Djuna Barnes - "El bosque de la noche" (Seix Barral)

Siempre hay olvidados o minusvalorados. Siempre en comparación con otros más renombrados, conocidos, encumbrados o simplemente comentados, claro está. La generación de mujeres que vivió, trabajó, sufrió y experimentó en el París de los años 20, el de entreguerras, el de la Rive Gauche, podría estar entre los referidos en la primera línea (dentro de la genial “Generación Perdida”, ellas son las grandes olvidadas). Aunque nadie podría obviar que su trabajo, e incluso sus ejemplares existencias, han dejado huella. Sólo hace falta rascar un poco, ver más allá de lo que nos vende el mainstream.

En los exquisitos círculos literarios de aquella época llena de referencias se movió a sus anchas, entre muchas otras, la escritora neoyorquina Djuna Barnes (1892-1982), pero nombres como los de T.S. Elliot o James Joyce suenan más. El primero de ellos prologó la obra más famosa de Barnes, una joya de la literatura contemporánea, El bosque de la noche (Nightwood, 1936), que en España se publició a finales de los años 80 gracias a la editorial Seix Barral. El segundo tuvo su oportunidad gracias a Sylvia Beach, dueña de la librería inglesa Shakespeare & Company de la rivera izquierda del Sena (todavía abierta en su original ubicación), quien le editió su luego célebre Ulysses.

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El mismo Joyce dijo una vez: “Nunca escribas sobre un tema insólito, haz insólito lo corriente”. Y cuando te dejas llevar por la prosa de esta mujer, quien inició su andadura como corresponsal de la revista McCall’s, ésta parece ser su máxima. Los escritos de Djuna Barnes son retratos de las cosas corrientes de la vida, pero su propia escritura las presenta de una manera deformada, forzando las circunstancias hasta conseguir lo extraordinario. Djuna Barnes plasmó su propia vida en imágenes a través de las experiencias biográficas que narró en sus libros. Un buen ejemplo es El Almanaque de las Mujeres (Ladies Almanack, 1928) donde caricaturiza las famosas reuniones en torno a Natalie Barney.

Pero, sin duda, su obra cumbre es la célebre pero casi olvidada El bosque de la noche. En ella la autora argumenta la nada, adorna el vacío, el ocaso, el silencio en el que viven todos los personajes a través de una prosa barroca y retorcida. Todos actúan, todos llevan máscaras, todos son falsos y verdaderos al mismo tiempo. El único que no tiene vida, el doctor Mathew O'Connor, es quien posee la verdad. Es la voz de la conciencia. La voz sin rostro, a la que nadie quiere oir y a la que todo el mundo escucha.

El amor se acaba, parece decirnos Barnes a lo largo de las escasas 190 páginas que forman esta novela. En ella habla del coste del abandono, una amante deja a otra y ésta última piensa que no lo superará. “Me ha dejado en la oscuridad para el resto de mi vida”. La protagonista, Nora Flood, ha perdido lo único que le importa (a Robin Vote, un espíritu libre y desconsiderado) y se siente sola. Es un grito amargo de quien lo tenía todo y se ha quedado sin nada. “Así el amor, cuando se va llevándose el tiempo consigo deja un recuerdo de peso”.

Un gran reflejo de la realidad, de su realidad. Eso es lo que supone El bosque de la noche. Un libro de revancha, hecho de dolor. Djuna y su novia Thelma Wood se separaron en 1929 y en 1930 Djuna se trasladó de París a Nueva York (seis años después se publicaría finalmente el libro). Los últimos años de la década de los 30 están borrosos para la autora, es una época de depresión, alcoholismo y enfermedad, en la que incluso dejó de escribir.

La publicación de El bosque de la noche en 1936 supuso la expiación que utilizó Djuna Barnes para despedirse de la mujer con la que compartió ocho años de su vida y que le abandonó. Nora Flood es su alter ego en este “libro de amor”, como la propia Barnes lo describió. Después de esta gran pasión ya nada volvió a ser lo mismo. Pero el libro es mucho más. Supone un reflejo de una época. En él se puedes seguir los pasos la bohemia, del ambiente parisino, de las fiestas, de los clubes, de la nocturnidad, de los artistas,... Un mundo equívoco donde nada era lo que parecía. Una pequeña y delicada joya a la que hay que acercarse con cuidado y con ganas.

Djuna Barnes murió el 19 de julio de 1982 a los 90 años tras una larga y angustiosa enfermedad. Las contínuas operaciones le habían hecho necesitar ayuda en su vida cotidiana y por ello su familia la ingresó en el asilo de Doylestown en Penssylvania.

Odiaba necesitar a alguien y estar encerrada en cualquier sitio, por ello junto con el dolor su muerte estuvo acompañada de todos los miedos que a lo largo de su vida había ido recopilando sobre ese fatídico día. En 1923 escribió un artículo sobre cómo una dama debería morir, pero no cumplió sus propias normas. Además tenía pánico a acabar sus días en la misma cama que su madre y ese lugar fue el último en verla con vida.

Después de su muerte incineraron su cuerpo y llevaron sus cenizas a Storm King, lugar en el que había nacido. Pero Djuna Barnes más que la reina de las tormentas fue la reina de la soledad. “No sé qué hacer. No sé hacia dónde volverme. Si la ves, dile que siempre la tengo en mis brazos y siempre la tendré, hasta la muerte”.

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