Radclyffe, que no Radcliffe. Nada tiene que ver una escritora inglesa de finales del siglo XIX con el actor que da vida a Harry Potter. Les une que son ambos británicos, pero ya está. Sin embargo, Radclyffe y Radclyffe viajan juntas (al menos en mi pequeño mundo interior), aunque muy separadas en el tiempo y en las circunstancias. Puede que esto que he escrito así de entrada no tenga mucho sentido. Son sólo impresiones. Pero si lo explico, todo se entenderá un poco más. Radclyffe Hall fue una escritora inglesa que vivió de 1880 a 1943. De familia acaudalada, ha pasado a la posteridad por The Well of Loneliness (El pozo de la soledad), una novela que tiene como principal logro ser la primera en lengua inglesa cuyo tema es explícitamente lésbico. Por su parte, Radclyffe es también el pseudónimo bajo el que escribe una de las novelistas más prolíficas en cuanto a narrativa romántica puramente lésbica se refiere. La autora norteamericana rinde homenaje así a la valiente escritora inglesa que vió cómo su novela fue calificada de “libelo obsceno” por un juez y murió antes de ver cómo se levantaba la prohibición de su lectura en Londres.


Me centraré aquí en la primera de las autoras, en la Radclyffe original, aquella que se calificó a sí misma como “invertida congénita” y que fue reivindicada en los peores momentos de censura por autores tan dispares como George Bernard Shaw o H. G. Wells.

El pozo de la soledad cayó en mis manos hace mucho tiempo. Un poco más tarde que Djuna Barnes o Gertrude Stein, como una extensión lógica en mi necesidad de conocer aquello que otras mujeres escribieron sobre mi condición sexual. En una curiosad o avidez sobre la que han reflexionado intelectuales feministas como Adrienne Rich o queer como Monique Wittig. Una dijo, “Para nosotras el proceso de nombrar y definir no es un juego intelectual, sino una captación de nuestra experiencia y una llave para la acción. La palabra lesbiana debe ser confirmada porque descartarla es colaborar con el silencio y la mentira acerca de nuestra existencia misma, es hacernos caer en el juego de la clandestinidad y volver de nuevo a la creación de lo inefable". Y la otra, la famosa sentencia: “Las lesbianas no son mujeres, ya que la noción misma de mujeres sólo adquiere significado en sistemas de pensamiento heterosexuales y en sistemas económicos heterosexuales”.

Bueno. Radclyffe escribió en The Well of Loneliness las andanzas de Stephen, quien se descubre enamorada de otra mujer. Es una chica con nombre y educación de chico. Recordemos que el libro está escrito en 1928, por lo que el contexto lo es todo. Refleja ese encorsetamiento que aún hoy pervive en algunas esferas de nuestra cotidianidad. Las mujeres son pasivas y los hombres activos y más dotados para el deporte y las digresiones intelectuales. Stephen contradice esto. Como así lo hizo la misma Radclyffe, nacida como Margueritte y que prefería ser llamada John, pero que finalmente ha pasado a la posteridad por su apellido.

Hall vivió abiertamente su lesbianismo, al lado de diversas mujeres con las que compartió su existencia. Es innegable que su considerable herencia monetaria le dió la libertad necesaria. A pesar del estilo de vida de la autora y de ser considerado “una indecencia”, The Well of Loneliness tiene en sus páginas una carga negativa innegable. Puede que a alguien le resulte molesto si desvelo que el libro no tiene un final feliz. Aunque sería como decir que Anna Karenina se tira al tren. Es irrelevante. Lo que me interesa más es esa contradicción. Cómo la misma Radclyffe censuró a su propia criatura. Stephen se atormenta y se considera como “un ser incompleto” por el hecho de ser lesbiana. La autora tuvo éxito en su novela precedente y por eso osó aventurarse con un tema tan explícito y rechazado por la época, aún así, la protagonista tenía que sufrir por sus “pecados” y arrastrar también una tópica aversión por parte de su madre, quien la considera una versión “mutilada e imperfecta” de su marido. Pero el libro también retrata el París de la “rive gauche”, el de las lesbianas del círculo de Natalie Barney. Un momento de esplendor. Es todo eso. Ya digo. Pura contradicción. Lesbianas en guetos que salen y se enamoran de “mujeres de verdad”, pero que pagan cara esta temeridad.

Ante la reacción brutal que tuvo la salida del libro a la luz, la propia autora argumentó que los invertidos son también criaturas de Dios. Sostuvo que ella no se había alejado en su libro del estándar moral heterosexual, ya que sólo los verdaderos invertidos son capaces de soportar esa clase de vida, mientras que hay personas que no lo resisten y retornan al camino de la normalidad. Recordemos que eran los años 20. Se salía del paso con los instrumentos de los que disponían entonces.

Sea como sea, muchas lesbianas leyeron el libro en su momento. No en Inglaterra hasta tiempo después, pero sí en Estados Unidos, por ejemplo. Muchas mujeres se vieron reflejadas en estas páginas. Reconocieron sus miedos, sus anhelos, su diferencia. Por ello, libros como El pozo de la soledad son bastiones fundamentales en la construcción de un imaginario colectivo que nos ha traído hasta las libertades que disfrutamos en estos momentos.

1 comentarios:

    On 5 de noviembre de 2008, 23:00 Anónimo dijo...

    Leí hace tiempo El pozo de la soledad y me pareció exactamente eso, un pozo de soledad... Esa angustia y ese rechazo que la protagonista siente por su propio ser es verdaderamente terrible y refleja el sufrimiento de tantas personas a lo largo de la historia que se han visto rechazadas por la sociedad y lo que es peor por ellas/ellos mismas... Un clásico de la literatura lésbica... Imprescindible... Triste... Histórico...

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