La luz mediterránea, los paisajes valencianos y una serie de acontecimientos en apariencia menores, pero que adquieren otra dimensión mirados a través de los ojos de un joven, son los ingredientes que Manuel Vicent ha conjugado en León de Ojos Verdes. Una última novela del escritor castellonense que nos devuelve al sutil descriptor de un paisaje y una época que ya han pasado, a través de páginas que se despliegan como lienzos, para retratar desde un amanecer junto a las Columbretes, al ambiente de una final de pilota valenciana.

En León de ojos verdes regresa a la novela de tintes biográficos, pero esta vez para contar el que podría ser su nacimiento como escritor.
Bueno, cabe señalar que esto no es una autobiografía o una memoria personal, sino una memoria colectiva de un tiempo y un lugar. Aunque muchas veces lo que se cuenta no haya sucedido en ese mismo instante, para la novela sí se ha concentrado en uno, en un verano de descubrimientos, que en este caso son los del narrador, que vive un cruce de caminos de su vida se produce ese verano.

Seguir Leyendo... Esa mezcla de tiempos, de momentos reales e imaginados, sirve para establecer un juego con el lector.
Sí. Con el paso del tiempo la memoria se convierte en imaginación, y entonces, coger elementos de esa memoria imaginada y sumarles otros reales proporciona a la novela mucha base, generando una sensación de verosimilitud. “Aquello sucedió, luego lo que cuenta esta historia puede ser verdad” pensarán algunos. En la novela, desde luego, los acontecimientos conforman una verdad absoluta, ¿pero sucedieron en aquél momento? Quizás sí, quizás no.

En el libro habla de ese camino iniciático en la literatura de manos de un doctor que le da consejos.
Sí, de un conductor, como siempre pasa. En cualquier viaje de iniciación siempre hay un guía y en este caso es un viejo médico, librepensador, republicano, que abre los ojos y conduce al narrador. Es un esquema bastante clásico. Por otro lado, el hotel es también un espacio muy recurrido, porque por los hoteles pasan muchas vidas. Y en este caso todo se une a través de la mirada de un narrador que recoge escenas de las vidas que pasan por la terraza del hotel.

Es un hotel que, como muchos de los escenarios de sus anteriores novelas ambientadas en tierras valencianas, existe.

Sí, aunque el Benicássim en el que está ahora es irreconocible. El de entonces era un reducto muy burgués, tranquilo; y el hotel, sin ser de lujo, era un referente. Era familiar y servía de residencia a las familias que no podían tener villa y tenían familiares en ellas. Pero al tiempo tenía su encanto por ser un lugar plagado de fantasmas, pues había servido de hospital de sangre durante la Guerra Civil y de refugio para muchas figuras de las que acudieron al Congreso Internacional de Intelectuales celebrado en Valencia en el 37. Y todo ese pasado no se va con una mano de pintura. Queda allí.

Pero habla de un espacio, ese hotel y sus alrededores, de un modo idílico, al igual que en otras ocasiones habló de otros lugares como la Malvarrosa. Consciente o inconscientemente está dejando testimonio de una Comunitat que desaparece.
Usas el término idílico, pero eso es lo que nos parece ahora. En aquellos momentos seguramente no era tan idílico, sino más bien cutre (risas). A pesar de que hablemos de una burguesía bastante acomodada, todo se reducía a una chocolatada, a tomarse un helado, a un paseo en bicicleta o a una excursión al Garbí.

No obstante, con su mirada, llena de luz, parece mágico.
Sí, aunque eso me lo presta el espacio, porque si hablas de esta tierra la presencia de la luz es inevitable. De todos modos juego también con el paisaje sonoro de las canciones. Basta citar una canción conocida para ahorrarse mucha descripción del tiempo. Una canción te puede llevar muy lejos muy rápidamente, además de devolverte las emociones que tengas ligadas a ella.

Al final, con todos elementos plantea enormes lienzos, como el que ofrece de la partida de pilota.
Es que aún recuerdo aquella partida. Entonces el que estaba en el candelero era Juliet y el que empezaba a despuntar era Rovellet, de Pelayo, además del Xato de Museros, que jugaba de mitger, y muchos otros. A Rovellet le vi jugar mucho.

Pero lo sorprendente del relato es la sencillez con que lo cuenta.
Es que este es un libro narrativo, que avanza como cuando uno cuenta una anécdota en la sobremesa.

Conseguir esa sensación no debe ser fácil.
No es difícil tampoco, es un proceso. Cuando uno empieza a escribir es barroco, lo quiere poner todo; pero a medida que una va creciendo en esto y ganando experiencia, va depurando.

Otro de los momentos significativos del libro es el relato de La mujer de la bicicleta roja, que cuenta un pasaje de nuestra historia reciente que los libros de historia no recogen. ¿Por qué sigue esta historia solo en manos de los escritores?
Porque hemos estado cuarenta años sufriendo, en el mejor de los casos, silencio; en el peor, la tergiversación de la historia. La cara oculta de la luna aún no la hemos visto y ahora, tarde y mal, es cuando empezamos a verla. En el año 76 es cuando debería haber habido una amnistía y un acuerdo de paz y perdón que permitiera a todos desenterrar a sus muertos para poder enterrarlos dignamente para que hubiera habido una reconciliación de verdad. Pero nunca se hizo y aún queda por recorrer mucho camino.

¿Y eso es lo que le impulsa a escribir historias como ésta?
No, esta es una historia que yo conocí y que pongo en boca del narrador. Además es una historia metafórica de lo que ha pasado en este país, con la víctima aún teniendo que darse por satisfecha sirviendo para su verdugo por una mínima compensación.

Pese a este fragmento, el tono general del libro, quizás por estar escrito a través de la mirada del joven, es positivo.
Sí. Para mí un escritor es estar de vuelta de todo, conocer el alma humana, no sorprenderse de nada… pero a la vez no perder la virginidad de la mirada y tratar de contarlo todo como si sucediera la primera vez.

Imagino que la promoción no le habrá detenido y que estará ya preparando nuevo material.
Lo cierto es que estoy ya trabajando en una serie de retratos de escritores que me han marcado de toda la historia. Y en adelante quiero seguir escribiendo. Es más, tengo en mente la idea de hacer un libro que conste de diez cuentos que parezcan independientes pero que en el fondo conformen una historia. Quiero que esté todo engarzado porque, en el fondo, leer es como una falla. Me gustaría que uno pudiera leerlos empezando por cualquiera de ellos, independientemente, pero que al final sumando cada uno se configurara un todo.

Le quedan entonces cosas y territorios por explorar.
Sí, pero haciéndolo todo muy fácil. No quiero meterme en complicadas estructuras, sino contar cosas como las contaría en una sobremesa, y que sean interesantes, divertidas, imaginativas, sorprendentes.

Entrevista publicada originalmente en el suplemento de ocio de Superdeporte el 8 de diciembre de 2008.

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