Jeffrey Eugenides - "Middlesex" (Anagrama)

Últimamente la cosa va de decepciones. No puedo ubicar Middlesex (ganadora del Pulitzer en 2003) en el catálogo de ‘grandes decepciones’ pero es un libro que tenía pendiente hacía tiempo y cuya lectura postergaba precisamente en la confianza de que era una apuesta segura. Gente cuya opinión respeto mucho me la había puesto por las nubes, un novelón de esos que tanto nos gustan. Pero finalmente para mí no ha llegado a tanto. Lo he leído con mucho interés pero no me parece la Gran Novela Americana que se dice en la contraportada. Quizá es lo que ocurre cuando tienes tantas expectativas.

Jeffrey Eugenides me había causado sensación con Las vírgenes suicidas, que leí siendo adolescente. En esa época, ya se sabe, estás a flor de piel y te tomas todo a la tremenda, y a mí los componentes drama y suicidio que tiene la historia de las hermanas Lisbon me fascinó. Reconozco, de todos modos, que aún entonces no me convencía el enfoque que el autor daba al asunto, tan contemplativo, tan de adoración masculina y las niñas tan cosificadas. Pero aún con eso la novela conseguía, y consigue, removerme. Aquí, sin embargo, le falta ese plus, esa conexión que hace que un libro te descoloque. Para mí el personaje más interesante, del que quiero saberlo todo, es Calíope-Cal, la voz protagonista, pero se detiene mucho más en el contexto histórico y en la familia. Cuando acabé el libro me sentí desilusionada.

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Claro que se puede argumentar que Middlesex es precisamente eso, una saga familiar, aunque el sujeto protagonista, un intersexual, Calíope, nacida aparentemente niña y educada como tal, que al llegar a la adolescencia se transforma en Cal, capta toda la atención: “(…)la cosa no es tan sencilla. Yo no encajo en ninguna de esas teorías. Ni en la de biología evolutiva ni en la de Luce. Mi conformación psicológica no concuerda con ese esencialismo tan popular en el movimiento intersexual. A diferencia de otros de los llamados pseudohermafroditas varones
de los que se ha escrito en la prensa, yo nunca me sentí fuera de lugar siendo chica. Sigo sin encontrarme enteramente a gusto entre hombres. El deseo me hizo cruzar al otro lado, el deseo y la realidad de mi cuerpo.” No es habitual encontrar novelas con personajes tan fuera de la norma, aunque como dice Calíope en cierto momento: “Me había equivocado con Luce. Yo contaba con que, después de hablar conmigo, decidiría que era normal y me dejaría en paz. Pero empezaba a entender algo de la normalidad. La normalidad no era normal. No podía serlo. Si la normalidad fuese normal, nadie se preocuparía de ella”.

A lo largo de sus más de seiscientas páginas y repartida en cuatro partes, conoces la andadura de los antepasados de Calíope desde Esmirna, en la comunidad griega de Turquía a principios del siglo XX, la travesía en barco que lleva a sus abuelos a Ellis Island, hasta su asentamiento final en Detroit. Eugenides conoce bien de lo que habla y se detiene en ello con un lenguaje exhuberante y lleno de referencias: el contexto histórico previo a la guerra entre Grecia y Turquía en 1922, las tradiciones griegas, el nacimiento del movimiento negro en la sucia Detroit e incluso los primeros coletazos de las reivindicaciones gays y trans. Entre todo este panorama, Detroit es un protagonista más de la novela, y resulta muy atractiva la manera que tiene el autor de retratar la urbe más sucia de Estados Unidos, con cariño e ironía. Allí se fraguó el Black Power y vemos a través de los ojos de la inquieta niña el racismo que lo provocó y la transformación continua que vive la ciudad. Y esto, junto a las pinceladas sobre el vibrante San Francisco de principios de los setenta, donde Cal empieza a tomar conciencia de su realidad, es lo más estimulante del libro.

Todo esto, muy bien pero yo no me quedo satisfecha, me da la sensación de que se ha desaprovechado el potencial narrativo de Cal, saber qué le pasa a partir de los diecisiete, cómo se enfrenta al mundo, y me quedo con ganas de leer más reflexiones como estas: “Pensé en el hecho asombroso de que el mundo contuviera tantas vidas. En aquellas calles, la gente se veía envuelta en mil asuntos, problemas de dinero, problemas amorosos, problemas con los estudios. (…). Nacían niños. Y en algunas casas había personas que envejecían, enfermaban y morían, dejando que otros llorasen su muerte. Eso pasaba de continuo, inadvertidamente, y eso era lo que realmente importaba. Lo que verdaderamente tenía importancia en la vida, lo que le daba peso específico, era la muerte. Vista de ese modo, mi metamorfosis era una acontecimiento de escasa significación.” O: “Chéjov tenía razón. Si hay una escopeta en la pared, tendrá que dispararse. En la vida real, sin embargo, nunca se sabe dónde está el arma”. En fin, con Middlesex me ha ocurrido eso que se expresa muy bien en inglés: ‘mixed feelings’.

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