Vin Packer – “Spring Fire” (Cleis Press)

Imaginaos esta escena. Son los años 50, justo después de salir de la II Guerra Mundial, cuando empieza a despuntar la fiebre del McCarthismo, la paranoia general, el saber estar, lo correcto y lo bien visto. Justo entonces una mujer cualquiera se atreve a coger un libro en uno de los estantes de un drugstore (una tienda de esas donde hay de todo, tipo la de Apu de Los Simpson), se acerca a la caja y paga. Sale por la puerta con una sonrisa orgullosa en la cara y en su bolso lleva un tesoro, un pulp fiction. Eran aquellos libros, hechos con papel barato de pulpa de madera, en los que se podían leer series sobre el lejano oeste, bandas criminales, drogas, toda clase de violencia y homosexualidad. Esta mujer que imaginamos va a llegar a casa y se pondrá en contacto con personajes que han tenido las mismas emociones que ella, los mismos sentimientos, los mismos pensamientos. Y no por la conquista del oro en las tierras recién conquistadas, sino porque a Susan le gusta Leda o porque a Laura le ha cambiado la vida al conocer a Beth. Así, los lesbian pulp fiction fueron toda una revolución. Eran lo suficientemente baratos para que autoridades malpensantes no les prestaran demasiada atención, también por su supuesta mala calidad literaria, y para que sus lectoras los devoraran fervientemente y luego pudieran tirarlos o quemarlos sin ser descubiertas. Estoy hablando de Estados Unidos, claro. La escena sería mucho más bizarra en la España de Cuéntame cómo pasó…

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El primero de los libros en empezar con esta pequeña revolución fue Woman’s Barracks (de Tereska Torres) en 1950 y fue declarado como “promoción a la degeneración moral” por House Select Comittee on Current Pornographic Materials, pero es Spring Fire (publicado por Gold Medal Books en 1952) quien sentó precedente al centrar su atención sólo en la relación amorosa de sus dos protagonistas femeninas. Susan Mitchell y Leda Taylor son compañeras de cuarto en la hermandad (sorority) Tri Epsilon en un College, para pasar casi inmediatamente a convertirse en amantes secretas. La historia tiene un desarrollo típico de esta clase de relatos, con las salidas nocturnas sin ser vistos por los supervisores, las hermanas vigilantes del buen comportamiento interno, los chicos y las chicas. Pero aquí se añade el componente del lesbianismo. Susan es nueva, Leda ya ha hecho esto otras veces y ambas se dejan llevar por su amor, aunque eso se vea interrumpido a veces cuando los chicos les metan mano en los asientos de atrás de los coches para mantener las apariencias. Cuando son sólo besos, abrazos y todo lo demás no ocurre nada, porque es durante el silencio y la oscuridad de la noche, pero si los actos se convierten en palabras, en tratar de comprender, entonces sólo queda la negación. Susan le dice a Leda que le quiere y que no entiende cómo aquella tiene que irse con su novio. La contestación de Leda es sencilla, me gusta estar contigo pero dejaré de estarlo si eres lesbiana. ¿Y qué era ser lesbiana en ese momento? Susan encuentra la respuesta en un libro de la biblioteca en el estante de psicología: “Una lesbiana es algo anormal, una mujer que no puede tener relaciones satisfactorias con un hombre sino con otra mujer”. Hasta ahí tampoco es muy ofensivo, pero si sigue leyendo… “La mujer homosexual, la lesbiana, a menudo toma ventaja de mujeres que no son realmente homosexuales. Estas mujeres pueden disfrutar con los hombres, y ser capaces de una vida heterosexual totalmente normal si realmente no mantienen una relación seria con una lesbiana genuina, cuyas técnicas son a veces más habilidosas que la de cualquier hombre joven con poca experiencia”. Así que ante semejante explicación sólo quedaba la vergüenza y la marginación.

Se vendieron más de millón y medio de copias. Ya ves, un súper impacto. Pero yo sigo pensando en aquella mujer que lee el libro en su casa. Y me imagino que se pega un tiro. Porque lo trágico de estos libros es que hacen pensar que uno no está sólo en el mundo con sus “disfunciones”, pero si te dejas llevar por ellas acabarás muerta o loca. Woman’s Barrack acaba con un suicidio y Spring Fire deja a Leda internada en un asylum, es decir, una casa de locos de la época. Y todo tiene una explicación, claro. Se puede hablar abiertamente de la existencia de las relaciones lésbicas, pero hay que censurarlas al final como castigo ejemplar. De hecho, el editor obligó a la autora (quién publicó como Vin Packer, aunque su verdadero nombre era Marijane Meaker) a cambiar el final. “No puedes hacer que la homosexualidad resulte atractiva. Nada de finales felices”, le dijo, según cuenta la autora en el prólogo de la reciente edición de Cleis Press. “Así que hice este libro, Spring Fire, y al final una mujer joven se vuelve loca mientras la otra se da cuenta de que nunca realmente estuvo enamorada de ella. A pesar de que esto debió satisfacer a los inspectores del servicio postal (en el que se distribuían los libros), la audiencia gay no lo habría creído ni por un minuto. Porque lo más importante de todo fue el hecho de que había un nuevo libro sobre nosotras. De repente, estábamos en los estantes de los quioscos y las tiendas de revistas, allí justo a la vista de todos, en las repisas”.

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