Joan Didion- “El Año del Pensamiento Mágico” (Global Rhythm Press)


Ejercicio de memoria

En una entrevista que leí la escritora californiana Joan Didion definía con tres palabras su ideal de estilo: Economía, claridad, sencillez. Han pasado muchos años desde que empecé a devorar libros. En un principio mis motivaciones eran de diversa naturaleza, estaba el fetichismo por el objeto en sí mismo junto al hambre de historias, personajes, otras vidas, otros mundos, que no fueran el mío, aunque muchas veces también acabaran siéndolo. La cuestión es que mis primeros enganches a la literatura eran con relatos enrevesados y barrocos, de una intensidad muy propia de la adolescencia. Mi autor más adorado era Javier García Sánchez, un escritor español muy bueno pero poco conocido que ha parido obras magnas como El mecanógrafo, El Alpe d’Huez, o Última carta de amor. No se puede decir que la sencillez sea su seña de identidad, precisamente. Tampoco la de otros de mis primeros favoritos, Virginia Woolf, Carson McCullers, Djuna Barnes, … Eso sí, a Faulkner no llegué. Pero con Marguerite Duras se produjo una bifurcación en el camino, ella representaba el extremo completamente contrario.

Marguerite Duras fue el principio, el descubrir que había una forma más sintética de contar historias y expresar sentimientos. Luego cayó en mis manos Jane Austen, Truman Capote, A.M.Homes, John Irving, … todos ellos hacen gala de un estilo depurado, directo, preciso, el reino de las frases que dicen justamente lo que dicen sin necesidad de convertirse en subordinadas, que con toda la ironía y ninguna pomposidad, aportan una visión aguda de la realidad. No es que haya vivido un proceso ascético en busca del zen, no, sólo que cada vez valoro más la eficacia, las cosas bien hechas y la ausencia de pedantería. Adoro los autores discretos, sin pose, a los maestros del lenguaje, los que hacen magia con muy pocos elementos y que sin embargo no creen estar por encima de los mortales.

Ése es el territorio que más admiro como lectora. Y en él se sitúa como ama y señora Joan Didion, una adorable mujer de 73 años, con cinco novelas, numerosos ensayos y guiones como los de Pánico en Needle Park (1971) o Ha nacido una estrella (1976), en su haber, a la que en Estados Unidos se incluye entre los autores contemporáneos más relevantes, aunque en Europa sea una desconocida. En España, por ejemplo, apenas se han publicado tres de sus obras. El año del pensamiento mágico es la más reciente, la que me ha servido de excusa para soltar todo esto, y que empieza así:

La vida cambia rápido.
La vida cambia en un instante.
Te sientas a cenar, y la vida que conoces se acaba.

La vida cambió de repente para Joan Didion cuando a finales de 2003 su marido, John Gregory Dunne, también escritor, murió de un ataque al corazón cuando ambos se disponían a cenar en su casa de Nueva York, donde precisamente se encontraban cuidando de su hija, Quintana, ingresada y en coma a raíz de una neumonía. De golpe y porrazo, la tragedia había entrado en escena. La autora reproduce fielmente en las apenas doscientas páginas de este particular ensayo personal, la manera en que vivió esta experiencia, la negación, el duelo, la obsesión, el miedo a caer en la autocompasión.

El año del pensamiento mágico es uno de los libros que más me ha impactado porque se zambulle con osadía en un territorio poco explorado (o al menos no de esta forma, sin adornos ni sentimentalismo) en las sociedades occidentales, el territorio de la muerte, y lo hace mirando de frente al dolor, a la pérdida, y aportando valiosas reflexiones desde una estructura caótica y con el natural desorden de alguien que recuerda, que repasa, que analiza cada detalle vivido con la persona querida. Es de esos que te acompañan aún mucho después de haberlos culminado, a los que vuelves, que maduras y en los que profundizas con el tiempo. La historia de la autora se entrelaza con la tuya, su ejercicio de memoria, sus menudencias cotidianas te hablan de algo mayor e inalcanzable, lo desprotegidos que nos quedamos ante la muerte.

De algún modo siempre he creído que las personas que han vivido el drama de cerca están íntimamente unidas, tocadas por un mal hado pero también con una sensibilidad más desarrollada para la vida. Al poco de publicar este libro la hija de Didion, que por un tiempo pareció recuperada, también falleció. En una entrevista con Eduardo Lago en Babelia decía “Creo que mi visión de la muerte no cambió tan radicalmente con la pérdida de John como con la de Quintana; ahora son muy pocas las cosas negativas que pueden sucederme”. La muerte, para bien y para mal, pone las cosas en su sitio.

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