleri traza -esta vez sí- una tragicómica historia, que le sirve para dibujar un retrato de la sociedad contemporánea que puebla esa Sicilia en la que ubica su ficticia Vigàta. Las mafias, los silencios, los enchufes, el conservadurismo, las apariencias... todo va desfilando ante los ojos de un lector que devora una novela tremendamente ágil, que se eleva aún más con una inteligente trama paralela, la del hallazgo de unos cadáveres asesinados medio siglo atrás y su imposible investigación por parte del comisario, que sirve a su autor para hacer una semblanza de la Sicilia de la 2ª Guerra Mundial. Y todo ello, mientras el lector se entretiene, seguramente en muchas ocasiones, sin ser consciente de lo que se le está contando.

Así se configura una obra sencilla y agradable en su apariencia (con un Salvo Montalbano ácido y con cuerpo), pero tremendamente sólida. Una novela que ha provocado que otra de las protagonizadas por el comisario me mire ya de reojo en estos momentos, y que espere con interés la salida de La muerte de Amalia Sacerdote, la obra con la que, días después de completar ésta, Andrea Camilleri se alzó como vencedor del II Premio Internacional de Novela Negra RBA.

Vin Packer – “Spring Fire” (Cleis Press)

Imaginaos esta escena. Son los años 50, justo después de salir de la II Guerra Mundial, cuando empieza a despuntar la fiebre del McCarthismo, la paranoia general, el saber estar, lo correcto y lo bien visto. Justo entonces una mujer cualquiera se atreve a coger un libro en uno de los estantes de un drugstore (una tienda de esas donde hay de todo, tipo la de Apu de Los Simpson), se acerca a la caja y paga. Sale por la puerta con una sonrisa orgullosa en la cara y en su bolso lleva un tesoro, un pulp fiction. Eran aquellos libros, hechos con papel barato de pulpa de madera, en los que se podían leer series sobre el lejano oeste, bandas criminales, drogas, toda clase de violencia y homosexualidad. Esta mujer que imaginamos va a llegar a casa y se pondrá en contacto con personajes que han tenido las mismas emociones que ella, los mismos sentimientos, los mismos pensamientos. Y no por la conquista del oro en las tierras recién conquistadas, sino porque a Susan le gusta Leda o porque a Laura le ha cambiado la vida al conocer a Beth. Así, los lesbian pulp fiction fueron toda una revolución. Eran lo suficientemente baratos para que autoridades malpensantes no les prestaran demasiada atención, también por su supuesta mala calidad literaria, y para que sus lectoras los devoraran fervientemente y luego pudieran tirarlos o quemarlos sin ser descubiertas. Estoy hablando de Estados Unidos, claro. La escena sería mucho más bizarra en la España de Cuéntame cómo pasó…

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El primero de los libros en empezar con esta pequeña revolución fue Woman’s Barracks (de Tereska Torres) en 1950 y fue declarado como “promoción a la degeneración moral” por House Select Comittee on Current Pornographic Materials, pero es Spring Fire (publicado por Gold Medal Books en 1952) quien sentó precedente al centrar su atención sólo en la relación amorosa de sus dos protagonistas femeninas. Susan Mitchell y Leda Taylor son compañeras de cuarto en la hermandad (sorority) Tri Epsilon en un College, para pasar casi inmediatamente a convertirse en amantes secretas. La historia tiene un desarrollo típico de esta clase de relatos, con las salidas nocturnas sin ser vistos por los supervisores, las hermanas vigilantes del buen comportamiento interno, los chicos y las chicas. Pero aquí se añade el componente del lesbianismo. Susan es nueva, Leda ya ha hecho esto otras veces y ambas se dejan llevar por su amor, aunque eso se vea interrumpido a veces cuando los chicos les metan mano en los asientos de atrás de los coches para mantener las apariencias. Cuando son sólo besos, abrazos y todo lo demás no ocurre nada, porque es durante el silencio y la oscuridad de la noche, pero si los actos se convierten en palabras, en tratar de comprender, entonces sólo queda la negación. Susan le dice a Leda que le quiere y que no entiende cómo aquella tiene que irse con su novio. La contestación de Leda es sencilla, me gusta estar contigo pero dejaré de estarlo si eres lesbiana. ¿Y qué era ser lesbiana en ese momento? Susan encuentra la respuesta en un libro de la biblioteca en el estante de psicología: “Una lesbiana es algo anormal, una mujer que no puede tener relaciones satisfactorias con un hombre sino con otra mujer”. Hasta ahí tampoco es muy ofensivo, pero si sigue leyendo… “La mujer homosexual, la lesbiana, a menudo toma ventaja de mujeres que no son realmente homosexuales. Estas mujeres pueden disfrutar con los hombres, y ser capaces de una vida heterosexual totalmente normal si realmente no mantienen una relación seria con una lesbiana genuina, cuyas técnicas son a veces más habilidosas que la de cualquier hombre joven con poca experiencia”. Así que ante semejante explicación sólo quedaba la vergüenza y la marginación.

Se vendieron más de millón y medio de copias. Ya ves, un súper impacto. Pero yo sigo pensando en aquella mujer que lee el libro en su casa. Y me imagino que se pega un tiro. Porque lo trágico de estos libros es que hacen pensar que uno no está sólo en el mundo con sus “disfunciones”, pero si te dejas llevar por ellas acabarás muerta o loca. Woman’s Barrack acaba con un suicidio y Spring Fire deja a Leda internada en un asylum, es decir, una casa de locos de la época. Y todo tiene una explicación, claro. Se puede hablar abiertamente de la existencia de las relaciones lésbicas, pero hay que censurarlas al final como castigo ejemplar. De hecho, el editor obligó a la autora (quién publicó como Vin Packer, aunque su verdadero nombre era Marijane Meaker) a cambiar el final. “No puedes hacer que la homosexualidad resulte atractiva. Nada de finales felices”, le dijo, según cuenta la autora en el prólogo de la reciente edición de Cleis Press. “Así que hice este libro, Spring Fire, y al final una mujer joven se vuelve loca mientras la otra se da cuenta de que nunca realmente estuvo enamorada de ella. A pesar de que esto debió satisfacer a los inspectores del servicio postal (en el que se distribuían los libros), la audiencia gay no lo habría creído ni por un minuto. Porque lo más importante de todo fue el hecho de que había un nuevo libro sobre nosotras. De repente, estábamos en los estantes de los quioscos y las tiendas de revistas, allí justo a la vista de todos, en las repisas”.

J.G. Ballard – “El mundo sumergido” (Minotauro)

El género de ciencia-ficción era una asignatura pendiente para mí. Lo sigue siendo, pero por lo menos puedo decir que he empezado con muy buen pie, gracias al consejo del crítico Jordi Costa, con el que suelo sintonizar muy a menudo y del que me fío bastante. Se habían quedado resonando en mi cabeza frases suyas, leídas o escuchadas en alguna intervención en La Ventana, como cuando contaba que para Ballard el único planeta realmente extraño era la Tierra y que el verdadero reto era la inmersión en el espacio interior. ¿Cómo no quedar fascinada por alguien que dice eso?

Con esta primera lectura me he podido hacer una idea clara del imaginario de este escritor inglés, la distopía, los escenarios desoladores y los efectos psicológicos que tanto le gusta explorar, y que de hecho le han convertido en un género en sí mismo, con adjetivo propio y entrada en el diccionario Collins. Aunque tengo que reconocer que las primeras páginas me costaron, básicamente porque no estoy acostumbrada a una prosa tan descriptiva en cuanto a espacios físicos y me costaba poner imágenes a unos paisajes tan extraños, con el mundo cubierto de agua verde pantanosa, una vegetación exagerada, demasiados insectos y reptiles, y un Sol tormentoso y violento. Pero pasado un capítulo ya estaba completamente atrapada por la historia de mundo futuro que involuciona para volver a la era paleozoica y al triásico.

Precisamente en estos meses la editorial Minotauro ha reeditado El mundo sumergido y J.G. Ballard es el protagonista de la exposición Autopsia del nuevo milenio en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona hasta el 2 de noviembre, cuyo comisario es Jordi Costa.

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Todos son buenos motivos para adentrarse en el mundo de Ballard, al que hasta hace poco yo solo conocía por ser el autor de Crash y el niño que inspiraba la historia de El imperio del sol, de Spielberg. Su accidentada biografía ya suscita por sí misma el interés, pero cuando lo lees y disfrutas tanto con su prosa delicada y sagaz y una visión rayos X para describir los estados de ánimo, la complejidad de la mente humana, sabes enseguida que vas a repetir. Como en este pasaje del principio de El mundo sumergido, en que empiezas a seguir los pasos del doctor Kerans: “La creciente tendencia al aislamiento y a encerrarse en ellos mismos que se manifestaba en todos los hombres del grupo le recordaba a Kerans el metabolismo disminuido y la regresión biológica de todas las formas animales cuando va a operarse en ellas una metamorfosis fundamental. Se preguntaba a veces en qué zona de tránsito estaba entrando él mismo, y pensaba que su propia regresión no era síntoma de una esquizofrenia latente, sino una cuidadosa preparación para un ambiente radicalmente nuevo, con una lógica y un mundo interior propios, donde las antiguas categorías mentales serían verdaderos impedimentos”.

A mí me gustó especialmente no saber nada del argumento de este libro, tan insospechado y fascinante, creo que con los pequeños apuntes y las citas textuales es más que suficiente para despertar la curiosidad. Merece mucho la pena.

Lúcidas reflexiones sobre la lectura y el mundo editorial

Hoy aparece en la última página de El País una entrevista muy interesante al escritor Alberto Manguel. La edición al por mayor, la pérdida de criterio en la selección tanto del que lee como del que publica, y la experiencia del libro como fuente de inagotable conocimiento y diversión, son algunos de los asuntos que trata.

De paso aprovecho para recopilar aquí una serie de artículos sobre este interesante personaje que invitan a dejarse llevar por el deleite intelectual:

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