Fernando Iwasaki - "Neguijón" (Alfaguara)

“Nadie había atrapado jamás al inmundo neguijón. Ni Belonio ni Eliano ni Rondelecio en los tiempos antiguos, ni Fragoso ni Juan de Vigo ni Daza Chacón en los tiempos modernos, aunque todos escribieron sobre aquellas alimañas engendradas en los fangos de la boca y en los meollos de las muelas, cuyos mordiscos traspasaban el dolor y cuya podredumbre era el principio de la corrupción de nuestros cuerpos”. Sólo es un ejemplo de lo que podemos encontrarnos en las páginas de Neguijón, de Fernando Iwasaki. Es un compendio de alabanzas a las ponzoñas de la carne, los humores, las tumefacciones, las laceraciones y todo aquello que tiene que ver con que nuestro cuerpo sólo está en tránsito hacia la purificación del más allá. Porque aquí, en la Tierra, sólo somos pasto de gusanos, que a su vez demuestran que el mismo diablo nos tiene en sus redes.

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Neguijón es un repaso por la truculenta mentalidad de los ciudadanos de a pie del Siglo de Oro español, aquél que dio los mejores escritos de la lengua castellana, también fue época de Inquisición y supercherías. Una de ellas es creer que el gusano Neguijón puebla las muelas de los mortales y hay que extraerla sin tener en cuenta ningún posible dolor. Iwasaki es muy gráfico en sus descripciones, tanto que duelen, y las acompaña con eruditas referencias a manuales del momento, como Tratado de las operaciones que deben practicarse en la dentadura y método para conservarla en buen estado (Madrid, 1799).

En una narración paralela (aunque separada en el tiempo) y fragmentada en capítulos, el autor desmenuza las vidas de unos cuantos personajes sumidos en unos episodios espeluznantes. Por una parte, nos los encontramos en medio de un motín en una cárcel sevillana. Adocenados en la enfermería, coinciden un librero erudito al que le falta un ojo, un escritor manco llamado Muñones, un aprendiz de barbero capaz de serrar una pierna para prevenir la gangrena, un capellán que acabará siendo Inquisidor y un templario que es objeto de mofa constante. “¡Me cago en los templarios, escoria de la caballería, hez de la cristiandad, república de mamacallos, barraganas de los moros, bujarrones de los turcos y putos sodomitas!”, escupe por su boca el mismísimo capellán.

Por otra parte, la acción se traslada a Lima, la capital peruana en manos de los castellanos, donde ya un adulto Gonzalo de Utrilla (adolescente en los tiempos del motín de Sevilla) es un barbero obsesionado con extraer el gusano que corroe las muelas. “El tacto metálico de las tenazas sobre las muelas le producían siempre una sensación serpentina y de crucifixión. Sentir junto a la lengua y las encías el roce pringoso de aquel instrumento barnizado de coágulos, humores y pus era tan repugnante como imaginar que su boca se había convertido en el cubil de una serpiente. Y, sin embargo, el violento tirón de la muela ni siquiera le iba a doler como uno solo de los martillazos que sufrió Nuestro Señor cuando lo clavaron en la cruz”.

No conocía a Iwasaki antes de que este curioso libro cayera en mis manos a través de una amiga. Es un autor peculiar, peruano con antepasados japoneses, Iwasaki es historiador, pero inició su andadura literaria con una novela donde desmenuzaba sus fracasos amorosos.

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