Paco Roca - "Las calles de arena" (Astiberri)

Relativamente apagados los ecos de la aparición de su multilaureado Arrugas (que le valió entre otro el Premio Nacional de Cómic 2008), Paco Roca regresaba la pasada primavera con un nuevo álbum bajo el brazo, que significaba a su vez su vuelta a la ficción más pura, tras el baño de realismo de su anterior entrega. Y es que en Las Calles de Arena, a excepción de los guiños iniciales al entorno del propio autor, Roca nos zambulle directamente en un mundo fantástico a través de la peripecia de un joven, estresado por las exigencias que trata de marcarnos la sociedad actual, que de pronto, tras perderse por unas estrechas calles de su ciudad, desemboca en un extraño habitat paralelo en el que no parece pasar el tiempo y del que ninguno de sus extraños habitantes parece poder escapar.

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Lo más interesante del relato -para el que Juan Manuel Díaz De Guareño encuentra numerosas referencias literarias en un prólogo apabullante- es que el lector se puede enfrentar a él (y disfrutar) buscando sólo una aventura fantástica; pero si lo desea, también puede degustarlo más plenamente deteniéndose a observar su estructura interior, elaborada al detalle por un autor que parece invitarnos a comparar, como su personaje protagonista, el mundo en que vivimos con el aparentemente caótico mundo que nos platea en la obra. Todo ello viene, como es propio del cómic, apoyado en unas dibujos excelentes que suponen, a mi parecer, el mejor trabajo gráfico del autor hasta la fecha. Así pues, Paco Roca supera con Las calles de arena el reto de regresar a la "normalidad" tras la extraordinaria repercusión de Arrugas, haciéndolo además con una obra que, si bien
por su temática no trascenderá del mismo modo que su predecesora, seguramente sea a la larga más apreciada -por su riqueza de matices y su más profundo poso- por sus lectores.

J.M. Guelbenzu - "Un asesinato piadoso" (Alfaguara)

"Un nuevo caso de la Juez Mariana de Marco" reza la pegatina que Un asesinato piadoso lleva adherida a su portada. "Y yo sin saber quién es la tal Mariana" pensé extrañado al verla y leer en la solapa interior que el personaje tenía tres antecedentes. Además, la sensación de extrañeza ante mi desconocimiento de la serie (uno está especialmente atento a cualquier comentario que se haga de novela negra) se enfatizaba por ser obra de un autor editorialmente privilegiado como es José María Guelbenzu, del que anteriormente tampoco había leído ninguna obra, pero que goza de prestigio como veterano editor, escritor y crítico literario. Debía salir de mi ignorancia , de modo que, en cuanto tuve una oportunidad me lancé a la aventura de conocer al personaje y su autor a través de su última entrega.

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En ella nos encontramos a la juez, recién trasladada a un nuevo destino, una capital "de provincias" (odio esa terminología, pero es la mejor que para describir un entorno que el autor señala como lo suficientemente grande para ser ciudad, y al tiempo lo suficientemente pequeña para que todos se conozcan) que Guelbenzu se empeña en no desvelar y llama "G." cada vez que la cita en el relato. Es en ese marco en el que De Marco asume la instrucción de su primer homicidio, cuya autoría confiesa -apuntando en la dirección que indicaban las pistas- el acaudalado suegro de la víctima. Sin embargo, algo intriga a la juez del caso, cuyas piezas no parecen encajar a la perfección, por lo que se negará a cerrar rápidamente la instrucción.

Ese podríamos decir que es el punto de partida de Un asesinato piadoso, aunque para ser sólo el inicio -y sin haberles desvelado apenas nada de la trama- hay que señalar que al autor le cuesta superarlo para adentrarse en el nudo de la intriga. Todo sucede muy lentamente en esta historia en la que Guelbenzu parece embelesado por su personaje, a cuyas reflexiones y vida interior y exterior dedica buena parte del relato. Pero lo que no sería problema de servir como herramienta para transmitir interesantes emociones y reflexiones, es puro relleno carente de interés en este caso, pues la jueza, descrita como una mujer madura y atractiva por el autor, se debate por un lado entre la frivolidad del qué me pongo, la ansiedad de no saber si los demás la ven como una mujer liberada o una fresca, y al tiempo (en lo que me parece el aspecto más débil de toda la obra), en un mar de valoraciones morales sobre los comportamientos del resto de personajes de la obra. Sobrevuela sobre todo el libro un tufo de moralina como hacía tiempo que no encontraba en una novela. Y es que Guelbenzu no sólo sugiere temas complejos, como es propio de este tipo de novelas, sino que a través del pensamiento y la palabra de su protagonista, sentencia los esquemáticos y maniqueos comportamientos y pensamientos del resto de actores. Esta moralina, unida a lo lento del relato (interrumpido por las descripciones de "G." que chirría en la mente del lector cada vez que es citada así) y su frágil trama, hacen de Un asesinato piadoso una lectura prescindible, que quizás interese a completistas o estudiosos del género negro español que quieran saber todo lo que se ha hecho en él. Pero poco más.

Sergio Ramírez - "El cielo llora por mí" (Alfaguara)

Si tuviera que resumir por qué me gusta tanto la novela negra diría que se debe a que, de toparte con una buena, tiene un valor añadido. Seguramente pase también con otros géneros. Sin ir más lejos ahí está la exitosa novela histórica que goza de numerosos entusiastas por contar historias interesantes al tiempo que traslada al lector a épocas pretéritas. Sin embargo, el valor añadido de la novela negra es que su acción sirve muchas veces de coartada para que sus autores traten tratar y denuncien asuntos de actualidad (o no tan actuales) con la libertad que da el relato de ficción, frente a la rigurosidad del ensayo. No quiere esto decir que haya que tomar las novelas de ficción como realidad, pero uno puede acercarse a algunos autores como se acerca a algunos periodistas y diarios, con cautela en principio para ver de qué pie cojean, y con atención al detalle si uno percibe que son de confianza. Les cuento esto para que entiendan los motivos por los que, pese a no haber leído ninguna de sus obras con anterioridad, me acerqué con sumo interés a la que se anunciaba como una inclusión en el género negro del prestigioso político, escritor y periodista nicaragüense Sergio Ramírez; porque de exprimir con pericia las claves del género, su novela El cielo llora por mí podría ser un billete único para viajar a la Managua actual y conocer, a través de los ojos del autor, parte de su situación sociopolítica.

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Y es que en una Managua reciente ubica Ramírez la acción de su novela, protagoniazada por dos policías nincaragüenses con un pasado en común como guerrilleros del Frente Sandinista, que se implican en una compleja investigación en la que, la supuesta desaparición de una mujer, les llevará a una trama con conexiones en los puntos más altos del poder. Esto, que a priori podría devenir en cualquier cosa, es desarrollado por Ramírez, desde mi punto de vista, con cierta torpeza. Para empezar, en el aspecto lúdico de la novela, el autor tarda mucho en plantear el punto de partida, pues hasta bien entrada la novela el lector no sabe si hay algo que investigar o si el delito que intuye el protagonista principal ha existido o no. A partir de entonces Ramírez tampoco consigue generar apenas tensión a través de la trama, en la que se mezclan sospechas e indicios que el lector no puede seguir y, por tanto, tampoco tratar de resolver. No obstante, esta carencia lúdica podría suplirse con la parte descriptiva o social. Sin embargo el autor, enfrascado en exponer la compleja trama (y en dotarla de un toque cómico al tiempo que homenaje literario, que no acaba de cuajar), no valora o no centra su mirada apenas en este aspecto, y sólo en algunos pasajes podemos saborear los olores y colores de la capital nicaragüense. Una pena, porque no cabe duda de que el autor y el contexto eran propicios para ofrecer una obra sobre Nicaragua, a caballo entre el divertimento y el retrato/denuncia social, que aún tendremos que esperar.

John Carlin - "El factor humano" (Seix Barral/La Campana)

¿Pudo un campeonato de rugby cambiar el destino de Sudáfrica? Por lo visto sí, pero no fue el rugby el que logró la proeza, sino Nelson Mandela, que utilizó este deporte de masas en su país (orgullo en particular de la minoría blanca) como instrumento con el que consolidar y unir la nación surgida tras el fin del apartheid. Ése fue sólo uno de los aciertos de la trayectoria política del líder político surafricano, pero podría resumir en buena medida la actitud, astucia y determinación de un hombre que consiguió lo que parecía imposible en uno de los hitos más reivindicables de la reciente historia de la humanidad. Así lo supo ver el periodista británico ahora afincado en España John Carlin, corresponsal en Sudafrica entre 1989 y 1995, que tomó este suceso como eje narrativo y punto culminante de su relato de la transición sudafricana entre los últimos años del apartheid y los primeros de una cierta normalidad en el país africano, y que se publicó recienteme en nuestro país con el título El Factor Humano (Seix Barral/La Campana).

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Y el resultado es sencillamente magnífico. Con una estructura en flashback, Carlin nos traslada, tras situarnos inicialmente en la mañana de la final de la Copa del Mundo -en el que diversos personajes cuya naturaleza aún desconocemos viven esos instantes con diferentes grados de nerviosismo-, a un pasado en el que nos presenta la figura de Mandela, primero en libertad, y luego decidiendo continuar sus titánica lucha en prisión. Así, la primera mitad de la obra se centra en observar la evolución de esta figura histórica y cómo consiguió hacer temblar los cimientos de un terrible régimen a través de su astucia; al tiempo que en el exterior, otros compañeros de lucha lograban grandes golpes que ahogaban cada vez más el régimen, entre los que destacó la expulsión de la selección sudafricana de rugby, orgullo de la minoría blanca opresora, de las competiciones internacionales.

A partir de esos antecedentes, que se siguen con gran interés tanto por lo trascendental de la historia como por la habilidad del autor para exponerlos (que hace de lo que no es otra cosa que un enorme reportaje, una adictiva novela), Carlin narra el proceso de la transición sudafricana tal como la orquestó Mandela, sin omitir los principales detalles (como la denuncia a la típica e hipócrita equidistancia europea al entregar el Nobel de la paz ex aequo a Mandela y al racista De Klerk), pero prestando especial atención al empleo de la selección sudafricana de rugby para unificar a las masas. Si a todo ello se le suma un tono por lo general épico, al lector -al menos ese fue mi caso- le resulta difícil no contagiarse del entusiasmo que el autor destila en su narración y a través de los testimonios de sus protagonistas, lo que, unido al carácter "real" de lo relatado, hace de la obra una de las que son difíciles de olvidar. Absolutamente recomendable.

PD: Por si alguien ha llegado aquí tras leer la obra, les dejo con un vídeo sobre la final que hallé en YouTube, y que recoge el tratamiento informativo que del partido dio la televisión nacional neozelandesa.


Bernhard Schlink - "El lector" (Anagrama)

Coincidiendo con el estreno en cines de la adaptación protagonizada por Kate Winslet, de casualidad encontré entre mis libros éste, que hacía años me había regalado un buen amigo. Y menuda sorpresa más grata me llevé. En apenas doscientas páginas Schlink relata una historia potente y logra una de esas novelas pequeñas pero matonas, llena de matices y con una profundización en los personajes que causa impresión. Más que leerla, la engullí y cuando la acabé me quedé destrozada. Y cometí el error de ir a ver enseguida la película, algo que nunca más volveré a hacer porque mi visión estaba totalmente condicionada por la impresión que me había causado el original y quizá fui injusta con una adaptación que es digna, aunque para mí se queda en algo bastante pobre si se compara; es difícil trasladar a la pantalla las hondas reflexiones del protagonista sin hacer uso de la voz en off. Aún así ver a Kate dar uno de sus recitales interpretativos siempre es una gozada.

De El lector se pueden decir muchas cosas. Su punto de arranque es una intensa relación amorosa entre un adolescente y una mujer mayor, que marcará de por vida al primero y que se desarrolla en alguna ciudad indeterminada de la Alemania de posguerra. Los sucesos se van recordando desde el presente, el narrador hace un ejercicio de memoria a modo de tanteo, yendo y viniendo, reconstruyendo y sobre todo reflexionando con una profundidad sin concesiones; con un solo párrafo consigue abarcar tanto: “(…) en lo que sucedió en aquellos días reconozco hoy el mismo esquema por medio del cual el pensamiento y la acción se han conjugado o han divergido durante toda mi vida. Pienso, llego a una conclusión, la conclusión cristaliza en una decisión, y entonces me doy cuenta de que la acción es algo aparte, algo que puede seguir a la decisión, pero no necesariamente. A lo largo de mi vida, he hecho muchas veces cosas que era incapaz de decidirme a hacer y he dejado de hacer otras que había decidido firmemente.

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Uno de los temas esenciales de la novela es la culpa en todas sus formas, la culpa que angustia a alguien a título personal, sus disquisiciones morales entre lo que debe o no hacer, pero también la culpa de toda una generación de alemanes, la posterior a la Segunda Guerra Mundial, avergonzada y rabiosa por lo que habían hecho (o no) sus padres. La indagación que realiza Schlink (con juicio de fondo incluido) no es nada facilona, es precisamente su punto de vista fresco sobre el asunto lo que le da envergadura: “Hoy en día hay tantos libros y películas sobre el tema, que el mundo de los campos de exterminio forma ya parte del imaginario colectivo que complementa el mundo real. Nuestra fantasía está acostumbrada a internarse en él, y desde la serie de televisión ‘Holocausto’ y películas como ‘La decisión de Sophie’ y especialmente ‘La lista de Schindler’, no sólo se mueve en su interior, no se limita a percibir, sino que ha empezado a añadir y decorar por su cuenta.

Algo que me ha gustado especialmente de El lector es la relación erótica que sirve de punto de partida al relato. Cómo describe el nacimiento de la pasión entre la pareja, los primeros encuentros, el aprendizaje sexual del joven, y la descripción de esa mujer y de su cuerpo, objeto de deseo nada convencional y que el autor nos muestra con delicada autenticidad. …Hanna, menuda mujer, tan dura e inflexible, fuerte y frágil a la vez, consigue revolverte, te incomoda la fascinación y la comprensión, o compasión, que eres capaz de sentir hacia ella. Y entiendes la altura de ese amor que deja al protagonista marcado de por vida, bloqueado emocionalmente, siempre esquivo: “¿Será eso lo que me entristece? ¿El celo y la fe que me colmaban en aquella época, mi empeño en arrancarle a la vida una promesa que de ningún modo podía cumplir? A veces veo en las caras de los niños y los adolescentes el mismo celo y la misma fe, y los veo con la misma tristeza con que recuerdo los míos. Esa tristeza, ¿no será la tristeza pura? ¿Es eso lo que nos sobreviene cuando, al mirar atrás, los recuerdos hermosos se nos vuelven quebradizos, al ver que aquella felicidad no se alimentaba sólo de la situación del momento, sino de una promesa que no se cumplió?

(…) me daba pena su vida retrasada y fracasada, y pensé con tristeza en los retrasos y fracasos de la vida en general. Pensé que cuando se ha dejado pasar el momento justo, cuando alguien se ha negado demasiado tiempo a algo, o se lo han negado, ese algo por fuerza llega demasiado tarde, por más que uno lo acometa con todas sus fuerzas y lo reciba con gozo. ¿O quizá no existe ‘demasiado tarde’, solo ‘tarde’, y ‘tarde’ es mejor que ‘nunca’? No lo sé.” Me gusta especialmente ese “no lo sé” final, porque encierra toda la complejidad del ser humano, su constante contradicción, su incertidumbre, su naturaleza esencialmente indefensa. La novela no aporta respuestas a las cuestiones que plantea, y se agradece, porque su valor para mí reside en las certeras preguntas que nos hace, en el espacio que nos reserva a nosotros, los lectores.

Michael Connelly - "Llamada perdida" (Zeta bolsillo)

En 2002 se editaba en EEUU la primera edición de Chasing The Dime, rebautizada para su edición española de 2005 como Llamada perdida, una novela en la que el prolífico Michael Connelly abandonaba momentáneamente sus personajes habituales para elaborar una nueva trama criminal, ambientada también en la ciudad de Los Angeles. En ella, un científico y empresario de alto nivel que acaba de cambiar de vivienda tras romper con su pareja, comienza a recibir en su nuevo teléfono llamadas destinadas a una prostituta. El científico, marcado por un trauma de su pasado, pronto descubrirá que la antigua propietaria del número desapareció semanas atrás, y se embarcará en su búsqueda, lo que no le ocasionará más que problemas.

Con ese punto de partida Connelly vuelve a realizar un correcto y ejercicio de narración, con una trama lo suficientemente ágil como para mentaner la atención del lector, y una estructura sencilla que posibilita que el libro se lea en un suspiro. Como en otras ocasiones, la historia es también muy visual, transmitiendo la impresión de estar asistiendo al visionado de un interesante thriller hollywoodiense. Al margen de eso, poco más. No se trata de una obra trascendente, sino de puro -y efectivo- entertainment, lo que de vez en cuando se agradece.

Más de Connelly en Fondo de catálogo:
El eco negro
Cauces de maldad

Javier Puebla - "Tigre Manjatan"

Aunque las mujeres fatales, los antros para aficionados al boxeo o los héroes solitarios que desayunan bourbon son algunos de los iconos inconfundibles del género negro, por norma habitual su aparición en las novelas actuales, y más aún en las ambientadas en la Europa contemporánea, está en franca recesión. Ejemplos hay de lo contrario, como las primeras novelas de Ferran Torrent, aunque quedan ya lejanas y los escenarios han ido desapareciendo paulatinamente de sus obras al tiempo que lo hacían también de las ciudades. No obstante, Javier Puebla se resiste a renunciar a estos emblemas y recurre a ellos con fuerza en su nueva obra, Tigre Manjatan, cuya acción, pese a su portada neoyorquina, transcurre en un Madrid actual en el que se mueve un periodista solitario apodado con el peculiar mote que da título a la novela.

Seguir Leyendo... Puebla, que dio su mayor golpe hasta la fecha al quedar finalista del Nadal en 2004 con Sonríe Delgado, nos presenta en la obra a un 'Tigre' atormentado por el asesinato de una prostituta que recientemente protagonizó uno de sus reportajes. Insatisfecho por la dirección que parece apuntar la investigación policial, el periodista emprenderá su propia búsqueda del asesino.No obstante, no es esta trama el principal argumento de la novela (o al menos no me lo parece a mí), sino el propio protagonista, cuyos pensamientos el autor nos va narrando a medida que avanza la historia. Así seguimos a un personaje que parece fascinar al autor -ya ha ganado un certamen literario con la que será la segunda novela que protagonice y lo ha ubicado en varios relatos breves-, pero que a un servidor, por lo excesivo de su cliché (hombre solitario, cínico, que lanza constantemente frases -supuestamente- incendiarias, bebedor de bourbon, etc.), se le antoja distante y poco creíble. En el recorrido, pese a todo, destaca por encima del resto un fragmento (cuando el periodista, una vez hecho el reportaje, se ve obligado a tratar con la prostituta marginal) en el que Puebla junta unas páginas que destilan crudo realismo. Sin embargo, son pocas en el global de una obra que se lee con facilidad, pero que no trascenderá por poseer una brillante y consistente intriga (la investigación avanza por azar y se resuelve de un modo como podría haberse resuelto de otro), ni por suponer el retrato social de un lugar y una época, como podría haber sido de haber ahondado en la senda de las páginas citadas; aunque seguramente no fuera ese el deseo de su autor.

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